Capítulo 6

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- Entonces la mujer empezó a gritar. – carraspeó preparando la voz, convirtiéndola en una más chillona- "Una rata. Una rata" Y yo mucho más ofendida que antes, le dije: "Rata usted, ese es mi gato".

Ya era mediodía cuando Lynette me contaba entusiasmada una anécdota que había vivido hace años, mientras trabajábamos sin descanso. Con la muñeca, porque la mano la tenía ocupada, limpié el sudor que caía por mi frente y me apoyé en la mesita.

Lynette era una buena compañía, aunque parloteaba hasta por los codos, conseguía que el tiempo pasase más rápido a su lado.

- Que señora más fastidiosa- reí por como contaba tan viva las historias.

- Lo era.

Con una de las manos alcé el jarro que había en la vitrina y con la otra pasé el trapo limpiando el polvo. Bufé intentando apartar uno de los mechones que se había soltado de mi recogido, Lynette se acercó al verme y me apartó el mechón, le di una sonrisa.

Unos pasos nuevos nos hicieron voltearnos hacía la puerta. Una señora de mediana edad que venía corriendo se apoyó en el marco de la puerta para controlar su respiración.

- ¿María, que pasa? - se acercó a ella Lynette.

- Necesitamos ayuda en el comedor.

En cuanto escuchó aquello, Lynette dejó todo en su sitio y salió corriendo con la sirvienta detrás suya.

Vale. ¿Qué?

Miré el trapo en mi mano y negué con una mueca. Yo no estaba allí para limpiar, por lo menos no principalmente, estaba para buscar información. Dejé el trapo en una mesa y me moví fuera de la habitación. En el pasillo no se veía ni un alma, por lo que tenía ventaja al ser la hora de comer.

Sin saber a donde ir, me moví libremente por el castillo, crucé algunos pasillos y abrí algunas habitaciones, pero nada de mi interés. Giré en un pasillo y una voz grave gritando ordenes desde una de las habitaciones llamó mi atención.

- ¡Así no puedo! ¡Que alguien llame a otro sastre! ¡Lo quiero fuera de aquí!

La habitación más cercana se abrió de un portazo y un hombre cargado de telas y cajas salió corriendo. Lo seguí con la mirada por todo el pasillo, pero una mujer que salió de esa misma habitación me agarró con fuerza para llevarme hacia adentro.

- El príncipe necesita a un nuevo sastre ahora volveré.

Miré con los ojos abiertos de par en par y aún conmocionada de haberme metido en ese lío sin haber ni abierto la boca. El príncipe estaba de espaldas sirviéndose un vaso de whisky con hielo, sin camiseta y con unos pantalones negros ceñidos al cuerpo. Una de las sirvientas estaba a un lado temblando con una mano en la boca.

Cuando se giró lo reconocí al instante, Kenneth, el príncipe mediano. Su cabello castaño con ligeros toques rojizos estaba peinado perfectamente hacía el lado derecho, sus ojos verdes como los de todos los King brillaban de diversión, tenía la mandíbula tan marcada como sus facciones y sus pecas se desperdigaban como estrellas por sus mejillas.

- ¿Nueva? - preguntó con diversión.

Asentí sin formular ninguna palabra.

- ¿Callada?

- No. Reservada, mejor dicho.

Alzó la ceja con una sonrisa.

- Cuéntame. ¿Cuánto llevas aquí? Porque una cara como la tuya no podría olvidarla y mucho menos un cabello así- se acercó hasta tenerme en frente y empezó a deslizar su mano por mi pelo, encantado.

- Llevo dos días- contesté secamente.

Él siguió deslizando su mano por mi pelo con los labios entreabiertos. Era una chica que nunca había resaltado mucho, no porque no fuese bonita, sino porque más bien no era el canon de belleza que habían creado los nobles en la sociedad. Mi cabello largo tenía un color tan vivo como era el pelirrojo, mis ojos de color cielo estaban acompañados de unas largas pestañas, mi nariz era pequeña y fina y mis labios eran delgados con un color rosado en ellos.

- Bueno, como veo que no te gusta mucho hablar ya hablare yo por los dos.

Miré a la sirvienta de la esquina que aún estaba encogida en su sitio, Kenneth dedujo mi pregunta al instante en que la miré.

- Se asustó. Solo pido un sastre que sepa hacer bien su trabajo, ¿es tanto pedir?

Me encogí de hombros.

- Ven aquí.

Con su mano señaló la silla del tocador.

- Majestad, mejor me quedaré aquí.

Frunció el ceño y esta vez se puso serio de verdad. Acababa de ignorar una orden de uno de los príncipes y al instante decidí retractarme.

- Lo siento, alteza. Voy - dije junto a una leve inclinación de cabeza.

Me acerqué a él y me senté donde me pedía. Sacó un cepillo de uno de los cajones y me deshizo el recogido para empezar a peinarme.

- Me estoy preparando para otro de los bailes de uno de mis amigos más cercanos. Como ya sabrá, siendo un príncipe debo vestir como tal, y esque el sastre que había estado aquí se había equivocado de medidas. ¿Se lo puede creer?

Yo ahora mismo no me podía creer nada.

- En fin...- resopló- No me ha dicho su nombre...

Abrí la boca a punto de decirle Adelaide pero entonces por suerte me acordé de que allí dentro tenía otra identidad.

- Catrina.

Él sonrió.

- Catrina necesito a más chicas como tú. ¿Qué te parecería ser una de mis doncellas?

Abrí los ojos al instante. Debía estar escuchando mal o se le había subido el alcohol demasiado rápido, como podía proponerme algo así si acababa de llegar.

- ¿Está hablando enserio alteza? - le pregunté con fingida ilusión.

- Claro que hablo enserio.

Era una gran ventaja ser alguien tan próxima al príncipe, y como seguro que mi salario subiría, acepté.

- Claro. Claro que me gustaría ser una de sus doncellas, majestad- dije formando una sonrisa falsa.

- Hablaré con su superior.

Este chico no sabía el error que acababa de cometer.

La caída realDonde viven las historias. Descúbrelo ahora