1. Un encuentro inesperado.

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Aiden. Su vida consistía en ser prácticamente perfecto, un líder sin poder... Carente de la opción de poder fallar un mísero segundo o demostrar debilidad...

Él era líder de nacimiento de Atzemeral, la tribu de ciervos blancos, y tenía sobre sus hombros ese pesado título desde que tuvo uso de razón, incluso mucho antes de eso. Y la devastadora sensación que le inundaba al soportar todos y cada uno de los días en los que su sola existencia consistía en decir lo que le decían, en vestir lo que le ponían, en cuidar su apariencia... Solo crecía impidiéndole respirar con normalidad. Él no era un líder, era un muñeco, mejor dicho, una marioneta incapaz de hablar con nadie más que los Siete Sabios, sin escuchar a nadie más que a ellos y sin salir del Santuario... Había estado encerrado en ese lugar desde su nacimiento, entre esos cuatro muros, sin haber podido salir antes de allí. Las estrictas normas impuestas por los Siete Sabios se lo impedían rotundamente, pero el anhelo de libertad estaba siempre presente gracias a su madre.

Su madre... 

Una omega "defectuosa", pero pura. Ella tenía el cabello blanquecino, como el suyo, y unos ojos violetas que delataban la pureza de su sangre. No obstante, una gran cicatriz en la mitad de su rostro causada por una quemadura, la despojaba de todo derecho a ser la líder de su tribu, brindándole ese derecho a él. 

Nunca supo su nombre... Pues no poseía uno. Pero nunca le importó en absoluto, ella era su madre, y no solo eso, ella era la persona más valiente, hermosa e inteligente de su mundo, un nombre solo la limitaría... O eso era lo que le decía. Ella... Le enseñó tantas cosas... Cada día le contaba una historia diferente de los lugares tan impresionantes y maravillosos que habían en el exterior tras esos muros... Le enseñó a dibujar las estrellas con sus dedos, para crear constelaciones y así saber cómo guiarse por las mismas... Le enseñó cómo trenzar y atar su cabello, y en el proceso acariciaba su cabeza con cariño mientras liberaba sus feromonas, tranquilizándolo en esas estrechas paredes de piedra. El olor de su madre era dulce y suave, con tintes al aroma de la tierra mojada por la lluvia... Olía a hogar. 

También, le enseñó a tocar una pequeña flauta hecha de madera que siempre llevaba consigo, cuya melodía era el mejor bálsamo para curar sus penas. 

—Cierra los ojos, mi ka mahina, con esta canción podrás ir a donde quieras...la melodía fluía dulce y melancólica, transportándolo siempre a su lugar favorito, el lugar donde nació su madre. Se lo había descrito tantas veces que casi podía respirar el aroma del lugar. 

Siempre veía un cielo azul claro que se extendía sobre un valle sereno. Las nubes, esponjosas, nadando en ese increíble mar, tan grandes y hermosas que parecían estar talladas por los mismos dioses. Las colinas verdes estaban salpicadas de flores silvestres de distintos colores que, a su vez, danzaban al ritmo de la melodía mecidas por la brisa. Pequeñas casas con techos de paja se escondían entre los grandes árboles que se elevaban imponentes y protectores, junto con los riachuelos cristalinos que serpenteaban a través del campo, como venas de la tierra, murmurando secretos antiguos. En la distancia, las montañas majestuosas se elevaban, tocando las nubes que paseaban sin prisa, como guardianes eternos de un mundo que se desplegaba bajo su atenta mirada.

Un mundo, que jamás podría ver con sus propios ojos, pero podría sentir como si estuviera ahí mismo gracias a su madre.

Ella siempre mostraba una sonrisa, incluso cuando se la llevaban y volvía llena de golpes, y sin poder caminar correctamente, oliendo extraño... Aiden era demasiado pequeño como para entender y vislumbrar la tristeza y el dolor que escondían sus ojos, y nunca supo que esa expresión se debía a que le habían despojado de su libertad, y eso fue algo que entendió con el tiempo, al verse así mismo como un pájaro al que le habían cortado las alas justo como a su madre. Ahora la entendía, ahora sabía lo doloroso que era, aunque para ella fue mucho peor... Ya que ella sabía cuál era la sensación de volar lejos, y sentir la libertad en su piel. 

Tu Dulce AromaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora