- Aquí finaliza la reunión de hoy- acabe de decir.
El sonido de las viejas sillas chirriar al ser arrastradas, envuelve el lugar junto a los aplausos y vitorees que me llenan el pecho de orgullo.
La gente empieza a salir de la sala con cuidado y mi jefe va detrás suyo para abrir la puerta, actualmente cerrada con llave, de la taberna.
Mi jefe al que conocí antes de cumplir catorce años y me dio un puesto como camarera en su pequeña y vieja taberna, siempre se ha mantenido conforme conmigo y poco a poco con los años me fue subiendo los cargos hasta ser la primera persona en la que más confía. Hace un tiempo le conté sobre mis opiniones y pensamientos, debatí con él durante tres horas y él acabo dándome la opción de reunirme con el grupo en una sala secreta de la taberna.
La familia real nos había llevado a la ruina de múltiples maneras, pero para ser aún peor dentro de un mes el peor de los hijos del rey ascendería para ser coronado como rey.
El futuro rey Azael el más cruel, más despiadado y arrogante del reino.
Hace unos años aproximadamente el futuro rey empezó una relación extraoficial con la princesa de nuestro reino vecino, provocando una disputa a punto de acabar en guerra si no fuese por la amistad entre las dos reinas del lugar.
Y esa solo era una de las tantas veces que casi acabamos en malos términos con otros reinos por él.
Pero no era solo Azael el problema, sino que también sus hermanos. El mediano, Kenneth, se pasaba el tiempo entre las telas y costuras en busca del mejor conjunto para el siguiente cotilleo más próximo. Y el pequeño, Adrien, pasaba su tiempo más preciado envuelto entre sus libros mientras despotricaba sobre la política y su familia "perfecta".
Hacía ya unos cuatro meses que había formado aquellas reuniones donde pasábamos el tiempo construyendo paso a paso la caída de la familia real.
- ¡Cerrado! - se alzó la voz de mi jefe.
El sonido de unos puños golpeando la puerta no cesaban. Me moví fuera de la sala secreta, cerrando la puerta con llave.
La taberna era muy vieja, estaba en la parte más pobre del reino que está cubría más del cincuenta por ciento de la población. De undía a otro el techo se desplomaría encima nuestro, no tenía la menor duda.
Me acerqué a la puerta y quité el cerrojo, pero no me dio tiempo a abrirla en cuanto está estallo y me dejo en el suelo. La vista se me nublo, la cabeza me empezó a dar vueltas y solo pude escuchar los pasos de una persona en concreto que resaltaba entre los demás.
Unas botas negras como las plumas de un cuervo llamaron mi atención desde el suelo. Mi dolor se fue apaciguando al igual que mi vista hasta que pude levantar mi mirada y ver al hombre delante de mí.
Este llevaba unos pantalones negros ceñidos al cuerpo y una camisa blanca arremangada hasta los codos, su pelo medio rizado y oscuro le rozaba la frente delicadamente hasta el punto de llegar a sus ojos verdes. Sus facciones eran maduras y sus labios eran finos y rosados que contrastaban con su piel pálida.
El príncipe Adrien.
Los guardias me rodeaban empuñando sus armas en busca de que me defendiera, pero no hice nada, me quede allí esperando.
- ¿Adelaide? - su voz sonaba en un tono indiferente.
- Si - respondí.
Me levanté del suelo poco a poco y me quité el polvo que se me había enganchado en los pantalones.
Sin duda luego tendría que barrer todo aquel desperdicio.
- Por la información que ha llegado hasta mi persona, aquí se están formando unas reuniones en contra de la monarquía y su rey, ¿estoy en lo cierto? - su tono era calmado.
Mierda.
Tenía que salir de esta así que hice lo mejor que una puede hacer en estos casos, actuar como si no supiese de que estaban hablando.
- ¿Qué? ¿Aquí? Lo dudo majestad, soy una simple camarera de una zona pobre que cobra un par de monedas al mes, como podría mover a un grupo de personas.
- No sé, dígamelo usted.
Mi jefe a un lado miraba la escena temblando.
- ¿Podemos hablar en una de las mesas más alejadas? Digo, para tener intimidad.
No respondí porque él ya se dispuso a buscar una mesa. Miré a mi jefe y le intenté expresar con mi mirada calma antes de seguir al príncipe.
- Tengo una propuesta para usted- dijo el príncipe.
- No sé de qué me habla, solo soy...- no me dejo terminar.
- Escúcheme - su mirada brillaba con arrogancia y crueldad - puedo hacer que la ejecuten y lo haré si no acepta mi trato.
Tragué saliva asustada, pero sin demostrárselo.
- ¿Qué tipo de trato?
- Entre tú y yo, no quiero que mi hermano ostente todo el poder del reino. Es de dominio público que odio a mi padre y parcialmente a mis hermanos, odio sus actos hipócritas al demostrar una clemencia y una humildad que desconocen.
- ¿Y me está diciendo que?
- Quiero que usted sea mi espía dentro del castillo.
- Creo que se está confundiendo - digo segura.
Sé que no debo fiarme de él.
- Le diré una cosa, usted estará dentro del ámbito real lo que quiere decir que dispondrá de información confidencial si es lista y tiene suerte, y yo podré tener bajo control a mi familia. A mí me importa una mierda lo que le pueda pasar al reino desde mi más oscuro corazón, odio este lugar igual que a su gente, pero odio más a mi familia. ¿Así que hay trato o no? - aquello me sorprendió, sabía que era una persona fría, cruel y odiosa como sus demás hermanos, pero él lo demostraba sin pudor.
No podía negarme, ya me lo había dicho al principio, que si no lo aceptaba me ejecutaría sin problemas.
- No me puedo negar supongo.
- Esa es la respuesta que quería escuchar - su sonrisa creció.
Un escalofrió me recorrió la espalda.
- Recuerda que si quieres tener ventaja en todo esto es mejor que nadie sepa de nuestro trato. Te mandaré instrucciones pronto.
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La caída real
FantasyUna monarquía desastrosa con una familia catastrófica en ella. En Faller no aguantan más a la familia monárquica que ostenta el poder desde hace cientos de años. Una chica joven criada en los peores lugares del reino espera su momento, después de v...