Capítulo 4

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Habíamos pasado toda la mañana limpiando diferentes lugares, uno más alejado que el otro dentro de palacio, en ningún momento había conseguido despegarme de la positiva Lynette. Aunque no había conseguido nada de información que me valiese, Lynette se había pasado el tiempo parloteando sobre todos los chismorreos que conocía sobre los residentes de palacio.

- Entonces, el jefe de cocina le dijo a...- la interrumpí antes de que siguiera.

- ¿Y conoces algo sobre el rey o los príncipes? - dije curiosa y como si nada, como si realmente no tuviese segundas intenciones.

Ella negó.

- Está prohibido que los sirvientes nos acerquemos a más de tres metros de la familia real, como para poder enterarnos de algo. Tienen todo tan guardado, siempre se ven pulcros, intimidantes, pero respetuosos y reservados.

En mi cabeza los maldecí más de siete veces.

Seguí pasando el trapo del polvo por la estantería, cada vez más cansada. Sabía que no iba a conseguir mucha cosa el primer día, pero tampoco esperaba trabajar tanto tiempo, había pensado que podría volver corriendo para ayudar a Marc, pero ya no podría. El sentimiento de culpa me embargo, él ya era un hombre mayor y cansado cuando se diese cuenta que no estaba por allí, se preocuparía. Debería haberle avisado, pero ya no podía cambiar nada, hablaría con él en un futuro.

- Ya hemos acabado- dijo Lynette.

Por fin.

- Bajemos todo esto, lo dejamos en sus respectivos lugares y ya podremos irnos.

Asentí ante lo dicho y cargué con mis cosas por las escaleras de servicio, donde los trabajadores subían y bajaban agitadamente, volviendo mi tarea de no volcar el cubo de agua más difícil. Cuando llegamos a la primera planta nos movimos por donde anteriormente habíamos subido, pero al girar en una de las esquinas unas voces discutían acaloradamente por lo que sin ver quiénes eran cogí del brazo a Lynette, y la empujé hacia atrás para que no nos delatara. Me miró con el ceño fruncido y yo con el dedo en los labios, la mandé a callar.

Dejé las cosas en el suelo con el más mínimo cuidado, y me acerqué sigilosamente para sacar parte de mi cabeza y ver quiénes eran. En cuanto los vi y los detallé me alejé y me pegué a la pared para escuchar todo.

Eran dos hombres uno que pude identificar enseguida y el otro, el cual desconocía su identidad. Uno de ellos era Azael, aquel joven príncipe que iba a sustentar en poco tiempo la corona, sin saber las consecuencias que nos depararía ese simple hecho. Azael el hombre más egoísta, mujeriego, impertinente, molesto y estúpido del reino. Podría recitarte toda su vida, de la que estábamos enterados los pueblerinos, de pe a pa en un santiamén. Lo odiaba, desde siempre, desde el momento que lo vi con mis siete años, yo pidiendo comida y él riendo al otro lado lanzando un escupitajo hacia mis manos. La rabia se encendió en mí de nuevo, pero me relajé. Lo sacaría de aquel trono, fuese como fuese.

Azael era alto y con su porte erguido se veía aún más, su pelo platino no llegaba a ser del todo rizado, sino que lo tenía ondulado. Sus cejas en aquel momento habían estado fruncidas por la discusión, sus ojos eran igual de verdes que los de su hermano y sus labios estaban resecos, pero con un color vivo en ellos.

La familia real era muchas cosas, pero lo que no podía negar es que aquella familia había nacido con el don de la belleza.

Al lado de él, se encontraba otro chico, con las manos en los bolsillos y sin rasgos de molestia, aunque Azael le gritara. Era un chico más bajo que Azael, su pelo tenía un tono gris con destellos verdes, que lo hacían ver diferente entre los demás, sus orejas eran bastante alargadas y puntiagudas sus ojos eran de un color gris claro.

- ¡Joder, Jake! ¿Es que no lo entiendes? Dentro de un mes llevaré la corona encima, estos asuntos hay que zanjarlos- rugió Azael.

- Lo he intentado, pero hay tanta mierda- suspiró, el supuesto Jake.

- Pues arréglalos, como sea. ¿Entiendes? O te cortaré la cabeza y la tiraré a la zona más pobre del reino, donde nadie te recuerde.

Me tensé ante ello.

¿Escondía cosas, el príncipe Azael? No lo dudaba, pero me sorprendía que se viese tan alterado por ello. ¿Cosas que no quería que salieran a la luz? Eso ya lo resolvería.

Cuando pensé que seguirían con su discusión, Azael empezó a andar hacia nosotras y entonces empecé a alterarme, nos descubriría. Miré a Lynette la cual ya estaba corriendo despavorida por el pasillo en dirección contraria a la del príncipe, me saqué las bambas corriendo y con ellas en la mano, la seguí corriendo. Nos escabullimos en una puerta a un lado del pasillo y cuando entré en ella, Lynette la cerró con cuidado. Ella estaba hiperventilando mientras agitaba una mano en su cara.

- Casi nos pilla, casi nos pilla...- susurró Lynette.

- Pero no nos ha visto- le dije.

El silencio se extendió en la pequeña estancia oscura, menos por la rendija por la cual se colaba la luz de la luna, además esta estaba llena de materiales que desconocía y a los que no di importancia.

Entonces una risa hizo vibrar todas mis extremidades, miré impactada a la chica delante de mí que reía como si acabase de hacer lo mejor de su vida.

- Creo que es lo más emocionante que he vivido en mi vida- dijo emocionada.

Me sorprendí por lo que dijo, pero aquel comentario me relajo y le sonreí.

- No puede ser lo más emocionante que hayas hecho en tu vida- le dije.

- Claro que lo es, no tienes ni idea- su sonrisa me contagiaba.

- ¿Qué vives bajo una piedra? - bromeé y reímos las dos.

Cuando dejamos de reír, ella aun con una sonrisa en sus labios empezó a hablar.

- Mi madre trabajaba aquí desde siempre, mi infancia no ha sido la más divertida, pasaba mi tiempo en la cocina o entrando en las diferentes estancias del sótano donde trabajaban los sirvientes. Nunca llegué a subir a otra planta que no fuera la cero por lo menos hasta que no cumplí los catorce y empecé a trabajar aquí una media jornada, mi madre ganaba poco y necesitábamos el dinero, pero ella se fue poniendo enferma y al final tuve que sustituirla y empezar a hacer muchas más horas. Aunque está no es mi casa, realmente he pasado más horas en palacio que en mi propio hogar- relató.

Abrí la boca buscando las palabras exactas, me recliné en la pared y me deslicé hasta tocar el suelo.

- Entiendo. Llevo desde antes de cumplir los catorce años trabajando en una taberna, vivo en la zona más pobre del reino, aunque este año nos está yendo mejor, muchas veces no tenemos para llenar las encimeras. Mi padre murió cuando era pequeña por culpa de una enfermedad a causa de trabajar en las minas de la frontera.

Era la primera vez que me habría con alguien, sentía que, aunque fuese muy temprano era la primera persona en mucho tiempo que me transmitía calidez y tranquilidad, podríamos llegar a ser amigas.

- Pues él mío era un capullo.

Y volvimos a reír. Me sentía a gusto con ella.

- Cambiando de tema. ¿Qué es lo que hemos escuchado ahí fuera? - preguntó curiosa.

- No lo sé, pero lo descubriré- le conteste.

- Si vas a investigarlo, necesitaras a alguien que lleve toda su vida entre estas paredes, que sepa infiltrarse en cualquier rincón del palacio y que se entere de la mayoría de cosas que pasan.

Le sonreí.

- Bienvenida al equipo.

La necesitaría. No le diría el trato que tenia con Adrien ni las reuniones que organizaba en secreto, pero con ella descubriría todo lo que pudiese allí dentro.

La caída realDonde viven las historias. Descúbrelo ahora