Capítulo Trece (Pt. 1)

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Capítulo XIII

En el que se describe una expedición de catastróficas consecuencias.

Tae y Jimin dedicaron el resto del día a espiar a los bárbaros, que habían montado un campamento en una hondonada, un poco más lejos. Hasta allí llegaba un sendero abierto a fuego y espada en el bosque, hollado por carromatos que iban y venían cargados con enormes barriles de savia. Jimin se preguntó cuánto tiempo habían necesitado los bárbaros para ganar la partida al Gran Bosque; quizá meses, tal vez años. Ni siquiera una tradición centenaria de cuentos escalofriantes acerca de sus peligros había bastado para templar su insensata locura y su ambición desmedida. Se habían abierto paso a través de los árboles y la maleza, desafiando a sus habitantes y derrotando a los monstruos que se ocultaban entre la espesura, creando un camino para sus carros que los conducía hasta el mismo corazón de la floresta... hasta el lugar donde los árboles cantaban.

Jimin observó a los bárbaros, sobrecogido, durante toda la jornada. Vio a sus mujeres vaciar los baldes una y otra vez, mientras los hombres cargaban toneles en los carromatos y los muchachos arreaban a los bueyes para que los condujeran fuera del bosque cuanto antes. Estaba claro que necesitaba grandes cantidades de savia, pero ¿para qué? ¿Acaso SoKyung debía bañarse en ella todos los días para ser imbatible? ¿Quizá tenía por costumbre mezclarla con su bebida? ¿O tal vez estuviera haciendo acopio del preciado líquido simplemente para tener garantizado su suministro para el resto de su vida?

Había muchas preguntas sin respuesta. ¿Por qué los árboles no se defendían de aquella agresión? ¿Qué habían hecho los bárbaros con el pueblo de Tae? ¿Los había exterminado a todos?

Pero Jimin no se atrevió a plantearle todas estas cuestiones. Tae estaba tan afectado por todo lo que estaba viendo que no quiso hacerle sentir peor. En cualquier caso, debía informar a Lobo de lo que estaba sucediendo allí. Llenó una cantimplora con savia de uno de los baldes; aquella sería la prueba que lo convencería de que su historia era cierta.

Cuando comprobase las propiedades de aquella sustancia extraordinaria, pensó Jimin, Lobo estaría más dispuesto a escuchar lo que tenía que contarle. Cuando cayó la noche, los bárbaros encendieron un fuego y se reunieron en torno a él. Cantaron en su áspera lengua y bebieron y brindaron a la salud del gran SoKyung, y Jimin los odió por pisotear todo lo que hallaban a su paso. Pero entonces una figura baja y enjuta salió de una de las tiendas, y todos callaron como por arte de magia. Se trataba de un hombre de mediana edad que llevaba trenzado su largo cabello gris; iba envuelto en un manto de color pardo y adornado con múltiples abalorios como dientes o garras de animales diversos, y se apoyaba en un bastón de madera laboriosamente tallado. Su rostro estaba pintado con signos que Jimin desconocía, y que hacían resaltar la penetrante mirada de sus ojos oscuros.

Al joven le dio un vuelco el corazón al reconocerlo: era el brujo que había casado a las doncellas y donceles de Nortia. El que lo había entregado al bruto de Minhyuk.

Apretó los puños con rabia. Desde su escondite trató de oír lo que estaba diciendo, pero apenas pudo entender sus palabras, porque hablaba en susurros. No le hacía falta levantar la voz: todos los presentes, incluso los hombretones más fieros, lo escuchaban con atención y reverencia.

—¿Qué estará haciendo aquí? —se preguntó Jimin en voz baja.

—Él ata los árboles —dijo Tae en el mismo tono—. Ellos no pueden mover.

El joven se volvió hacia él, sorprendido.

—¿Qué quieres decir?

Tae respiró hondo, como si tratara de ordenar sus pensamientos o de encontrar la forma de expresarlos correctamente.

El canto del bosqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora