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Día nuevo, comienzo nuevo: vieja yo.

-¡Ah, por fin llegas! -clamó Liliana al ver que me acercaba a la mesa en la que ella junto con Marina y Víctor estaban.

No respondí nada. Tenía el temple lo suficiente marchito como para excusarme sobre por qué había llegado tarde a la hora habitual de juntarnos en la cafetería. Jalé una silla y me desprendí de mi mochila, dejándola caer al suelo. Marina me miró extrañada, aunque conocía bien la razón del por qué no andaba de humor. Lo sabía desde hacía una semana atrás. La semana más larga de toda mi vida.

-¡Eh! Hola, Nat. -me saludó Víctor también al verme llegar y le devolví el saludo con un gesto mudo -. ¿Pasa algo? -frunció el ceño.

-Cállate -Liliana le soltó un codazo en las costillas.

-¿Qué, qué hice? -se quejó. Al parecer se le había pasado la mano. Liliana se inclinó hacia él para susurrarle algo al oído -. Oh. Perdona Nat, lo olvidé.

-Descuida. Estoy bien -respondí, sin sacar los ojos de la superficie de la mesa.

-¿Pero por qué?, ¿qué fue lo que pasó? -volvió preguntar, quizá, sonando un poco fisgón. Y sí, recibió otro codazo, pero esta vez de Mar.

-Ya deja de hacerle preguntas, por Dios -le recriminó.

Ok, este último sí fue divertido. Pobre Víctor.

Luego de esto Liliana se inclinó para susurrarle algo al oído que alcanzaba a ser audible hasta para mí que estaba al otro lado de la mesa.

-Puedo oír lo que dicen, saben.

Aun así, siguieron ignorándome olímpicamente al mismo tiempo que Víctor expresaba sorpresa de lo que mi hermana le estaba contando al oído como si estuviesen platicando de un magazín.

-No me sorprende -dijo él -. Con razón terminó siendo un pelmazo y traicionero -gruñó clavando el tenedor en su comida.

-¿Por qué lo dices? -le preguntó Marina.

-¡Porque ya no me habla! Desde que se consiguió nuevos amigos. se le olvida con quien fue el primero que lo incluyó en esta escuela. Ahora entiendo por qué alguien mencionó algo sobre que se la pasa como si nada con no sé quiénes.

-¿Qué?

-¿Lo dices en serio? -se metió Marina.

-Bueno... -se encogió de hombros -. Eso me contaron, pero no creo que sea verdad.

-No lo es -dije.

Los tres se volvieron a verme.

-¿Y a ti te consta? -Liliana arqueó una ceja -. ¿No? Ni siquiera te dio una razón. Entonces, ¿por qué lo defenderías?

No supe qué responder. Agh. ¿Por qué dije eso en voz alta? ¿Que no podían cambiar de tema? Mucho ya era tener que escucharlos mencionar todo eso como para actuasen como si yo no estuviera presente.

Suspiré encarecidamente. Se me había ido el hambre.

Luego de un rato Víctor ya no sé qué estaba haciendo que les causaba bastante gracia a ellas dos. Probablemente era algo trivial que servía para no detonar la inusual calma en la que los cuatro estábamos. Todo lo demás era bastante habitual. Todo era normal. El mundo seguía rodando.

Pero mientras tanto allí, ajena a quienes compartían mesa conmigo, no podía evitar evocar algo que me lo recordase. Que no lo bloquease. Que no lo eliminara de mí de la noche a la mañana, que no hiciera más que declararse la guerra cada dos por tres. Y sin embargo ahí estaba yo, dándole vueltas a lo mismo. Ya empezaba a rayar lo masoquista.

Nuestro destino [COMPLETA✅]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora