13. Centro de atención

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—Amigos, nuestras clases empezarán en quince minutos, es mejor... —Elías es interrumpido cuando Marisol lo jala desde su mano izquierda— ¿eh? Pero...

—Tienes razón Elías, mejor vámonos —dijo Marisol, también despidiéndose de los demás universitarios. Y Max, algo molesto, los sigue sin decir nada.

El jardín y sus pasadizos se estaban quedando sin estudiantes, todos entraban en sus salones y solo quedaban Beatriz, Enrique y Julián; pero este último dice:

—¿Lograste despejar tus dudas hacia esos pibes?

—Así es —cruza de brazos; jugando con uno de sus mechones—, pero...

—Hubieras preferido leer sus mentes, ¿cierto? —Enrique, completó su oración y Beatriz, asiente con una expresión de arrepentimiento, pero el joven le regala a ella una sonrisa para tranquilizarla—. No te preocupes, no la tendrán fácil si lo seguimos observando. Aunque tu advertencia los dejó temblando, lo pensarán dos veces si le hacen algo a Elías.

—Exacto, vos no te preocupes, ya que estamos hablando del pibe que nos hizo universitarios, se lo debemos —Julián, también le sonreía—. Además, Elías se estaría librando del título de chico problema; asistiendo con amistades.

—Si se le puede llamar amistades —suspiró Beatriz—, pero lo que me preocupa ahora es ese rumor que sigue esparciéndose en las calles.

—'El cristal que era protegido por el último descendiente de Viracocha' —decía Enrique, mientras se sobaba las sienes—. Y ya va para el sexto mes.

El cristal era una reliquia que llevaba veinte años de ser descubierta y cuidada por la arqueóloga: Samantha Avalos, madre de Elías. Aunque la joya nunca fue puesta como exhibición, la organización Nina Kuntur parecía tener muros muy delgados, ya que se extendieron voces que se estaba ocultando ilegalmente lo que sería un tesoro nacional; algo no muy apropiado de un moderno museo.

La existencia del cristal se estaba fortaleciendo, tanto que los padres de Elías, explicaban a todo visitante del museo que aquello se trataba de un nuevo mito llamado: 'el legado de los tres dioses', cuyos registros del cristal se ubicaban tallados en las ruinas de Puma Punku. Sin embargo, gente ambiciosa no creía en tales cuentos y contrataban 'infiltrados' para robar el cristal; levantando aún más las sospechas en los ciudadanos hacia la organización.

—Y esa vez Elías, solo quería ayudar —añade Beatriz, al apoyarse en la pileta.

Hace seis meses, Elías enfrentó a un grupo de diez terroristas para evitar esos constantes secuestros de jóvenes psicoquinéticos, como estaba entusiasmado al ser una de sus primeras peleas en el exterior; con sus habilidades refinadas en la pyroquinesia la pelea acabó sin problemas, pero se ganó varios testigos cuando vieron esos báculos ígneos. Los cuzqueños quedaron admirados y esa misma gente en las redes sociales bautizaron a Elías, como el descendiente de Viracocha. Y con la prensa encima para perjudicar al museo, llegaron a unir el caso del cristal escondido con el apelativo de Elías, creándose así ese rumor.

—Sería bueno que nos dijeran por qué ocultaban ese cristal —dijo Enrique, con un tono de voz bajo—, aunque nada me quita de la cabeza que aquí haya...

—Enrique —advirtió Beatriz, con un dedo índice en sus labios—, retirémonos.

Con serenidad, pero con preocupaciones pendientes sobre un posible 'traidor', los tres jóvenes se fueron del jardín dirigiéndose otra vez hacia el vestíbulo.

Cambiando de escenario, en el aula donde entraron los novatos, Marisol seguía recordando las palabras de Beatriz como si fuera un resonante eco que llenaba de culpa su interior, pero algo la hizo preocuparse aún más y usa telepatía.

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