18. Ideas descabelladas para momentos desesperados

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—Por fin despiertas, bella durmiente —comentó Jeimmy divertido girando para verla directo a los ojos— ¿Cuantas horas crees que has dormido?

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—Por fin despiertas, bella durmiente —comentó Jeimmy divertido girando para verla directo a los ojos— ¿Cuantas horas crees que has dormido?

—¿Cuál pan molido? —preguntó aún somnolienta.

—Creo que aún no estás del todo despierta —dijo entre risas.

—Sí estoy despierta —replicó apoyándose en el marco de la puerta aparentado tranquilidad—, la pregunta aquí es cómo entraste.

—Por la puerta, ¿Por dónde más? —se encogió de hombros con inocencia.

—Ah no sé, dime tú —exclamó Naomi sarcástica—, anoche entraste por la ventana... de un segundo piso.

—Eso fue diferente —hizo una pausa con gesto pensativo, pero preocupado— ¿Ya te sientes mejor?

—Sí, estoy bien —se separó de su apoyo para reafirmar su punto, pero su equilibrio le falló en el último instante.

Sus piernas le flanquearon como si estuviesen hechas de gelatina y no pudiese sostener su propio peso, el mareo se hizo intenso nublando su visión. Con sorprendente rapidez, Jeimmy corrió a su encuentro sosteniéndola justo a tiempo y como era su costumbre, la cargó entre sus brazos llevándola hasta el comedor donde la sentó con cuidado.

—¿Por qué nunca me dices la verdad? —le riñó molesto y preocupado— Pudiste haber caído y golpeado la cabeza otra vez.

—¿Otra vez? —indagó extrañada— ¿Cómo que otra vez?

—Naomi —susurró acercando su rostro al de ella—, el único que puede hacer preguntas en este momento soy yo, ¿entendido?

—Ahmm... no —contestó mirándolo con intensidad—, estamos en mi casa y literalmente estás invadiendo propiedad privada.

—¿Por qué eres tan testaruda? —preguntó frustrado.

—Que te puedo decir, así me quieren —expresó con gesto inocente.

—Por supuesto que sí —susurró sonriente.

Un suave e inesperado beso en la mejilla le devolvió un poco de la energía que tanto necesitaba, acelerando su corazón de una forma placentera y sintiendo nuevamente ese cosquilleo en el estómago.

—Debes tener hambre —dijo al separase de ella— ¿Por lo menos desayunaste?

—Claro que si —exclamó con un puchero.

—¡Aja! —dudó.

Con un suave pellizco en su mejilla y una sonrisa ladeada, salió del comedor para dirigirse a la cocina. El olor que de allí provenía era delicioso y se le hacía agua la boca. Sí había desayunado, pero ya era tarde y no había comido más nada.

—Aún falta un poco —anunció regresando con un termo en sus manos—, bebe esto mientras tanto.

—¿Qué es? —preguntó curiosa— Se parece al termo de Peter.

✅Sangre Mestiza I [Saga Mestiza Libro 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora