♍ MI PRÍNCIPE COLOR MIEL ♍

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—¿Te acuerdas del día que nos conocimos?

Aquella pregunta, la cual contenía tantos recuerdos y sentimientos hilados detrás suyo, emergió de la boca de aquel nómada de gran edad.

—Claro que lo recuerdo —exclamó a su lado aquel hombre de edad similar—. Fue cuando descubrí a mi principe de color miel. Recuerdo que ocurrió una noche de invierno, la más fría de todo el año me atrevería a decir. Tú entraste al local con tan solo un pullover y una chillosa bufanda roja. Ahí fue cuando abriste la puerta de un solo movimiento cómo si un viento azotador las hubiese empujado con la intención de destruirlas por completo —bajó la mirada y con cierta vergüenza, emitió un suspiro que derrochaba nostalgia—. Se que tendría que haberme asustado por tal entrada que parecía idéntica a un robo de mano armada, pero me quedé hipnotizado por aquellos ojos color miel y esa nariz rojiza por causa del frió, que se encontraban en la piel más blanca que jamás había visto

—¿Y qué pasó esa noche? —preguntó intrigado cómo un niño que escucha un cuento antes de sumergirse en las sabanas de su cama.

—Ese día, sin decir ni una sola palabra, te sentaste en una de las mesas más alejadas y te acurrucaste en la esquina entre la ventana, el asiento y la mesa, mientras hacías un fuerte con tu pullover que era casi mucho más grande que tú. Yo tan solo me mire con mis compañeros intentando buscar una respuesta de lo que sucedió o debíamos hacer, pero ellos estaban igual de confundidos que yo. Entonces decidí tomar valor y acercarme a tí como a cualquier cliente, tal vez así, podría saber lo que te estaba sucediendo

—¿Y qué me estaba sucediendo?

—Cuando me acerqué a tu lado, todo mi plan para entender lo que te sucedía se desmoronó. El sonido de tus sollozos agudos y el temblor de tus doloridas manos me dejó nuevamente congelado en el lugar, prohibiendome siquiera abrir la boca

—¿Entonces qué hiciste?

—Fue raro, ni yo me entendí en ese momento, pero sin decir nada, me senté a tu lado. No tenía el valor suficiente en ese momento para verte a los ojos, aún así escuche como tu llanto cesó a la vez que sentí tus ojos mirándome intensamente cómo si buscaras una respuesta de mi parte

—¿Y te dije algo?

Aquel hombre giró su cabeza en señal de negación mientras una sonrisa figuraba en su rostro.

—Con la torpeza que me caracterizaba ante los momentos de mucha tensión dije: "puedo tomar su orden señor". Ahora que lo recuerdo es muy gracioso, yo sentado a tu lado diciendo tal tontería, mientras tú me mirabas con los mocos colgando y los ojos rojos y cansados de tanto llorar. Aunque la verdad, en ese momento, estaba más nervioso que un día de prueba sin haber estudiado nada —sonrió dejando en evidencia las arrugas de su cara que se notaban con más ímpetu—. Obviamente note un cierto enfado de tu parte y con un "no quiero nada" te levantaste decidido a irte de allí de inmediato

—Ya veo, entonces me fuí —dijo con un tono algo triste y desilusionado.

—En realidad, estuviste a punto hacerlo —aclaró—, pero mi cuerpo y mi boca actuaron solos. "En el menú tenemos a alguien que puede escucharte", dije e involuntariamente tomé tu mano con cierta vergüenza y aún sin poder verte a los ojos

—¿Funcionó?

—Por suerte si, sino me hubiera muerto de vergüenza

—¿Y qué me estaba sucediendo? —volvió a hacer esa pregunta de nuevo.

—Según lo que me contaste, escapaste de casa. Siempre que te referías a ella le decias "Infierno", "He escapado del infierno" repetías insistente

—¿Le tenía miedo a mi casa?

—Más bien le tenias miedo a lo que estaba dentro de ella: tus padres —su cara se tornó algo más amarga de lo habitual—. Escuchar lo que te habían hecho hacer para que dejaras de ser tú mismo me dio una rabia inmensa al punto de querer tener una larga charla con los dos. Ellos te hacían ver cómo un loco, un fenómeno o incluso un enfermo, cuando lo que sentías era lo más normal del mundo. Aun así, ellos no lo veían de ese modo

—¿Qué tenía?¿Era algo malo?

—Todo lo contrario, era lo más bueno que podía ver en una persona sana: el amor. —le explicó nuevamente con una sonrisa en su rostro.

—Entonces, ¿qué ocurrió luego?

—En ese entonces, yo no pensaba en el amor, la verdad no salía mucho, y siempre estaba sumido en el estudio y en el trabajo. Sin embargo, al escucharte sentía un raro sentimiento que me decía: "ayudalo". Por eso, tan solo te escuche y te apoye, logrando de ese modo conocerte más. Y luego de dos horas, al final de la charla... —un leve sonrojo emergió de su huesudo y arrugado rostro— me enamore. Me enamore de tí

—¿De mí? ¿Qué fue lo que te atrajo de mí?

—En ese momento no lo entendía bien, pero con el tiempo lo comprendí. Aunque cuando te vi por primera vez estuvieses triste y cansado de tanto luchar, pude notar tus ganas de seguir viviendo aunque tus padres te diagnosticaron con tan estúpidas enfermedades imaginarias. Y todo se volvió más claro cuando pude volver a ver tus ojos color miel, que emanaban el brillo de un soñador esperanzado que daba lo mejor de él por ser fuerte; me cautivo cómo la constelación más bella del espacio. Al estar a tu lado se sentía agradable y acogedor, tanto que llegue al punto de pensar inconscientemente: "estoy en casa"

—Ya veo, entonces ambos nos enamoramos allí —afirmó cómo si hubiese podido recordar todo.

—Según lo que me dijiste un tiempo después, tú también te habías sentido igual en ese momento. Se podría decir que fue casi como un amor a primera vista. Es más, tú me dijiste que te llamó la atención mi mirada color cielo. Siempre me repetías: "tu mirada me tranquiliza, es tan celeste como un cielo despejado y sosegado"

—Entonces, mi única enfermedad fue amarte —hizo una breve pausa y sonrió—. Es la mejor enfermedad del mundo

—Lo es sin duda alguna

El lugar se quedó en silencio por un buen rato y mientras la máquina de pulsos empezó a tomar el mando de la habitación, su compañero de vida sujetó con fuerza la mano de aquel anciano muribundo.

Con dificultad, susurró por última vez aquella pregunta de nuevo.

—¿Te acuerdas... del día que nos conocimos?

Si bien él ya se había ido a un lugar mejor, aquel anciano no dejó de apretar su mano ni aunque los médicos lo trataron de apartar.

Aquella pregunta era la favorita de su pareja, ya que a pesar de su alzheimer, él trataba de buscar la respuesta como si algo dentro de él jamás quisiera olvidar ese momento.

Y a pesar de eso, cada vez que se lo respondía, él lo terminaba olvidando.

Sin embargo, aunque ya había perdido la cuenta de las veces que se lo preguntó, su esposo siempre le respondía de la misma forma, y eso se debía a que él ya sabía que responder:

—Fue cuando descubrí a mi principe de color miel

—Fue cuando descubrí a mi principe de color miel

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SENZAI [Historias Cortas BL]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora