Capítulo 17.- Confrontaciones. (parte 1)

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—No debiste hacerlo, madre.

—Hola Terry, ¿Cómo te sientes?

—No me evadas, sabes que cometiste una locura y ahora necesito que colabores con Hartson para que podamos sacarte de aquí.

—No voy a retractarme hijo, acéptalo. —respondía con seguridad la actriz, ante los ruegos de su hijo.

—¡Maldición Eleonor! No me hagas esto, no puedo dejarte aquí...solo necesito que te retractes, los abogados explicarán tu necesidad de sacrificio por mí; pero si mantienes tu versión te pueden imputar otros cargos, como obstrucción de la justicia, no sé cuántas otras cosas más; pero lo más preocupante es que harás el trabajo de los abogados más difícil y cuestionarán la contundencia de nuestros descubrimientos. — aunque la mirada desesperada de su único hijo era una tortura para ella, no iba a dar marcha atrás.

—Debo pagar por mis errores, y he cometido tantos contigo Terrence...—colocó su mano ante el cristal, como buscando acariciar el rostro dolido de aquel niño que un día fue. —siempre me arrepentí por permitir que tu padre me engañara y te separara de mí, luego me arrepentí de no insistir lo suficiente y mantenerme lejos durante tus duros años de niñez; más tarde lamenté no haberte recibido con los brazos abiertos cuando viniste a mí y por no haber estado a tu lado has pasado por tanto sufrimiento, mi cobardía me ganó y ese será el más grande pecado que debo pagar,

Es obvio me arrepentiré de lo que hice o de lo que deje de hacer, así que preferí que mi último error haya sido contra Susana y no contra ti Terry.

—Madre, ya hace mucho que deje de reprocharte, decidí no atormentarme más por el pasado, tú debes dejar de hacerlo también, por favor no me hagas esto!. Pronto las sacaremos a ambas y podremos ser felices al fin Eleonor.

—Hijo, sé que lo serás...yo me aseguré de ello. —dijo la actriz, dirigiéndole una hermosa sonrisa, para luego retirarse con el guardia de seguridad.

Treinta minutos más tarde un Terrence decidido entraba acompañando a Albert, a la sede del cuerpo policial donde se encontraba detenida Elisa. Le correspondía ahora ser testigo oculto a través del cristal de la sala de interrogatorios, donde tanto los inspectores como los abogados intentaban hacerla hablar.

—Dígame ahora señorita Leagan que tipo de negocios tiene con el Sr. Jean Pierre Bernard.

—Ya le dije, que ustedes no pueden mantenerme aquí, ¡yo soy una Leagan! —exigía a los funcionarios con un tono amenazante y el arco de la ceja tan elevado como su propio ego, —Y no tengo negocios con nadie.

—Se perfectamente quien es señorita, usted es la persona que encontramos entregándole esta fuerte suma de dinero a Jean Pierre Bernard en un edificio donde se practica la medicina de forma ilícita, y además se comenten muchos otros delitos; así que la pregunta sería: ¿Sabe usted quien es Jean Pierre Bernard? ¿Y en que líos se ha metido?

—Me niego a permanecer un segundo más en este sitio, tendré que llamar a mi tío, quien es, nada más y nada menos, que uno de los hombres más ricos e influyentes de este país, y estoy segura que no le agradará nada verme aquí. Así que por el bien de su carrerita detective, le recomiendo me deje marchar en este acto. —Las ínfulas de aquella mujer no lograban engañar al experimentado funcionario, así que sabiendo que no le sacaría de esa posición, asomó con mofa una sonrisa y se aventuró a decirle.

—Esas amenazas solo añadirán cargos contra usted señorita Leagan; pero tiene razón en algo, a su tío no le agrada para nada que usted esté aquí, y le daré la oportunidad de que le explique usted misma, que hace acá. —en ese momento miró hacia la pared de espejo de la sala e hizo un asentimiento. Ella contuvo la respiración y el susto le llegó al estómago, miró con expectación hacia ese punto y tragó saliva para desanudar su garganta cuando la puerta se abrió.

La habitación no estaba tan fría como para provocar esa corriente que subió desde las plantas de sus pies, hasta su estómago haciéndolo retorcer y enfriar a la vez sus sudadas manos. Su cara desarticulada demostraba el terror que sintió al ver entrar a Williams Albert Ardley a aquella habitación.

—Como decía Francis Schaeffer, "La verdad demanda confrontación", ...así que solo vine mirarte a los ojos, porque ya sé todo lo que hiciste Elisa. —La voz fría y resuelta del patriarca no dejó duda alguna, ella estaba perdida. Ese pensamiento cruzó por su mente una fracción de segundo, pero no era tonta, iba a dar la batalla hasta el final, después de todo, ella no había asesinado a nadie.

—No sé qué te habrán dicho Tío, pero es bueno que estés aquí, están tratando de inculparme en cosas que no he hecho...

—Basta Elisa!, ya me cansé de que pienses que soy un idiota a quien puedes manipular y engañar como a la tía Elroy, así que hoy te quitaré la careta...sé todo lo que has hecho; y no me refiero únicamente a conseguir drogas farmacológicas, si no el fin de estas...deje muchas veces que le hicieras daño a Candy con tus conspiraciones y trampas, ¡pero ya no más!, tienes una última oportunidad de hablar porque si no, yo mismo me aseguraré de que te condenen con la pena máxima.

—Tú no puedes dejarme aquí Tío, piensa el honor de nuestra familia, Qué dirá la sociedad?, todos estaremos enlodados —la realidad cayó encima de ella como nunca antes, acabaría en una prisión si no lograba convencer al implacable hombre que tenía frente a sí. —debes agradecerme, sin nosotros los Leagan jamás hubieras conocido, ni adoptado a Candy; además sin mí para alertar sobre su mal comportamiento en el colegio, ella hubiera sido deshonrada por Terry, ¡Yo solo he cuidado del buen nombre de la familia! ¡Y no me puedes culpar por eso Tío!

Aquella mujer estaba convencida en realidad de lo que decía, si hubiese tenido conectado el detector de mentiras de Steard, por supuesto habría pasado la prueba; Albert comprendió al mirarla a los ojos que la verdad de Elisa era muy distinta a la que veían todos los demás, ella era la heroína de un cuento que se planteó de forma muy errada en su cabeza.

Era claro que sus pensamientos habían construido una tela de araña, donde quedó enredada ella misma; la ironía consistía en que hizo un gasto de energía impresionante, para construir la red donde al fin pudiera atrapar a su víctima y ahora, cuanto más luchaba para liberarse más inmovilizada se encontraba.

—Estas mal Elisa, —Dijo el hombre negando una y otra vez, —estas muy mal...pero no estas desquiciada, has actuado llevada por absurdos y maldad pura, sin un ápice de conciencia o moral. Desde hoy te repudio y quedas fuera de la familia. —Se giró para salir, pero antes de hacerlo dijo sin voltear— Te daré una última cosa en esta vida Elisa, un consejo...confiesa, porque encontraron la Ketamina y el Fentanilo en los medicamentos de Susana y Karen Kleis, además tu amigo Jean Pierre Bernard no desaprovechará la oportunidad de llegar a un acuerdo con la fiscalía.

Continuará...

ASESINA.-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora