Prólogo.

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Fue una especie de hechizo.

Desde el primer momento, como en cualquier novela de romance, con las cuales había nutrido vagamente su cultura literaria, se sintió extrañamente cautivada por una figura sin rostro.

Quizás, demasiado fantasioso, pero siendo realista por una vez, y admitiendo en voz baja los comentarios de sus hermanas, entendía lo curiosa que en realidad era. Y gracias a esa curiosidad, fue que mordió uno de los anzuelos más... ¿"extrañamente cautivadores", podría decirse? Sí, mordió el anzuelo más extrañamente cautivador.

Aún recordaba lo fría y confusa que fue esa reunión.

. . .

Sus hermanas vagamente dirigían la mirada, a algo que no fuese la imponente figura de su madre, la cual mantenía una acalorada "conversación" entre un caballero de habilidades magnéticas, y una mujer de cabello rubio y vestida como si fuese el centro de atención.

Nadie emitía una sola palabra, fuera de una especie de criatura de apariencia deforme, que no paraba de intentar cortar la tensión de aquella conversación, pero era ignorado por todos los presentes.

─¿Tres jerarcas, has dicho?, Cassandra─ llamó una joven de cabello castaño, casi rojizo. La mencionada solo hizo una mueca de disgusto al sentir como interrumpían sus pensamientos.

─Sí, eso he dicho─ a secas respondió, y en cuestión de segundos, el papel de curiosa rebotó en otra de las hermanas.

─¿Madre no ha dicho que eran cuatro?─ la única rubia de las tres se unió a la conversación. Ya no encontraba nada interesante en ver como su madre, recurría a su mejor catálogo de insultos elegantes, para arremeter contra las vagas expresiones sarcásticas, del único hombre en presencia ─Creí escuchar esta mañana que eran cuatro jerarcas─.

─¿Ves a un cuarto acaso?, Bela querida─ con el mismo tono despectivo, la única pelinegra de las tres hermanas reprendió. Ya estaba cansada de ser interrogada, para luego ser tratada como si fuese ciega o incluso estúpida, por los pocos conocimientos en las respuestas que daba. No sabía más, y según entendía, todas tenían ojos para ver lo que ella veía en el salón.

─Pues... a menos que sea invisible, cosa que veo poco probable, no veo a un cuarto jerarca. ¿Será impuntual acaso?─ la castaña de las tres volvió a interrogar ─O quizás llegó primero que madre y se marchó rápido─.

─Sería más lógico─ siseó la pelinegra.

─¿Qué haremos ahora?─ volvió a preguntar la castaña, ya sin la poca dosis de curiosidad que le quedaba en la mañana ─Madre sigue con ese... cretino con aroma a aceite y pelo de perro. La cosa esa deforme no hace más que gritar por silencio, y la mujer esa ya parece retroceder como si pensase marcharse─.

─Daniela─ la rubia llamó a la menor de sus hermanas, y esta rápidamente le dispuso toda su atención, esperando una respuesta a su pregunta ─¿Podrías cuidarme el lugar?─.

La castaña miró rápidamente la silla que estaba siendo señalada, por su hermana mayor, y captó la intención.

─¿Irás a dar un recorrido turístico y piensas que no le diré a madre?, ¡ha!, presiento que mis tareas pasarán a ser tuyas el resto de la semana ni bien cruces esa puerta─.

─Agh, ¿no puedo confiar en ti unos minutos? Necesito tomar algo de aire. Entre el humo del cigarro que estos dos están fumando, y el aroma a pescado del homúnculo con patas ese, que se regocija por toda la sala, ¡ya me arde la nariz!─.

─Pídele a Cassie que haga de tu perro faldero, si tanto necesitas uno. Pero si no voy contigo, entonces atente a las consecuencias─.

─Vuelve a usar ese apodo ridículo, y tu criadero de aves rapaces no será más que caldo en las ollas de las sirvientas, y en los platos de la mesa─ reprendió la pelinegra.

Dansuri Macabre • 〚 ᴮᵉˡᵃᵈᵒⁿⁿᵃ 〛Donde viven las historias. Descúbrelo ahora