12. Si las miradas matasen.

172 25 5
                                    

El viaje duró cinco días más, ya que Eric al final optó por transformarse por el día y descansar por la noche, para que el ciervo se resguardara del frío. Por alguna razón, desde que se transformó para enfrentar al olvidado se sentía muy en sincronía con su alfa y no tenía problemas al transformarse... Al igual que con su compañero. Cada día que pasaron juntos hacía que su amistad fuera más fuerte, y ambos convivían con armonía. Habían aprendido a estar juntos sin llegar a sobrepasarse, y Aiden estaba satisfecho. Cada día era memorable para él, cada día había sido testigo de la amabilidad excesiva de Eric, y cada día su corazón caía más por él, entrando en un túnel que solo lo iba a llevar a un solo lugar sin retorno, y sabía que terminaría con un corazón roto...

Después de salir de las fronteras de Jerth y entrar en Agnath, tuvo que cubrir su olor con el de Eric y su omega casi le hizo perder el control... Volver a sentir la lengua del lobo recorriendo todo su cuerpo fue excitante, y sentía cómo se deshacía en sus brazos. Las penetrantes feromonas se colaban por sus poros y ya no podía oler otra cosa que no fuera Eric.

Pero...

Ya era hora. Su increíble sueño iba a terminar.

Estaban a nada de entrar por la gran puerta que daba a la tribu de los lobos oscuros, estaba frente a la tribu que hizo temblar a innumerables guerreros solo con su nombre, estaba frente a la entreda de la tribu de Nathgar. Los nervios se estaban comiendo al ciervo desde dentro, podía sentir como sus manos sudaban y su ritmo cardíaco incrementaba por cada paso que daban. Parecía que ese sería el estado permanente de su corazón durante los días que estuviera con el alfa. 

Por la mañana había estado preparando su aspecto con mucho ahínco. Trenzó los dos mechones que adornaban su rostro con delicadeza, recogiendo su cabello junto las trenzas en una elegante cola, y se había puesto la ropa con la que llegó, tratando que se viera lo más decente posible. Eric, durante todo el proceso, lo observaba con una sonrisa, divertido. No podía creer lo ansioso que estaba. Obviamente ese temor estaba bien fundado, pero la expectativa que tenía el omega en su cabeza estaba muy lejos de la realidad.

—Ya te lo he dicho, no habrá ningún problema con ellos, no van a comerte. 

El lobo trataba de tranquilizarlo como podía.

—Oh cierto, casi olvidaba que esta situación la has vivido antes y por eso sabes cómo van a reaccionar.— soltaba con sarcasmo a la vez que mordía una de sus uñas.

—No hace falta haber vivido una situación parecida para saber cómo va a reaccionar mi propia familia. Los conozco, he convivido con ellos. Y para de dañarte así.— alejó el dedo de su boca, que estaba comenzando a sangrar un poco.

—Pero tú tenías intención de entregarme si no hubiera sido por... Esto.— señaló la marca.

No miraba a Eric en lo más mínimo y solo daba vueltas. Desde que despertó había caído en la cuenta que se presentaría como el error de una noche del exjefe, él, un ciervo blanco frente a cientos de lobos. Un ciervo perteneciente a una de las tribus que más odiaban. El alfa quiso mandarlo de vuelta a Atzemeral en el mismo momento en el que lo vio. ¿Qué le pasaría en cuanto pusiera un pie en ese lugar? Definitivamente no le darían una cálida bienvenida... No, debía intentarlo y dar la mejor impresión posible, pero... ¿Y si decidían mandarlo de vuelta también? 

Sentía unas terribles náuseas.

—Creo que voy a vomitar. 

Sin más el alfa se agachó hasta quedar a la altura del pequeño. Se veía arrebatador e increíblemente hermoso, se había esforzado mucho en arreglarse, y había valido la pena. De normal ya era bello, pero en esos instantes parecía un ser fuera de ese mundo, un ángel, aunque estaba a punto de desfallecer. 

Tu Dulce AromaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora