14: Intimidad (2/2)

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Salieron a pasear, sin un objetivo fijo en mente. Sus manos se tocaron varias veces, hasta que XiChen se atrevió a tantear la palma de su mano, con una caricia suave y medida. Jiang Cheng entendía perfectamente qué buscaba, así que apretó su mano, y aceptó aquel gesto de complicidad. XiChen se sonrojó ligeramente, y sonrió, realmente contento. Jiang Cheng bufó, empezando a sentir que se ablandaba por esas sonrisas. XiChen era capaz de ser increíblemente feliz por las más pequeñas cosas. Y aquello se sentía especialmente bien. Su mano era cálida y se adaptaba fácilmente a la suya. Le hacía caer en la falsa ilusión de que estaban hechas para encajar perfectamente.

Cómo acabaron en el Museo de las ciencias, era casi un misterio. No tenía sentido alguno estar allí, pero igualmente acabó sucediendo. Simplemente habían estado caminando sin rumbo, hasta que pasaron por la puerta. Jiang Cheng expresó que nunca había entrado, y XiChen simplemente tiró de él. Empezaron por las exposiciones temporales. Acabaron activando todos los elementos interactivos que encontraron, comentando cada uno de ellos, jugando y riéndose como un par de críos. Tal vez algo menos escandalosos. XiChen resultó ser más ruidoso en el dormitorio que cuando algo le asustaba.

Por supuesto, ir con un químico al museo de la ciencia, se convertía de inmediato en una visita guiada y explicada de cabo a rabo. XiChen lo hacía fácil y su voz aterciopelada llenaba el espacio en torno a ambos. Más de una vez se encontró con algunos críos, y familias incluidas, siguiéndolos para escuchar a escondidas mientras XiChen explicaba algo entusiasmado. No pudo evitar preguntarle si en algún momento no pensó en ser profesor. XiChen lo negó. Había querido dedicarse a la investigación, pero la empresa familiar necesitó de una nueva cabeza al frente y no pudo negarse al puesto.

No le disgustaban los niños, pero no se sentía apto para enfrentarse con treinta de ellos al mismo tiempo durante meses. Jiang Cheng no podía decir que no lo entendiese. A-Ling era un enano y conseguía sacarle de quicio a veces, y ni siquiera pasaba tantas horas al día con él. Pero XiChen parecía tener la paciencia y la facilidad de trato. Tal vez en algún futuro lejano podría planteárselo. No sería una mala jubilación. Jiang Cheng se rió de ello. Faltaban siglos para que algo así pasase.


Pasearon por la exposición permanente sin prisa, parándose más tiempo donde más les interesaba. Entraron en la sala del planetario, donde el audiovisual se presentaba por todo el techo, como si realmente estuviesen viendo las estrellas a través de un telescopio. Fue hermoso, y el amparo de la oscuridad durante los primeros segundos, les permitieron intercambiar algunos besos con una cierta intimidad. XiChen deslizó su mano para apoyarla en su cintura durante todo el tiempo, permitiéndole apoyar el peso ligeramente en su hombro, mientras mantenía los brazos cruzados frente a él. Aquella mano se mantuvo cálida, acariciando suavemente sobre su camiseta, hasta que salieron de la sala.

No se dieron cuenta del discurrir del tiempo, hasta que salieron y se encontraron con el atardecer en el horizonte. Se desplazaron hasta el parque más cercano para acabar sentados en la hierba, completamente extenuados. Ver la puesta de sol no era una mala manera de acabar el día. Cuando Jiang Cheng se recostó en la hierba, colocando los brazos tras la cabeza, XiChen lo hizo junto a él. Cuando XiChen se acercó lo suficiente como para apoyar su cabeza con la suya, se giró hacia él. Compartieron un beso, suave y lento, perezoso.

Dejó que XiChen se incorporase para colocarse pegado a él, que acariciase su cintura con suavidad y repartir más besos lentos. Relajados, aprovechando el tiempo para mimos y suaves halagos. Jiang Cheng acabó sacando las manos para acariciar su espalda, y atraerlo suavemente. La suave conversación en voz baja fluía sin prisas, aceptando los silencios de las miradas compartidas. Disfrutando de la compañía. Finalmente permanecieron acurrucados, en un silencio cómodo, interrumpido por los besos ocasionales.

La caricia de ZidianDonde viven las historias. Descúbrelo ahora