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Truth

Dentro del psicoanálisis, encontramos estructuras como el Superyó, Ello y Yo. El primero, maneja el lado moral de la vida, le gusta el orden y que las reglas se cumplan. El segundo, es la parte más instintiva y llena de impulsos, se podría decir que es el lado más animal y salvaje. Mientras que el tercero, el Yo, debe lidiar con ambos para vivir en armonía.

¿Pero qué sucede cuando el Yo no puede manejar los conflictos entre Ello y Superyó?

Eso fue lo que se preguntó Freud hace tantísimos años; creando así sus conocidos mecanismos de defensa. Los cuales mantienen el equilibrio psicológico de manera en la que no nos damos cuenta, para enfrentar y evitar sentimientos tan desagradables como la angustia y la ansiedad.

Es decir, hay contenido dentro de nuestro inconsciente que no puede entrar a nuestra consciencia sin más, porque nos causaría problemas o que nos perturbaran en demasía, es por esto que los mecanismos defensivos harían hasta lo imposible para que esto no suceda, funcionando casi como un filtro para aquellos impulsos indeseados de nuestro inconsciente se queden tranquilitos y calladitos.

Suena bonito, ¿no?


Park Jimin solo había habitado en dos lugares durante su corta pero abrumadora vida.

La primera mitad de esta, concurrió en su pequeña y natal ciudad de Daegu. Si alguien le preguntaba, sin rechistar mencionaba que ahí fue donde vivió sus mejores años. Aunque por dentro debía aguantar el sabor metálico de la sangre por morderse el interior de su mejilla. Odiaba mentir. Sin embargo, si no lo hacía, su madre enterraría sus largas uñas en su cuello, brazos, piernas o cualquier lugar donde el pequeño niño de ocho años tuviera la piel expuesta.


El primer mecanismo de defensa que descubrió Freud - y el más común - es la Represión. Proceso por el cual el Yo elimina eventos, vivencias o pensamientos que serían demasiado dolorosos para mantenerlos en su consciencia.


La segunda mitad de su vida, Park Jimin la estaba llevando a cabo en Busan, luego de que sus progenitores fueran trasladados por trabajo y no por una orden de investigación de maltrato a menores, claro que no. Sus padres lo amaban... a su manera. Pero apenas los adultos le quitaron un ojo de encima, se armó con un valor tan poco común en él que se sorprendió a sí mismo llenando un bolso con un par de abrigos, un pequeño libro de poemas, sus artículos de arte y los poquísimos ahorros que pudo mantener ocultos. Y sin más, emprendió camino a un lugar donde sabía que no lo buscarían.

Porque sería acusarse a ellos solitos.

No mentiría si dijera que intentó en numerosas ocasiones contactar a su tía Minko, aunque esta no respondió a ninguno de sus llamados o pedidas de auxilio. No obstante y luego de un eterno viaje; llegó a Daegu, lugar del que casi no tenía recuerdos propios. Todo lo que sabía era que sus padres lo mantenían alejado de aquel lugar por su seguridad... o por la de ellos.

Pero ¿Qué más podía hacer? ¿Qué otra opción le quedaba?

En Busan se sentía como un pajarillo enjaulado, pidiendo a gritos ser liberado de aquellas cadenas que le habían impuesto sus dueños. Él quería saborear la libertad aunque fuera una vez, a pesar de que conocía a la perfección las consecuencias que esto traería.

"Vuelve a casa con mamá, mi amor. Sabes que aquí todo es para que tú estés bien"

Apretó sus puños con fuerza, arrugando el papel bajo sus dedos. No, él ya no era la marioneta de sus padres, ya no viviría de sus miedos impuestos y descubriría por sí mismo la verdad. Ya no quería ser un ciego en un mundo donde todos podían ver.

Ahora se encontraba lejos de sus captores y se sentía un poco aliviado. Solo un poco.

Y aunque creía firmemente que su mente intentó con todas sus fuerzas reprimir aquellos recuerdos de su infancia tan dolorosos, siempre se le escapaba uno que otro y para su mala suerte, le costaba discernir en cuáles eran reales y cuáles eran inventos de su cerebro.

Park Jimin había contado hasta ahora cuatro de ellos.

1.- Aquellas delicadas manos que se paseaban por su cuerpo con sutileza y lentitud. Estaban adornadas con unas uñas preciosas en tono rojo. El favorito de su mamá.

2.- La vez que se rompió el brazo por estar saltando arriba de la cama y sus padres se tardaron una semana entera en llevarlo al hospital. Solo recuerda la mirada acusatoria del doctor cuando le preguntó qué había sucedido realmente. Él sinceramente no sabe qué sucedió.

3.- La última vez que fue a su escuela en Daegu.

4.- Daehyung.

Ahora, mientras sus manos agarrotadas por la presión ejercida caían a su lado como un peso muerto, descubrió una quinta.

Sin percatarse, sus ojos habían seguido sin permiso a solo Min Yoongi mientras este se marchaba, pero sus piernas se quedaron estáticas, como si hubieran sido amarradas al asiento de madera.

No podía ir tras él.

Se sentía contrariado. Sabía que conocía al chico porque le resultaba muy familiar, cercano. No tenía miedo de acercarse a él y ser atrevido como siempre quiso. Las dos veces que lo encontró en la tienda se le habían erizado los vellos de la piel y su corazón latía demasiado rápido, adrenalínico.

Pero su cuerpo y mente habían sido tan bien entrenadas por sus padres que no dejaban que reaccionara ante lo que él deseaba realmente. Su pecho se comprimió y la zona de su corazón dolió, porque él quería, anhelaba correr tras el rubio y atraparlo por la espalda mientras dejaba delicados besos en la zona de su cuello que mantenía un color rojizo.

Bajó la mirada al retrato que había creado, se sentía orgulloso de tener, al menos, algo que le recordara a él y sin dudarlo, lo acarició con los dedos; estirándolo.

El único detalle era que... no sabía de dónde lo conocía. Pero estaba dispuesto a averiguarlo.

La imagen borrosa del chico fue lo último que vio antes de encaminarse del lado contrario. La rabia se había esfumado por completo, dejando nuevamente un enorme vacío que debía ser llenado.

Encendió su último cigarrillo.

Lo intentaría otra vez.

Lo intentaría otra vez

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N/A:
Holis, perdón si sienten que los capítulos son un poco repetitivos u-u

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