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¿Por qué? ¿Cuál era el afán de la vida de hacerme coincidir con él?

Me cuestioné sí realmente era él. Si de verdad mis ojos estaban reconociendo bien a la persona que tenía frente. Si lo que veía era un espejismo, necesitaba urgentemente internarme manicomio.

Pero mis cinco sentidos me lo confirmaron. Realmente era Alex. Nada de él había cambiado. Solamente su apariencia lucía más cansada. 

Lo vi, y él me miró. Pero no solo me veía a mí, nos observaba a ambos. Sin moverse. Sin inmutarse. Sin mostrar una sola emoción en su rostro. Se le daba bien eso de ocultar emociones.

¿Cuánto tiempo tenía que no sabía de él? Antes había un río separándonos extremo a extremo, y ahora nos separaba el completo océano Pacífico.

Nuestras miradas chocaban más allá de los cuarenta pasos que nos separaban. Duró unos par de segundos. Un segundo por cada metro de distancia. Y aun así, tuve la sensación de que estaba tan cerca de mí como si hubiese podido sentir su respiración en mi nuca, asechándome en el peor momento que pudo encontrarme.

Seguía sin creerlo. De verdad era él. De verdad acababa de besar a otro chico en sus narices.

¿Qué diablos acababa de hacer?

—Casco —volví al mundo real cuando escuché la voz de Rafael detrás de mí.

Mierda, mierda. Me volví de inmediato a él, quien apenas alcanzó a percatarse que acababa de perder todo el color de mi piel.

Sacudí la cabeza. Dios mío. Los tenía a los dos juntos.

—¿Está todo bien, Natalia?

—Ah, sí. Sí. Vámonos.

Me empezaron a sudar las manos. No tuve las agallas de volverme de nuevo a Alex, que podía apostar que seguía de pie exactamente el mismo lugar.

—Vámonos —le dije. Casi, como una súplica. No se opuso. Ayudó a que me subiera en la moto, y de manera prácticamente dolorosa, tuve que aferrarme a su cuerpo para irme con él.


—Dame diez minutos y me desocupo —informó, introduciendo una llave en el cerrojo.

Me dejó pasar primero. Su casa, o más bien, su pequeño apartamento colindaba con otros iguales en renta. El techo no era muy alto, sin embargo la ubicación de la ventanas compensaba a su sobrecogedor tamaño. Entre tanto, toda mi atención voló en dirección a las cosas que habían sobre la mesa y suelo. Cientos de libros, escalas, planos, circuitos y demás cosas que no sabía qué funciones tenían pero que me resultaban interesantes de observar.

Todo lo demás era normal, contando al muy improvisado comedor plegable y a las macetas esperando a ser regadas. Todo muy normal.

Parecía tan... él.

—Listo. ¿Quieres que te lleve a tu casa o está bien si estamos aquí por un rato?

Pensaba inclinarme sobre la primera opción, pero me negaba a volver a casa y tener que darle más explicaciones a Liliana, o peor aún, quedarme sola y tener el espacio para pensar en todos los pensamientos que había evadido durante todo el día, en Alex, y en tratar de remar contracorriente al resto.

Nuestro destino [COMPLETA✅]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora