8. Sentimientos enterrados.

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Ambos caminaban en silencio, con una incomodidad notoria en el aire. El rostro de Aiden, algo rojizo, se posaba en distintos lugares evitando totalmente el tener que mirarle, dejando que el sonido de la naturaleza llenara ese silencio que desde la cueva llevaban a cuestas. La tensión entre ellos se podía cortar fácilmente con un cuchillo, y lo único que conseguía distraerlos de sus pensamientos era que de vez en cuando Mila les pedía jugar con un palo o una piedra que encontraba por el camino.

Sus labios chocaron en un dulce beso. Aiden lo sostenía con mucho cariño, sentía como sus frías manos temblaban nerviosas sobre sus mejillas por ese acto. El ciervo quería transmitirle que estaba de su lado, quería consolarlo. Y... El corazón del lobo se puso a latir como nunca antes. Lo único que reconfortaba a Eric era que sabía que lo que sentía por ese chico era algo físico, nada más. Pero ese beso... Ese beso que había hecho que su corazón saltara, provocó que apartara a Aiden lentamente agarrando sus hombros e inclinándolo hacia atrás. 

—No vuelvas a hacer eso. Por favor...— suplicó con una voz que hasta él mismo sorprendió. Los ojos del ciervo lo miraron sorprendido, desanimado. Los orbes violetas descendían hasta verlos desaparecer bajo sus párpados. 

Rechazo. Es lo único que conseguía sentir no solo por las acciones de Eric, sino por el vínculo también. Y era de lo más doloroso.

—Me disculpo, de verdad... No era mi intención hacerte sentir así... inmediatamente el pequeño se bajó de sus piernas avergonzado y retraído topándose con Mila, a quien comenzó a acariciar tan pronto como su cabeza rozó su mano.

Eric no dijo nada más, se alejó de él. Sabía que su comportamiento estaba siendo demasiado inconsistente. Pero no podía evitarlo, el vínculo era más fuerte que él... Y estaba cediendo. Cuando encontraba una gota de raciocinio la utilizaba para cortar cualquier tipo de comportamiento fuera de lo normal. Y esa pizca de raciocinio era su Alice, quien volaba a través de sus recuerdos como una imagen clara y cristalina, pero fugaz como un destello.

Después de eso no se dirigieron la palabra. El lobo se mantuvo ocupado ordenando su hogar y arreglando las cosas para el gran viaje. Mientras, Aiden trataba de ayudar con lo que podía, aunque más que ayudar estaba suponiendo un estorbo, por lo que se sentó en el sillón expectante, a la espera de cualquier cosa que no fueran esas miradas cargadas de frustración, ira y tristeza. Esa noche durmió en aquel sillón junto con Mila, quien lo protegió del frío despiadado que intentaba, con todas sus fuerzas, congelarlo.

No se dirigieron ni una sola mirada ni siquiera por la mañana, cuando Eric despertó a Aiden para comenzar con su viaje.

El alfa mantenía el mismo ritmo desde que salieron de la cueva, en un principio Aiden pensó que en algún punto del camino descansarían un rato. 

Todo lo contrario. 

Continuaba caminando sin flaquear ni un solo instante, sin mostrar signos de cansancio. Al principio el ciervo pudo aguantar y continuar en silencio tras él, pero notaba como este cada vez se alejaba más y más de su lado. Trataba de alcanzarlo, pero estaba descalzo. Sus pies se clavaban todo lo que había por el camino, así que iba el doble de lento que de costumbre, y... No llevaba ropa interior... Se removió incómodo ante este hecho. Solo traía consigo esa camisa negra que el pelinegro le había prestado el día anterior. ¿Cómo había salido así de la cueva? Todo se había vuelto demasiado incómodo entre ambos después del beso. Aiden tenía la esperanza de que en algún momento esa atmósfera tan tensa se disipara, y cuando eso pasara pedirle algo más de ropa, pero ese momento estaba tardando mucho más de lo que esperaba. Eric estuvo en silencio con un rostro amenazante mientras arreglaba y preparaba todo lo necesario para el viaje. Las pocas veces que había pensado en comenzar una conversación el otro terminaba todo intento con una mirada asesina... 

Tu Dulce AromaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora