Capítulo XI: ❝Alergie❞

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Con sumo cuidado, una ventrílocua vestida de luto abría la puerta, ayudada de una Daniela risueña, y una Angie que no paraba de hacer comentarios irónicos. Entre sus brazos, y casi colgando de su hombro, una rubia se aferraba al cuerpo de la misteriosa ventrílocua; estornudando y haciendo el máximo esfuerzo a su alcance, para no disolverse en un enjambre de moscas, alérgicas al polen de las margaritas.

─Debí premeditarlo. Soy una idiota─.

─No, no lo eres Donna. La idiota soy yo, que no sé a qué flores soy alérgica─ intentando contener su veinteavo estornudo, la rubia esbozó una sonrisa de compasión, y miró a la mujer de velo ─Amé cada parte de tu hermoso jardín, e inhalaría todo el polen de cada margarita presente, si tuviese la oportunidad de verlo nuevamente─.

─Lo harás, no es necesario un sacrificio─.

─Déjala con sus cosas. Bela y sus novelas románticas─ Daniela rodó los ojos y continuó su camino, rumbo a la cocina y guiada por Angie.

─¡Señoritas, todas al ascensor!─ dictó la muñeca entre risas, y sintiéndose una imponente figura de autoridad.

─¡A la orden, capitana!─ Daniela le siguió el juego entre risas, y las cuatro figuras abordaron dicho ascensor.

Para sorpresa de las Dimitrescu, el peso no fue una dificultad para descender al segundo piso, así que sin problema alguno, todas pudieron conocer la segunda planta de aquella estructura, en forma de mansión tenebrosa.

Las maderas rechinaban, y el viento de algunas ventanas, hacía eco en algunas habitaciones. Aquella sensación había encantado a Bela, desde el primer momento en el que pudo caminar por aquellos pasillos.

Finalmente, todas las presentes llegaron a la mencionada cocina. Rápidamente Donna dejó a la Dimitrescu rubia, sentada sobre un banco de madera, y comenzó a buscar hierbas en un par de jarrones, para la infusión que le prepararía.

Tenía entendido que algunas alergias, desaparecían con simplemente alejarse del causante de dicha alergia, pero, la ventisca fría que había rozado la espalda de Bela, cuando se acercó demasiado a una parte poco cuidada de las tumbas, le había dejado temblando. Un resfriado era lo más cercano a tener en su caso, así que un té de dientes de león no estaría de más.

Daniela guardaba las bellas imágenes mentales que había capturado con la mirada, mientras había logrado admirar de cerca la parte inexplorada de la mansión, para ella. Angie en cambio, solo ayudaba a la ventrílocua con la infusión; poniendo agua a hervir en una caldera, sobre una pequeña chimenea.

Luego de que el agua estuviese en la caldera, la muñeca se acercó a Bela entre animados saltos, y miró a la rubia, para luego extenderle su mano. Un par de semillas; precisamente almendras, fue lo que Bela no tardó en contemplar sobre el puño de su mano.

─Para ti─.

─Aahh... gracias, Angie─ la rubia esbozó una sonrisa, y con cuidado comenzó a degustar aquellas almendras. Algunas quizás las guardaría para compartirlas con su madre, o para ponerlas sobre algún postre. Aún así, el gesto de Angie, le causaba una muy genuina ternura; sentía que estaba ganándose su cariño, poco a poco, y quizás el de alguien más, dentro de aquella casa.

El calor de aquel pequeño espacio, con una mesa de madera en el centro estorbando, era la viva sensación hogareña, que realmente ambas doncellas de apellido Dimitrescu, parecían extrañar. Las pláticas hilarantes y risueñas entre Angie y Daniela, eran algo que Bela bien sabía, jamás podría olvidar.

Por momentos, parecían una familia normal, y aquello revolvía el corazón melancólico de Donna, quien a pesar de verse sumamente concentrada en su deber, escuchaba aquellas risas resonando a espaldas suyas, y hasta presentía que si llegaba a voltear, vería solo sonrisas. Por primera vez en años, risas y calor de hogar, era lo que predominaba en aquella casa, y le encantaba.

Dansuri Macabre • 〚 ᴮᵉˡᵃᵈᵒⁿⁿᵃ 〛Donde viven las historias. Descúbrelo ahora