Capitulo 6

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Dionisio miró con detenimiento un periódico de hacía cuatro años. Aparecía una severa fotografía de Alonso Maldonado, recién designado ministro de Economía y Hacienda, y su esposa, Cristina, con sus dos hijos, Richard, de once años, y Phillip, de siete.
Un periódico actual mostraba a Alonso solo. Tenía el cabello corto y negro, peinado hacia un lado. Llevaba, siguiendo los dictados de la moda, un bigote grueso que caía hacia abajo. Las mujeres lo considerarían apuesto, pensó Dionisio desapasionadamente, mientras que los hombres quedarían impresionados por la confianza que tenía en sí mismo.
Un periódico de hacía un mes mostraba una foto de Cristina de pie, detrás de un podio, en la que sólo se veían su cabeza y sus hombros. Un sombrero oscuro con plumas rizadas ocultaba casi todo su cabello, salvo un mechón de color gris oscuro en lugar del negro azabache. Las mujeres la verían como una mujer moderna que apoyaba de manera activa las buenas obras y la carrera política de su esposo; para los hombres sería una esposa útil aunque aburrida.
Un periódico de hacía seis meses había publicado una foto de Alonso y Cristina juntos, aparentemente la pareja perfecta, él sonriendo afablemente, ella con una mirada insípida. Y luego estaba un periódico de veintidós años antes que mostraba el boceto realizado por un artista de Andrew Walters, primer ministro electo, y su esposa, Rebecca, con su hija de once años, Cristina.
Andrew Walters había sido muy afortunado en política. Su primer mandato como primer ministro había durado seis años. Después de perder el apoyo de su gabinete, había luchado para recuperar su puesto. Su segundo mandato, del que ya habían transcurrido cuatro años, no daba signos de debilidad.
Dionisio comparó los dos retratos familiares.
Cristina tenía un enorme parecido con su padre. Mientras que los hijos de Cristina... guardaban un notable parecido con Alonso.
¡Ela'na! ¡Maldito sea! Sería mucho más sencillo si se parecieran a Cristina.
Levantó una copia de The Times con fecha del 21 de enero de 1870. Una fotografía de Cristina acompañaba a una noticia que anunciaba su compromiso con Alonso Maldonado, que tenía una prometedora carrera política por delante.
Parecía tan joven. Y tan ingenua. El fotógrafo había captado, ya fuese accidentalmente o a propósito, las románticas ilusiones de una niña sin experiencia a punto de transformarse en una mujer.
Cristina se había casado a los diecisiete años; eso significaba que en la actualidad tenía treinta y tres. Y ahora su rostro no albergaba ningún tipo de expresión, ni en persona, mientras se sentaba frente a Dionisio discutiendo sobre relaciones íntimas, ni en las diferentes fotografías tomadas tras el nombramiento de su esposo en el gabinete de su padre.
Los periódicos mencionaban muchas de sus actividades. Hacía una intensa campaña a favor de su esposo, asistiendo a fiestas, organizando bailes de caridad, besando a niños huérfanos, y repartiendo cestas a pobres y enfermos.
Según todo lo que había observado, Cristina era la hija, esposa y madre perfecta. Una mujer que merecía ser elogiada.
Tiró el periódico sobre su escritorio.
La repugnancia se mezclaba con la indignación, el deseo con la compasión. El temor se sobrepuso a todos ellos.
Temor a que Cristina Maldonado supiera realmente quién era su esposo. Temor a que hubiera buscado deliberadamente a Dionisio debido a ese conocimiento.
¡Tenía que saber lo de su marido!
Pero, por otro lado... no había ninguna manera de que pudiese saber... la verdad sobre Dionisio .
Las páginas del amarillento diario se agitaron; una suave ráfaga entró en la biblioteca.
—Ibn.
La voz de Muhamed podía sonar cortésmente inexpresiva para aquel que no lo conociera. No lo era. Muhamed le pedía a Dionisio en silencio que rechazara a Cristina Maldonado, como él ya lo había hecho en su corazón.
Tal vez Muhamed tuviera razón.
Cristina había intimidado al eunuco. Quería que Dionisio le impartiera instrucción sexual.
Ninguno de los dos actos aparentaba ser inocente.
— ¿Sería posible que ese detective que contrataste... —Dionisio hizo una pausa, odiándose por preguntar pero incapaz de detener la pregunta— estuviera equivocado?
Los ojos negros se cruzaron con los verduzcos.
—No hay ningún error, Ibn.
Dionisio recordó el rojo ardiente en el cabello oscuro de Cristina... y su rubor cuando él le hizo el cumplido. Sus reacciones eran las de una mujer que rara vez recibía galanterías.

El tutor (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora