8: Confianza

721 83 60
                                    

Cuando su madre convocó de la nada, una reunión de emergencia, Jiang Cheng supo que algo iba muy, pero que muy mal. Era posible que hoy rodase alguna cabeza. La última vez que eso ocurrió, se habían pasado dos semanas trabajando horas extras para solucionar una cagada monumental de un antiguo comercial. Si aquel tipo había vuelto a encontrar trabajo de comercial después de aquello, había tenido que ser todo un milagro. Estaba más que seguro de que ese había acabado en la lista negra de una buena cantidad de empresas. Los contactos de su madre eran de temer.

Las cosas empeoraron tan pronto como descubrieron que la empresa al completo estaba reunida. Hasta la recepcionista estaba allí. Las miradas interrogativas volaban en el tenso silencio cargado de la sala. Trató de mantener una apariencia calmada. No tenía ni idea de que se les venía encima, pero no servía de mucho especular. Tan pronto sus padres llegaron y comprobaron que todos estaban en la sala, la reunión empezó, con ambos en pie. La parte buena, era que no iba a durar mucho, o ambos se habrían sentado.

Las noticias fueron realmente alarmantes. Habían recibido una propuesta de compra por parte de Wen Xu. Obviamente, la propuesta había sido rechazada, para el alivio de unos cuantos. Aquellos que llevaban suficientemente poco tiempo en la empresa para no conocer su historia con los Wen, pronto fueron puestos al día de forma directa y concisa. Wen Rouhan había sido socio durante varios años, hasta que un día huyó con una buena parte del dinero de la compañía, cometiendo un desfalco por el que todavía tenían revisiones semestrales muy duras de hacienda.

Aunque pudieron demostrar su inocencia en el asunto, las cosas no habían acabado bien. La empresa a punto estuvo de acabar en banca rota, y los siguientes años fueron tremendamente duros. Jiang Cheng recordaba demasiado bien esos días. En solo unas semanas había pasado de tener cubierta toda tu vida universitaria a tener que trabajar día y noche para poder pagar las tasas básicas. No habían sido días agradables, ni tampoco años. Si algún día sus padres se enteraban de todo lo que habían llegado a hacer él y Wei Ying para pagarse sus estudios, se les caía el pelo.

La vida de los Jiang se había convertido en un infierno de la noche a la mañana. Y la razón por la que Jiang Cheng había pasado directamente a formar parte de contabilidad nada más salir de la carrera, estaba ahí. La única razón por la que todavía no era el jefe del departamento era porque su superior había estado trabajando para ellos desde aquellos días y no le faltaban muchos años para jubilarse. Y debía admitirlo, estaba aprendiendo de él a hacer una buena cantidad de perrerías para conseguir que la gente pagase sus pedidos a tiempo.

Así que las órdenes eran directas para todo el personal. Nadie les pasaba llamadas de los Wen, nadie les cogía pedidos o contratos a los Wen, nadie les permitía el paso por la puerta a los Wen. Y si se ponían farrucos, se llamaba directamente a la policía, sin ningún tipo de clemencia. Cualquier conversación que fuese forzada a través de terceros, se grababa y se informaba directamente a dirección de ello. La amenaza de despido de incumplirse era muy real. También les pedían máxima discreción y secretismo con respecto a sus clientes. No debía de salir de allí ningún tipo de información que pudiese llegar a los Wen. Nunca se sabía qué tipo de artimañas podían llegar a usar esos tipos.

Tan pronto como la reunión acabó, Jiang Cheng se encargó de avisar a su hermano. Wei Ying y él conocían demasiado bien a los Wen. Les habían dado problemas antes. Estaban vetados en la tienda desde el primer día. Ambos se habían visto envueltos con Wen Chao en sus días de universidad. No querían volver a ver a esa escoria durante el resto de sus vidas. Ese tipo había tratado de propasarse con ambos. Wei Ying le había partido la cara en dos ocasiones y había perdido su trabajo en el peep show por ello.

Jiang Cheng lo había tenido que aguantar en sesiones conjuntas en más de una ocasión. Jamás un sumiso le había dado tanto asco como él. Su cuerpo todavía se estremecía de recordar aquella encerrona en la que acabó siendo víctima de su propio látigo y no había sido violado porque el dueño del local había intervenido. Gracias a los cielos que se habían pasado diez minutos en el tiempo de uso de la sala. Él había sido la razón principal por la que grababa sus sesiones y nunca llevaba a ningún otro dom a su mazmorra. Jamás dejaría que ese ser inmundo se enterase de donde vivía.

La caricia de ZidianDonde viven las historias. Descúbrelo ahora