23. Nosotros

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Su casa. A la mañana siguiente, mientras Shelly le hablaba de Sam, Marie pensaba que, en veinticuatro horas, estaría de vuelta en Chicago.
Estaría de vuelta en un solitario apartamento. En una tienda que no podía llevar. En un sitio que nunca había sido realmente su hogar.
¿Cuándo se había convertido aquella casa en su hogar? ¿Cuándo había empezado a sentir que aquel era su sitio? Daba igual. No iba a quedarse. Volvería a Chicago con Kent Keller e intentaría retomar la vida que había dejado atrás.
Zayn se merecía una mujer que pudiera trabajar como voluntaria en el carnaval. Se ponía colorada al recordar a Millicent Creighton intentando buscarle un trabajo que ella pudiera hacer. Marie no se había sentido más inútil en toda su vida.

Zayn se merecía una mujer que fuera para él una compañera, no una carga.
Aquella mañana se había sentido de nuevo decepcionada al abrir los ojos y encontrarse con la oscuridad. Había pensado que con los asesinos entre rejas, recuperaría la vista milagrosamente. Pero no había sido así.

—De modo que le he dicho que necesitaba una mujer de verdad, no otra de esas rubias con las que sale —estaba diciendo Shelly—. Así que esta noche va a llevarme a cenar.

Marie intentó concentrarse en lo que ella estaba diciendo.

—Shelly, me alegro por ti.

—Sí, ese tipejo me ha robado el corazón. Ahora lo que tengo que hacer es
convencerlo de que yo soy la mujer de su vida.

Marie habría deseado advertirle que fuera despacio, que no se acostase con Sam hasta que supiera que la amaba.
Compartir la intimidad del sexo hacía que decir adiós fuera mucho más difícil. El corazón de Marie parecía a punto de romperse al recordar que, en veinticuatro horas, tendría que decirle adiós a Zayn para siempre.

—¿Tienes hambre? —preguntó Shelly entonces—. Puedo hacer una ensalada o calentar algo de sopa.

—No, gracias. No tengo apetito —contestó Marie. Además, cuando se había marchado por la mañana, Zayn había dicho que regresaría a comer. Prefería comer con él, sabiendo que sería la última vez que lo hicieran—. Pero tú come si quieres.

—No, yo tampoco tengo hambre, Cecilia. Estoy demasiado emocionada con lo de esta noche.

Marie se dio cuenta de que iba a echar de menos a Shelly. No solo había sido su ángel guardián, sino que se había convertido en su amiga.
Marie no había podido sincerarse con ella por la amenaza que pendía sobre su cabeza, pero en aquel momento no había nada que le impidiera contárselo.

—Shelly, mi nombre no es Cecilia. Me llamo Marie Gomez.

—¿Qué? —Shelly estaba sorprendida.

Durante los siguientes minutos, Marie le contó todo lo que había pasado y los acontecimientos que la habían llevado a Mustang.
Shelly la interrumpía de cuando en cuando para hacerle preguntas, absolutamente perpleja.

—Tengo que confesar que me has deprimido —dijo Shelly cuando Marie terminó su relato.

—¿Yo?

—Sí. Te vas mañana a Chicago y seguramente no volveré a verte. Voy a perder una buena amiga.

Marie le apretó la mano a Shelly.

—Yo también voy a echarte de menos.

—Entonces, lo del compromiso con Zayn era mentira —dijo. Marie asintió—. Pues deberían daros un premio de interpretación. Os he visto juntos y habría podido jurar que lo que veía en los ojos de Zayn cuando te miraba era amor.

Aquellas palabras hicieron que los ojos de Marie se humedecieran.

—Lo siento —se disculpó, intentando secar sus lágrimas.

—Ah, ya entiendo. Tú no estabas fingiendo, ¿verdad? Estás enamorada de Zayn.

De nuevo, los ojos de Marie se llenaron de lágrimas.

—Sí —susurró.

—¿Se lo has dicho?

Marie negó con la cabeza.

—No. Y no pienso hacerlo.

—¿Por qué no? ¿No crees que tiene derecho a saber lo que sientes por él?

—No hay razón para decírselo. Zayn y yo no tenemos futuro. Además, yo solo
he sido una obligación para él, alguien de quien tenía que cuidar. Nunca me ha indicado que yo fuera algo más.

Shelly dejó escapar un suspiro.

—Los hombres son un asco. A veces creo que sería mejor que me quedara soltera y me comprara un gato.

Marie rio, a pesar de las lágrimas. Shelly estaba demasiado llena de vida, era demasiado generosa como para pasar el resto de su vida sola.

—Tengo la impresión de que esta noche Sam Black va a quedarse con la boca abierta. Dentro de un año, estaréis casados, seguro.

—¡Que Dios te oiga! —exclamó Shelly—. No se me ocurre nada más maravilloso. Pero sigo pensando que deberías decirle a Zayn lo que sientes. Quizá él también esté enamorado de ti y tal vez no te lo diga por timidez o por miedo.

—No importa. Aunque me amase, no podríamos estar juntos.

—No te entiendo. ¿Por qué no podríais estar juntos si estáis enamorados?

—Shelly, soy ciega. Zayn necesita una mujer que sea su compañera. Yo no soy más que una carga y lo quiero demasiado como para casarme con él. Tendría que hacer muchos sacrificios, y no quiero eso.

—Pero tú misma has dicho que es una ceguera temporal. ¿No significa eso que podrías recuperar la vista en cualquier momento? ¿Qué pasa si te vas de aquí, no le dices a Zayn lo que sientes por él y, de pronto, recuperas la vista?

—¿Y si me quedo aquí, carga conmigo y nunca recupero la vista?

Antes de que Shelly pudiera replicar, oyeron que alguien abría la puerta. Marie supo el momento exacto en que Zayn entraba en la cocina.
Lo olía, el maravilloso olor que para ella significaba pasión y protección, seguridad. Sentía su presencia, como si solo con entrar en una habitación, la llenara de energía.

—Hola, jefe —lo saludó Shelly—. ¿Hay novedades?

—Nada —contestó Zayn. Había una gran tensión en su voz y Marie se preguntó cuál sería la causa.

—Bueno, me marcho. Marie, piensa en lo que te he dicho. Te llamaré luego —dijo Shelly.

—¿De qué hablaban?

—De nada. Cosas de mujeres —contestó Marie —. ¿Qué ocurre, Zayn?

—Nada —contestó él, pero la tensión en su voz le decía lo contrario.

—Sé que ocurre algo. Dime qué es, Zayn.

—Estamos en punto muerto con el caso Casanova. Y lo peor es que tenemos que esperar a que cometa otro asalto y meta la pata.

La necesidad de consolarlo era enorme, pero Marie se controló. Al día siguiente no estaría allí para ofrecerle consuelo. Por la mañana, Kent Keller iría a buscarla y la sacaría de la vida de Zayn.

— Marie, tenemos que hablar —dijo él entonces.

—¿De qué? —preguntó asustada.

—De nosotros.

El corazón de Marie se paró un momento.

El arbol de los BesosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora