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Con los meses, fui entendiendo cómo funcionaba la dinámica detrás de este tipo de trabajos. Y no me refiero laboralmente, sino a cómo las influencias movían jerarquías. Las paredes oían. Yo no sabía di tomármelo tan en serio. Moralmente no me disgustaba, pero tampoco era mi trabajo soñado. Profesionalmente no me convenía puesto que me quedaba poco más de medio para titularme y, de ser posible, haría todo lo que pudiese para poder ejercer en algo de lo que estaba estudiando.

Solo unos cuantos meses y mi tan sobrevalorada época universitaria se me acabaría. En una abrir y cerrar de ojos.

—Hernández —me llamó una compañera pelinegra, llamada Génesis —, encárgate de esto.

Génesis era con la que más convivía todo el tiempo. Llevaba cerca de seis años trabajando ahí, así que ella estaba un eslabón más arriba como para darme órdenes. Se le daba bien eso de controlar las quejas de clientes que arremetían con los empleados más que como la empresa como tal.

—Todo listo.

—Mañana tendrás que terminar de acomodar toda esta mercancía a primera hora, pero por hoy puedes irte.

Asentí agradecida. Moría de ganas de volver a casa.

Cuando me dirigí a la salida de empleados, me encontré con un diluvio cayendo a media tarde, cosa que no era tan extraña si consideraba que estaba a mediados de junio, casi entrando el verano. Junto a la salida estaba Rafael, sentado en la banca peatonal del estacionamiento subterráneo del centro comercial. Una que otra vez a lo largo de esas semanas le había pedido ayuda en ciertas cosas y él me había brindado apoyo, hasta que pronto aprendí a valerme por mí misma, con todo y con las reprimendas del metro cincuenta de Génesis.

Supongo que mis ojos le pesaron en la espalda porque elevó su mirada a mí cuando notó mi que de lejos le estaba observando.

—Creí que tu turno había acabado hace horas —me dijo.

—Y yo creí que te habías ido desde hace un rato.

Negó, conteniendo una sonrisa.

—No es que no quiera irme, sino que no puedo.

—¿Por qué?

—Por la lluvia.

Fruncí el ceño. ¿Pero qué tenía que ver la lluvia?

Él señaló a la zona en la que las motocicletas estaban aparcadas, respondiendo a mi pregunta como si me hubiese leído la mente.

—¿Es tuya?

—Sí.

—Bueno... creo que también debería esperar un poco—suspiré y decidí quedarme ahí para no tener que hacer tiempo en la parada bajo la lluvia. Me resistí a sentarme sobre la banca para no ensuciar el uniforme, así que solo me recargué en la pared. Esperaría un rato en lo que la tormenta se apaciguaba, de todas formas, calculaba que el transporte público tardaría en pasar —. ¿Qué es lo que lees?

—¿Ah? —levantó de nuevo su vista hacia mí —. Ah, nada. Solo ojeo un libro para desaburrirme en lo que me voy.

Miré la portada del libro.

—¿Física mecánica?

—Así es —Cerró el libro, dejándome apreciar el subtítulo: Física mecánica y movimiento modular II.

Nuestro destino [COMPLETA✅]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora