Capítulo Once

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Capítulo XI

En el que Jimin experimenta muchos sentimientos intensos y discordantes en un espacio muy corto de tiempo; también se narra aquí la verdadera historia de Lobo y de cómo perdió su oreja, junto con otros acontecimientos de gran importancia para este relato.


Jimin sintió como si una garra de hielo le aferrase el corazón. No se atrevió a detener el caballo, pero notó que el brazo de Seokjin perdía fuerza y el muchacho se deslizaba hacia el suelo. Lo aferró como pudo, pero su situación no era muy favorable. Con el caballo al galope y un brazo inmovilizado, apenas podía sostener el cuerpo de Seokjin y dominar a su montura al mismo tiempo.

—¡Sunoo! —gritó—. ¡Estamos heridos!

El muchacho frenó su caballo a duras penas, un poco más allá. No debían detenerse, porque HanSun y los suyos pronto saldrían en su persecución, pero no tenían más remedio. Con un supremo esfuerzo, Jimin detuvo su montura junto a la de él.

—¡Mi señor...! —exclamó el muchacho, horrorizado.

Jimin hizo caso omiso de la flecha que aún sobresalía de su hombro izquierdo.

—¡No hay tiempo! Ayúdame, lleva tú a Seokjin.

Sostuvo a su amigo como pudo. Se le encogió el estómago al ver que tenía una flecha clavada en la espalda. Una mancha escarlata teñía su ropa, cuya blancura había supuesto una diana perfecta en la oscuridad de la noche.

—Seokjin... no... —susurró Jimin con voz ronca.

El muchacho yacía yerto entre sus brazos, pálido como un fantasma, pero todavía respiraba. Jimin sabía que sería peor tratar de arrancar la flecha.

—Ten mucho cuidado —imploró a Sunoo cuando este subió a Seokjin a su caballo.

—Señor, es muy difícil que sobreviva a una herida como esta.

Jimin sintió que las lágrimas se le agolpaban en los ojos, pero no podía permitirse llorar. No en aquel momento. No hasta que estuviesen a salvo.

—¡Lo conseguirá! —replicó con fiereza—. Sujétalo bien y escapad de aquí. Yo tratar de distraerlos —añadió, volviendo la cabeza hacia el camino; desde detrás del recodo, se oían ya los cascos de los caballos acercándose—. Nos encontraremos en la granja abandonada que hay a las afueras del próximo pueblo.

—Tened cuidado, Jimin —dijo Sunoo muy serio, antes de picar espuelas y salir disparado con Seokjin a cuestas.

No iba muy seguro, pero que al menos lograba mantenerse sobre el caballo y sostener el cuerpo del fugitivo al mismo tiempo. Jimin deseó que fuera capaz de conducirlo sin contratiempos hasta el lugar de la cita. El joven aguardó un instante hasta que sus compañeros se perdieron en la oscuridad. Entonces, y justo antes de que los bárbaros doblaran el recodo, hizo dar media vuelta al caballo y lo lanzó por una senda perpendicular al camino principal. Volvió la vista atrás para asegurarse de que los barbaros iban tras él, y se sintió satisfecho al comprobar que así era. Fue una noche larga y angustiosa, pero Jimin logró esquivar a sus perseguidores porque su caballo era ligero y veloz, y él no suponía un gran peso para él. Sin embargo, los enormes bárbaros montaban imponentes caballos de guerra que, a pesar de su evidente fuerza y poderío, eran considerablemente más lentos.

Al amanecer llegó a la granja abandonada donde se había citado con Sunoo. No tardó en verlo aparecer.

—¿Te siguen? —le preguntó, ayudándolo a descargar el cuerpo inerte de Seokjin.

El canto del bosqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora