13. En la boca del lobo.

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Owen acorraló al no tan indefenso "ciervo" en la esquina de la pequeña celda. En ocasiones anteriores este le había asestado más de un fuerte golpe que lo había descolocado. 

Desde la primera vez que puso sus ojos en él, subestimó su fuerza, aunque nunca debería de haberlo hecho ya que era evidente que no era tan débil. Después de ver a Aiden, pudo comprobar que era notoriamente más alto de lo que su raza solía ser, y tenía un cuerpo bien tonificado, por lo que sus ágiles movimientos no eran broma. Sabía cómo luchar, y eso le pareció incluso más extraño. No encajaba en el estereotipo del típico ciervo, así que le había sido difícil saber qué era. Pero ese inconfundible olor dulce que lo tentaba de forma sutil, paseándose a su antojo por su nariz, era demasiado parecido al de esa cosa... Definitivamente debía ser uno de ellos. Un omega. Era la primera vez que trataba con uno, y se le hacía difícil no dejarse llevar por ese aroma, pero no imposible. Aún no entendía como Eric había podido caer tan fácilmente en su trampa.

Eric.

Estaba preocupado por su familia, por los suyos. Desde que su madre recibió una misteriosa carta y se marchó coincidiendo con la llegada de los dos ciervos, había estado con los nervios a flor de piel. Su instinto decía que debía preocuparse, y cada vez que este se involucraba en la toma de sus decisiones, siempre acertaba. Sabía que estaban tramando algo, y tenía la obligación de descubrirlo por el bien de su manada. 

En esos momentos, aunque el muchacho se alzaba con la cabeza bien alta frente a él, para encararlo con su afilada mirada llena de orgullo, se veía débil. Sus labios agrietados y secos se entreabrían jadeante. Temblaba ligeramente, y parecía que estaba a punto de desfallecer. Su condición era algo normal debido a los días que había pasado en la oscura y húmeda prisión, sin hidratarse ni probar bocado, no porque el alfa se negara a cuidarlo, todo era por su obstinado comportamiento. 

Y por ese comportamiento había tenido que someterlo para demostrarle cuál era su posición. Aun se podían ver ligeros hematomas por su rostro y magulladuras en brazos y piernas. 

—¿Piensas volver a golpearme? Adelante. Hazlo. Seguro que eso hará sentir mejor a tu estúpido ego. 

—No tendría porqué utilizar esta clase de métodos si cooperaras. Dime pues...— agarró su brazo como si de una tenaza se tratase hasta que casi se puso morado —¿Qué estáis tramando tú y ese fenómeno?

El omega giró su rostro con el ceño fruncido. Aún se encontraba sorprendido por la afirmación que había recibido del lobo. 

Aiden estaba en la tribu.

Tenía que ser él, ¿quién más podría ser sino? Eso era una buena noticia, la mejor que había recibido en días. Estaba a tan solo unos escasos pasos de él, y solo debía escaparse de esa dichosa celda que los separaba. Pero era consciente de que se encontraba demasiado vulnerable y sin fuerzas, y su oponente era un enorme cabeza hueca lleno de músculos que haría lo imposible para que no escapara. 

—¿Cómo podría cooperar si lo único que sale de tu boca son sandeces? Es imposible para mí ayudarte a recopilar información de algo que solo ocurre en tu imaginación.— dijo tratando de zafarse, sin éxito, de su doloroso agarre.

—¿Esa será tu respuesta?

—No me escucharás diga lo que diga, ¿tengo alguna opción siquiera? Mi respuesta siempre será la incorrecta a menos que diga algo que tú consideres verdadero.

Su amenazante porte era suficiente para achantar a cualquiera, pero aquel muchacho continuaba mirándole con sus profundos ojos negros, sin apenas parpadear. 

Un fuerte golpe resonó. El alfa provocó que la cabeza del más pequeño se ladeara y se enrojeciera la zona rápidamente.

—Mi paciencia se agota y preferiría no tener que volver a manchar mis manos con tu asquerosa sangre.

Tu Dulce AromaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora