III

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Los días para ambos eran distintos, aún así ambos siempre se tenían en mente.

Frey pasaba las horas que no usaba pintando o explorando el lugar pensando en qué hacer. Jamás había leído alguna historia sobre alguna situación similar.

No iba a acercarse a las almas a preguntar si alguna de ellas había vuelto del infierno con ayuda de su pareja. Tenía claro que sería muy impertinente, y casi imposible que alguien le dijera: oh, sí, fue realmente fácil.

Pero si no había pasado antes, él sería el primero.

—No sé cómo puedes estar con esa cara larga aquí —la voz de una pequeña niña se hizo presente a su lado—, este es el cielo del que mami me habló, ¿no es bonito? Te veo siempre, alejado de todo el mundo, haciendo otras cosas. Soy Carmine.

—Frey —se presentó—, es bonito, no lo puedo negar. Cada estación para que disfrutemos de nuestra favorita, el sonido de instrumentos musicales y voces deleitantes. Pero hay algo que no me deja disfrutar del todo.

—Lo sé —ella le contestó—, tu ángel guardián sigue por aquí.

— ¿Eh? ¿No es eso normal? —la niña negó, ahora que lo pensaba no había visto muchos ángeles guardianes por allí.

—Ellos se quedan con nosotros hasta que dejan de atormentarnos nuestros pesares, hasta que cumplen su misión de aligerarnos el dolor y guardarnos. El mío fue asignado a otra alma unos días después de mi llegada aquí.

— ¿Estaremos aquí para siempre? ¿Para toda la eternidad? —Frey inquirió ganándose una risita infantil de la niña.

—No, ningún alma se queda aquí para siempre, sólo hasta que estamos listos para reencarnar y volver a tener un cuerpo humano. El tiempo depende de cuánto queramos reencarnar, de lo que dejamos ir, y claramente de nuestra preparación para olvidarnos de todo lo que hemos vivido.

—Wow —susurró el pelinegro con sorpresa.

Esa era información que le llenaba ligeramente.

— ¿Sabes algo de las almas condenadas, Carmine? ¿Les pasa igual?

Ella negó y se disculpó, luego se fue a jugar con otros niños de edad parecida a la suya.

—Así que quieres saber sobre las condenadas —Destiny se apareció sobresaltándole.

—Sí, ¿no crees que es cansino que esté preguntando una y otra vez por eso? Es que no quiero dejar de pensar en él, y no lo sé, si hay alguna manera de sacarlo, o aligerarlo, o... Sé que son las leyes de los Dioses y la vida, pero nada es imposible, ¿verdad?

— No lo es, está bien, estoy aquí para guardarte y acompañarte, Frey. Las almas humanas creen que el mayor poder es el de los Dioses, sin embargo son ustedes, almas libres, capaces de mover el mundo. Puedo hablarte de las condenadas si es lo que quieres.

—Quiero saber qué pasa en el infierno, pero de nada me sirve si no sé cómo sacarlo de allí, Destiny. ¿Los ángeles guardianes se quedan con las almas hasta en el infierno?

—Nuestro deber es ampararlos en vida, nada más, pero a veces nos encariñamos tanto con ustedes que, después de su muerte, nos sentimos obligados a ver cómo toman las cosas. Ese es el caso de Life, ella se preocupa mucho por su protegido, se mantendrá junto a él un tiempo, hasta que ella y él estén listos para dejarse ir y a ella se le asigne otra alma.


— ¿Hasta cuándo vas a quedarte conmigo, Destiny? —la inquisitiva de Frey la hizo sonreír.


—Hasta que cumplas tu cometido, sino no estarás tranquilo.


The Hell in The HeavenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora