17. Perdido en el abismo. Parte 1.

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Después de que se fuera Eric, Aiden se acostó en la cama con una sonrisa tonta en el rostro. No podía creer lo que acababa de pasar...

No podía creerlo...

¿Qué va a pasar de ahora en adelante?

El corazón le iba a mil y todo su cuerpo se sentía ardiendo al recordar cada gesto, cada toque, cada imagen de Eric sobre él, tan dulce, tan atento, tan...

Tocó sus labios aún hinchados y se coló una sonrisa amplia en su rostro. Ahora quería más.

Su sonrisa cesó de inmediato.

Tenían que hablar de ello detenidamente cuando volviera. Se sentía al borde del abismo, y el único que podía apartarlo de ese lugar o empujarlo era... Eric.

Se revolvió incómodo en la cama enredando las sábanas en sus piernas. En su cabeza no paraban de pasar fugaces pensamientos contradictorios que iban y venían, y la espera no ayudaba, ya que incrementaba sus nervios conforme pasaba más y más tiempo.

Salió de un salto de la cama y comenzó a dar vueltas por la habitación, ansioso.

Parecía una eternidad desde que se había ido. Miró a través de su ventana y notó como el sol se escondía hasta desaparecer por completo.

Mientras miraba el oscuro horizonte, pudo ver su reflejo en el cristal de la gran ventana. Tenía el ceño fruncido por la preocupación y había comenzado a morder su uña, inquieto. Dejó de hacerlo al segundo. Y recogió el mechón que mecía sobre su frente tras su oreja.

También... Se vio pequeño.

Demasiado pequeño en esa enorme habitación, que le recordaba lo solo que se encontraba sin el calor del lobo. Su calor...

Cuando todo llegase a su fin, él tendría que marcharse y estaría solo. Eso nunca le había importado. Nunca le había importado en lo más mínimo, lo prefería. El resto de personas que había conocido antes que a Eric y su gente, eran viles. Sin embargo, ahora había conocido la bondad y la calidez.

¿Qué pasaría?

Quizás, si hablaba con el alfa podría quedarse... Aunque fuera un tiempo y luego se marcharía...

No.

Él no lo permitiría. Era un estorbo para su bienestar y el de su tribu.

Tenía frío, estaba congelado.

Y eso hacía que anhelara con más fuerza aquel calor que solo Eric le podía brindar.

Definitivamente no le gustaba estar ahí, y comenzó a sentir como una angustia florecía venenosa en su pecho y se iba extendiendo. Necesitaba un poco de aire.

¿Cómo se abría la dichosa ventana?

Tanteó como supo el seguro hasta abrirlo y una pequeña brisa chocó en su rostro, sintiendo como su cuerpo se helaba aún más. Aunque no tenía comparación con el frío de su interior.

Se abrazó a sí mismo, dándose cuenta de que estaba completamente desnudo. Debía vestirse al menos... Alcanzó un camisón que Eric dejó para él y se lo puso. Supuestamente debería de aportarle un poco de calor, pero no fue así...

Dolor.

Ahogó un grito por el susto y el repentino dolor.

¿Qué ha pasado?

Se encontraba tambaleante, sosteniendo el mueble más cercano que pudo encontrar para no caer al suelo.

Había recibido una sacudida interna, como una descarga sumamente dolorosa similar a un desgarro.

Tu Dulce AromaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora