Zayn sostenía la mano de Marie mientras caminaban, con cuidado de no pisar piedras o troncos que pudieran hacerle perder el equilibrio.
Si hubiera estado solo, habría elegido uno de los caminos menos transitados, pero con Cecilia a su lado eligió el más abierto. Caminaban muy despacio y ella parecía incómoda.
— Si quieres, puedo esperarte en la tienda mientras tú das un buen paseo. —Zayn la miró, sorprendido.
— ¿Quieres volver?
— No. Pero te estoy obligando a caminar muy despacio.
— No me importa. Además, caminando despacio veo cosas en las que antes no me había fijado.
— ¿Como qué?
— Nunca había visto que hay flores silvestres por aquí.
— ¿De qué color son?
— Blancas — contestó él, parándose un momento para tomar una. Después, se la puso a ella en la mano.
Marie se pasó la flor por la cara, disfrutando del contacto de los pétalos en su piel. Para Zayn, aquel acto tan simple estaba lleno de sensualidad y tuvo que tragar saliva.
— Huele muy bien — dijo ella, colocándose la flor detrás de la oreja.
Zayn tuvo que hacer un esfuerzo para controlar su agitación. La suavidad de la mano de Cecilia lo excitaba y su olor parecía invadirlo. Cuando sus cuerpos se rozaban, diminutas corrientes eléctricas parecían recorrer sus músculos.
El marcaba el ritmo, deseando correr como el viento para escapar del deseo que lo estaba quemando. Había esperado que salir de la casa aliviaría la tensión sexual que sentía cuando estaba con ella, pero se había equivocado.
— ¿Podrías ir un poco más despacio?
Zayn vio una marca roja en el brazo de Marie, donde una rama la había golpeado y se maldijo a sí mismo.
— Lo siento — murmuró, tocando la magulladura. Deberían azotarlo por caminar deprisa con una mujer ciega.
— No pasa nada. Es que da un poco de miedo ir tan rápido cuando no puedes ver.
El pecho de ella subía y bajaba y Zayn no sabía si era por el esfuerzo o porque él seguía acariciándole la piel magullada del brazo.
— Hay un riachuelo cerca de aquí, con una roca plana perfecta para sentarse. Allí descansaremos un rato.
— Muy bien — musitó ella. Se había puesto colorada, pero Zayn no sabía por qué.
Tardaron menos de cinco minutos en llegar al riachuelo. La roca era suficientemente grande como para que los dos se sentaran sin rozarse y Zayn se alegró.
El riachuelo pasaba debajo de ellos, creando una música natural muy agradable. Sobre ellos, un pájaro empezó a cantar y las hojas de los árboles susurraron, moviéndose con la brisa.
Zayn empezó a relajarse. Había pasado muchas horas sobre esa roca, buscando la paz y tranquilidad que solo la madre Naturaleza podía ofrecer.
— Es precioso, ¿verdad? — la voz de Cecilia era suave, casi reverente.
— Sí. Ojalá pudieras ver cómo el agua cae sobre las rocas. Cuando el sol brilla, parece de plata. Y, de vez en cuando, se puede ver un pez asomando la cabeza — empezó a explicar Zayn —. Al otro lado hay un claro, donde los ciervos y otros animales bajan a beber. También hay un camino y, en los bordes crecen flores silvestres un poco más abajo.
Cecilia le tomó la mano, sonriendo.
— Gracias — dijo simplemente.
— ¿Por qué? — preguntó Zayn.
Pero lo que realmente se preguntaba era si ella sabía lo que le hacía sentir cada vez que lo rozaba, si sabía que encendía el fuego del deseo dentro de él.
— Por ayudarme a ver.
— Tiene gracia, yo estaba pensando lo mismo.
— ¿Qué quieres decir? — preguntó, mirándolo con aquellos ojos tan verdes como el follaje de los árboles.
— Describiéndote el paisaje, era como si lo viera por primera vez.
— Sí, tiene gracia — murmuró ella, encogiendo las piernas, con expresión contemplativa —. Ahora mismo no me siento tan ciega. Mis otros sentidos están despiertos y, gracias a ti, me he hecho una imagen mental de dónde estoy.
— Este es uno de mis sitios favoritos. He pasado mucho tiempo en esta roca, contemplando la vida. No sé por qué, pero estar sentado en medio de la Naturaleza hace que la vida parezca menos complicada.
— Gracias, Zayn.
— ¿Porqué?
— Por traerme aquí, por compartir tú sitio favorito. Pero, sobre todo, por hacerme sentir a salvo cuando estoy contigo.
Zayn hubiera querido protestar. Ella no estaba a salvo. Y el peligro era él.
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El arbol de los Besos
RomanceAunque él la conocía bajo el nombre de Cecilia Webster, su verdadero nombre era Marie Gomez y, hacía tan sólo algunas semanas, lo tenía todo en la vida, hasta que una tragedia le arrebató la vista. La ceguera era sólo temporal, al igual que su nueva...