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Cambiaba los canales unos tras otros, sin ánimo de ver ninguno. Al cabo de un rato, el control remoto dejó de funcionar, seguramente debido a que las baterías no daban para más. Total. Estaba tan desanimada que preferí que el canal que se había quedado siguiera haciendo ruido antes que levantarme a poner otro. Habría estado encantada de dormir durante toda la tarde, pero mi cuerpo me lo negó, provocando que permaneciera sobre el sofá por horas y horas mientras alimentaba mi pereza.

Alex apareció por la puerta de mi casa. No creí que llegaría.

—¡Cherry! —exclamó, con el mismo tono de siempre.

Genial. Maldije no haberle puesto seguro a la puerta. Lo ignoré y me dije a mí misma que definitivamente debí haberle puesto seguro.

—¿Hola? —Fue tras de mí, pisándome los talones —. ¿Sucede algo? —continuó —, ¿Natalia?

Seguí con mis cosas. Él esperaba una respuesta, pero yo no se la iba a dar.

—Natalia, en serio háblame. O mírame.

Me puse de frente a él y lo fulminé con la mirada. Listo. Ahí estaba.

Caminé hacia la cocina e indagué en mi mente por alguna idea para ahuyentarlo y hacer que me dejara sola, pero no se me ocurría nada. Recargué mi peso sobre península divisoria de la sala y solté el aire que contenía en mi pecho. No quería hacerle la ley del hielo, pero tampoco tenía ni media pizca de ganas de hablarle. Él ni siquiera sabía por qué estaba enojada, mucho menos recordaría lo que había prometido.

—No lo recuerdas, ¿verdad? —Me volví a él de pronto, con el tono más frío que mi boca pudo haber hecho.

—¿Recordar qué?

Contuve las ganas de gritarle.

Tomé la laptop otra vez, y la llevé conmigo a mi cuarto. La puerta estaba tan abierta como si quería irse o no. Me daba lo mismo.

—¿Qué, qué olvidé? —se estaba empezando a impacientar, pero poco o nada me importaba. Cuando quise cerrar la puerta de mi cuarto, ahí estaba, impidiendo que diera un portazo —. ¿Me vas a decir qué diablos tienes o no?

Antes de percatarme de que por primera vez él levantaba la voz, tomé todas las fotos sobre mi escritorio y se las arrojé. Unas cuantas cayeron al suelo.

El concurso había sido ese día. La noche anterior le había enviado varios mensajes para que lo recordase, y no los respondió. Cada minuto que estuve allí esperándolo me sentí más triste y más tonta. Quise justificarlo pensando que de no conocerlo, nadie me hubiese acompañado tampoco. Pero él lo había prometido. Me repitió mil veces que ahí estaría, que me echaría la mano, que me daría su apoyo, y ni siquiera supo qué jodido día era.

Le di la espalda. Las mejillas me empezaron a arder y me quité con ambas manos las lágrimas corriendo por mi rostro.

Lo que me faltaba. Ponerme a llorar.

Alex me abrazó, sin entender del todo mi reacción. Y esa fue la grieta que hizo que me terminara por quebrar. Contuve tantas horas esas lágrimas de coraje que sabía que más temprano que tarde saldrían a flote, pero no habría deseado desbordarme en su presencia. No me importó llorar frente a él. No me importó si yo misma me desentendía de las razones por las cuales me sentía tan mal.

—Soy un idiota —dijo.

Negué con la cabeza. Pero no le estaba negando que lo era, sino que no me refería a eso.

Nuestro destino [COMPLETA✅]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora