Revelación

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Con el atardecer iluminando en anaranjados tonos sus trajes, el héroe miraba sobre el tejado de un edificio con indecisión a su compañera de batallas, que se encontraba sentada paralelamente a él, mirando lo hermoso del paisaje.

Sabiendo ya con claridad que era lo que él veía en ella y tras haberlo meditado por varios días, el gatuno suspiró hondo y giró su cabeza hacia la heroína.

Sentía nervios en el estómago y un presentimiento fuerte de que eso podía terminar mal. No importaron mucho, él estaba más decidido a decir la verdad, que consciente sobre las repercusiones que podría tener su revelación.

-Lady Bug, tenemos que hablar.

Llamó el enmascarado ganándose la mirada de la heroína, que no podía evitar sorprenderse de lo preocupado que parecía estar su compañero de batallas esa tarde.

Sus ojos azules observaron como el héroe giraba todo su cuerpo hacia ella, notando como ni siquiera podía mirarla a los ojos. ¿Qué estaba pasando?

-¿Es algo grave?

Preguntó comenzando a tensarse levemente, sintiendo su mano ser tomada y observando como el rubio levantaba su mirada para verla a los ojos, viendo sus verdes levemente acuosos. No hubo respuesta.

-¡Dime ya qué está pasando, Chat Noir!

Exigió la ojiazul totalmente desesperada, mientras una gran bocanada y la manera en que los labios color durazno del héroe temblaban, la hacían sentir el doble de ansiedad. El joven después de escuchar el grito estresado de la catarina, tomó valor y finalmente escupió las palabras.

-Tienes que perdonarme, enserio tienes que perdonarme por saber esto. Perdón Marinette, ya sé quien eres.

Ni él creía que lo había dicho, solo observó como los ojos azules que tenía sentados frente a él se abrían de par en par, no dando crédito a lo que estaba pasando.

Con lentitud ella retiró su mano aprisionada por la del héroe y retrocedió aún deslizándose sobre el borde del techo, teniendo la mirada fija en él.

Sus labios levemente abiertos en un semblante aterrorizado, eran mirados por un héroe gatuno que le preocupaba la manera en que la chica estaba retrocediendo aún sentada. Se veía tan asustada.

-¿Cómo te enteraste?

Le preguntó la enmascarada en un hilo de voz de su temblorosa boca, mientras su mirada navegaba por el paisaje del París vespertino.

-Lo descubrí sin querer, lo juro. Usabas unos audífonos y creí que estabas jugando a ignorarme, te seguí pero no creí que fueras a tu casa, hasta que te destransformaste y... lo descubrí.

La chica al escucharlo se abrazó a sí misma, mientras las lágrimas salían de sus ojos involuntariamente.

-No debí usar audífonos. Fue mi culpa.

El ojiverde sentía un sentimiento terrible en el pecho. ¿Por qué ella no le estaba gritando? ¿Tan malo era que él lo supiera? ¿Por qué se culpaba a ella misma? Esa no era una reacción normal para ser de la azabache ¡Ni siquiera lo estaba mirando!

Ni los últimos tonos del atardecer aliviaban la tensión que ambos sentían en sus hombros.

El silencio reinó por unos minutos de sollozos inaudibles, observando los últimos rayos del sol desaparecer frente a sus ojos. Ambos sentados a dos metros de distancia miraban sus piernas colgar de aquel edificio, mientras el gato, no pudo hacer otra cosa más que preguntar algo.

-¿Me quitarás mi miraculous?

Inmediatamente se arrepintió de haber hablado. Debió haberle preguntado sobre cómo se sentía, sobre qué podía hacer para que parara de estar así.

Ella giró y lo miró a la vez que secaba algunas lágrimas de su máscara.

-No, sería injusto.

Y volvió a mirar a la nada, ignorando la mirada de tristeza que el rubio tenía.

-¿Qué hago para parar tu llanto?

Ella ignoró al chico completamente, como si nadie le hubiera hablado, tomando su yoyo, levantándose y enganchandolo al edificio siguiente.

-Creo que ya es hora de irnos a nuestras casas.

El ojiverde sintió un impulso igual de loco que el que acababa de seguir momentos antes. No supo en qué momento había tomado la mano que sujetaba el yoyo de la azabache y la había acercado tanto que sentía el flequillo de la ojiazul chocar en su entrecejo.

-Soy Adrien, Adrien Agreste.

Y tras esos se destransformó frente a la ojiazul, dejándola estupefacta. La sorpresa en sus ojos era notable.

-Fuera Motas.

El ojiverde miró la luz rosada iluminar su ser, dejando ver a su amada Marinette tan impresionada que apenas parpadeaba.

Los kwamis aterrizaron en sus hombros y ella se quedó callada. Él en cambio le extendió una rosa roja con una sonrisa sincera.

-¿Será hoy el día que aceptes una rosa mía?

Su llanto que ya había parado, volvió a brotar de sus ojos.

-Adrien... ¡No!

Continuara...

Uy, drama.

Ya era necesario, pero bueno, tengo sueño, mañana checo la ortografía.

En fin, disfruten.

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