Capitulo 8

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Besar, Chupar, Lamer y Mordisquear. El intrincado pasadizo, de escasa luz y paredes agrietadas, retumbaba con el eco de los altos tacones de Cristina.

Hay otras maneras de alcanzar el éxtasis; Los dedos, Las manos, Los labios, Los dedos de los pies. Prácticamente cualquier lugar del cuerpo de un hombre puede usarse para satisfacer a una mujer.
Al doblar una esquina, resbaló, e instintivamente puso la mano contra la pared para no perder el equilibrio.
Soy un hombre, señora Maldonado. Aunque los ingleses me llamen bastardo y los árabes infiel, sigo siendo un hombre.
Cristina se apoyó en la pintura resquebrajada, sintiendo que la abrumaba una ola de dolor.
Su dolor.
El dolor de un jeque bastardo.
Una cucaracha corrió a toda prisa por el dorso de su guante de cabritilla gris. Reprimiendo un grito, apartó la mano de la pared y la sacudió varias veces, aunque la cucaracha ya había desaparecido.
De repente se dio cuenta de que aquel no era el camino de vuelta a la sala de reuniones.
Al final del pasillo había una puerta entreabierta.
Cristina se quedó helada.
Alguien la estaba observando... y no era un insecto.
- ¡Hola! -El eco apagado de su voz rebotó sobre las deslucidas paredes grises-. ¿Hay alguien ahí?
Ahí. Ahí. Ahí se escuchó a ambos lados del pasillo.
Decidida, avanzó hacia el frente.
Dio con la puerta un golpe en la pared.
No pudo contener el grito que se escapó de su garganta.
- ¿Qué hace aquí, señorita? -Un hombre alto, calvo, con una nariz roja, bulbosa, y ojos del mismo tono estaba de pie junto a la puerta-. No creo que encuentre compañía de su gusto en este edificio.
La irritación se sobrepuso al temor. Primero, el mayordomo árabe la había confundido con una mujer de la calle, y ahora aquel hombre.
Echó los hombros hacia atrás.
-Soy la señora Cristina Maldonado. Las mujeres de la asociación benéfica se reúnen aquí; he dado un discurso y luego tenía que... -El hombre no necesitaba saber que había dejado la reunión para ir al lavabo, y que después se había perdido en aquel enorme edificio cuando regresaba, porque no podía dejar de pensar en un hombre en el que no debía estar pensando-. Parece que me he equivocado de camino. ¿Sería tan amable de decirme por dónde se va a la sala de reuniones?
-La reunión ya ha terminado. No queda nadie aquí excepto nosotros.
-Pero...
-Y yo sé lo que usted busca. Lo que buscan todas las que tienen su pinta.
Cristina se dio cuenta de que el hombre estaba completamente borracho.
-Hay gente que me está esperando, señor. Si es tan amable de decirme cómo...
Tropezando, el hombre, alto y escuálido como una estaca, dio un paso adelante.
-Yo soy el guardián de este lugar. Nadie la está esperando. Ya le dije que no hay nadie aquí. Si está buscando un sitio para traer a sus babosos clientes, piénselo bien, señorita, porque tengo un arma y no tengo miedo de matar a todos los de su calaña.
A Cristina le dio un vuelco el corazón y se lanzó al galope. Agarró con fuerza las asas de su bolso.
Llevaba papel, un lápiz, un pañuelo, un monedero, un peine, la llave de su casa y un pequeño espejo... nada que pudiera ayudarla a defenderse.
Dejarse invadir por el pánico tampoco era una solución. Respiró hondo para aquietar los latidos de su corazón.
-Ya veo. -Sus manos, enfundadas en los guantes de cuero, estaban frías y sudorosas-. Gracias por la molestia. Encontraré el camino sola. Por favor, acepte mis disculpas si le he importunado. Buenas tardes.
Lenta, muy lentamente, retrocedió, esperando que en cualquier momento sacara el revólver.
Se tambaleó de un lado a otro, viéndola retroceder, dirigiéndole una mirada amenazadora con los ojos inyectados en sangre.
Cuando Cristina dobló la esquina del corredor, se dio la vuelta y no miró atrás. El corazón le martilleaba en el pecho al ritmo de sus pasos mientras corría lo que parecían ser millas a través de aquellos intrincados pasillos buscando la sala de reuniones.
No estaba sola.
El sentido común le decía que aquel era un edificio respetable ocupado por oficinas comerciales alquiladas por hombres de negocios que, sin duda, ya se habrían marchado a casa para cenar.
La lógica le fallaba.
Podía sentir ojos ocultos, ojos hostiles, y sabía que detrás de alguna de aquellas puertas que se alineaban a ambos lados de aquel largo pasillo o al doblar una esquina, en, algún lugar, alguien la estaba observando.
Alguien, tal vez, que sí tenía un revólver. O un cuchillo.
El edificio estaba inmediatamente contiguo al Támesis. Habría sido muy fácil matarla, robarle los objetos de valor y tirar su cuerpo a las aguas heladas y tenebrosas.|
Estaría muerta y nunca sabría de qué manera los dedos de los pies de un hombre podrían dar placer a una mujer.
Cristina respiró aliviada cuando vislumbró la pizarra con el cartel anunciando el salón designado y la hora en que se reuniría la asociación benéfica.
Las puertas estaban cerradas... con llave.
Como había tardado tanto tiempo en encontrar el lavabo y luego en volver, las mujeres debían de haber pensado que Cristina se había ido a casa... y por eso también ellas habían dado por finalizada la reunión.

El tutor (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora