Capítulo 9

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Los días pasaban con normalidad desde la última vez que vi a Adrien. Trabajaba en palacio y en mi tiempo libre ayudaba en la taberna, cada día traía más dinero a casa, aunque no fuese nada comparado con las casas más altas, nuestros ahorros habían aumentado considerablemente.

- ¿Mama? – la llamé mientras cerraba la puerta de casa.

Hoy había ido a la taberna y como era de costumbre esta estaba plagada de trabajadores borrachos buscando algo de diversión. Olía a alcohol desde lejos y necesitaba una ducha urgentemente.

No llegó ninguna respuesta por lo que subí las escaleras a trote, escuchando el rechinar de la madera podrida, y fui abriendo cada una de las puertas buscando a mi madre.

- ¿Mama? - volví a llamarla.

Cuando llegué a la última habitación, que ni puerta tenía, vi su cuerpo enfrente de la ventana, y algo en el ambiente me puso en alerta.

- ¿Mama?

Un sollozo salió de sus labios y mi cuerpo se tensó casi al instante, me acerqué a ella cautelosamente y esta se giró hacía mí.

Su maquillaje estaba corrido, sus mejillas y su nariz estaban rojas, sus ojos lagrimeaban y su cuerpo temblaba, mientras se abrazaba a sí misma, algo en mí se rompió, agrietando parte de mi ser.

- ¿Mama, que pasa? - le pregunté mientras la abrazaba con fuerza.

- Yo..., yo... - se entrecortó entre sollozos.

- Mama, por favor me estas preocupando mucho- le supliqué que hablará.

- Lo he perdido, lo siento mucho. He perdido el trabajo.

La noticia me golpeó con fuerza, no podía derrumbarme ahora, así que cerré los ojos, respiré hondo y acaricié el cabello de mi madre. Aun así, supe que había mucho más detrás y que algo me ocultaba, que era lo que realmente le afectaba.

- ¿No es solo por eso, verdad?

En cuanto pregunté aquello, su reacción fue inmediata, se separó de mí, se limpió las lágrimas con el dorso de su mano y en su cara se plasmó una rabia electrizante. Por sus ojos pasaron mil emociones que no supe descifrar hasta que solo vi en ellos una cólera explosiva.

- Se propasó más de la cuenta, estaba borracho y no había nadie en la casa, yo estaba acabando mis labores como en todas mis jornadas y él se acercó... - sus labios temblaban de rabia.

En ningún momento la presioné, sabía que mi madre contaría las cosas a su debido tiempo. Pasaron unos segundos hasta que ella se vio con fuerzas de continuar.

- Su mujer llegó antes de la fiesta y cuando vio aquella situación la malinterpretó...- por un momento se quedó callada como si sus pensamientos divagaran sin rumbo- Me he quedado sin trabajo... para... siempre.

Y sin que me lo explicase lo entendí, todo el trabajo duro por el que había luchado mi madre se había ido al garete, no volvería a conseguir trabajo en los altos puestos porque la fama que inventarían correría antes de que ella volviese a tocar la calle. Pero ahora mismo eso no era lo importante, sino mi madre y como estaba ella.

Más tarde, nos encontrábamos en el porche de la casa, sentadas, una al lado de la otra con el sonido de una ciudad que nunca duerme de fondo.

Solo ella y yo.






- ¡Catrina, te quiero aquí! - gritó Kenneth.

Me acerqué al instante a él esperando una nueva orden. Empujó con su mano a la mujer que le ponía los accesorios, y me agarró de la mano para ponerme detrás suya. Me miré al espejo, mis ojos cansados llevaban una capa de maquillaje para no llamar la atención de mis pronunciadas ojeras, mi piel estaba mucho más pálida de lo normal, mis fuerzas y mis ganas de aguantar a un príncipe malcriado eran nulas.

Cerré la boca y aguanté al malhumorado príncipe.

- Arréglame el destrozo que me han hecho en el pelo. ¡Ya! – señaló de manera acusatoria a la mujer que había apartado- ¡Te quiero fuera de aquí, no vuelvas a entrar con esas desastrosas manos! ¡La escoria como tu no debe volver a entrar a palacio!

Mi boca se abrió ante la sorpresa de todo lo dicho por su majestad. Antes de que alguna de las doncellas pronunciase algo al respecto, la mujer ya había salido corriendo de la habitación. Todas las demás se resguardaron de la furia del príncipe ignorando lo ocurrido.

Cogí el cepillo del tocador y empecé a arreglarle el cabello. Carraspeé ruidosamente y me giré para mirar a las tres doncellas que quedaban.

- Necesito que traigan una bufanda nueva de color negra, para que luzca mejor con la vestimenta del príncipe- puse como excusa.

Una de ellas asintió.

- Las tres, por favor- pedí.

Ellas fruncieron el ceño igual que el príncipe al escucharme, pero se movieron en cuanto Kenneth asintió hacía ellas.

Empecé a cepillar su cabello tranquilamente, él me miró en todo momento esperando a que hablara, no era normal que indirectamente hubiese echado a todas las doncellas para buscar simplemente una bufanda nueva.

- Majestad, con todo respeto...

Lo que menos quería era que me echara a mi también, pero tampoco me podía quedar callada, me la estaba jugando y lo sabía.

Kenneth bufó con fuerza, como un niño que estaba a punto de ser reprendido.

- Lo que acaba de hacer no ha estado bien- no me dejó seguir.

- Era una inepta. Era incapaz de hacer algo bien.

- Alteza usted es mejor que esto, debe controlarse si quiere ser el mejor de los mejores nobles- toqué el tema que le interesaba.

- Ya soy el mejor.

- Lo es. Pero, ¿y si se enteran del trato que tiene usted con su personal?

Adelaide calla, que este te manda de cabeza a la horca.

Se quedó en silencio.

- Si, puede que tengas algo de razón Catrina. Mis grandes fans aristócratas piensan que soy de lo más poderoso y humilde, como ya habrás visto en mi es algo que me caracteriza- se rascó la barbilla.

Le sonreí a través del espejo con la esperanza de que no volviese a ocurrir.

- La siguiente vez no tendré público.

La caída realDonde viven las historias. Descúbrelo ahora