Epílogo. El fin de los tiempos.

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Estoy reencarnando una vez más entre las serpientes, alacranes, escorpiones, escarabajos, que me hacen ceder el veneno más fuerte de todos, tan letal como una tarántula y asesino como una cobra desértica. Mientras sentía mi cuerpo volver a la vida, podía observar una gran tempestad que tomaba camino por la aterradora oscuridad, esa donde estuve caminando solo todo este tiempo, sudando entre gota a gota de sangre que parecía no detenerse. Mientras caía de rodillas, pude ver como la maldición se apoderaba de mí ser, de mis emociones y mi cordura. Una sombra de color azul se extendía por la tierra grisácea, cada vez que se aproximaba a mi comenzaba a extraer mis buenas vibras e intenciones convirtiéndolas de una copa de vino, a un cáliz de sangre.

Esa sangre del cual había salido de las grandes heridas que llevaba en mi espalda, destrozada por los gusanos que eran generados por la traición y la maldad siniestra, llevándome a ser torturado por latigazos sobre el pasto seco y frio nocturno. Los verdugos de capucha negra escondían uñas largas y rostros pálidos de cadáver, sus ojos eran rojos y sus ojeras tan oscuras como la noche, esas que eran tan marcadas como las raíces de un roble. Mi pueblo sufría tanto por las intervenciones del imperio maligno y de la forma de asechar el enemigo, aterrorizados del apocalipsis eran asesinados por jinetes de armaduras oscuras, sus moradas eran quemadas y destruidas con sus familias acorraladas y amenazadas gritando piedad ante el catastrófico atentado. Ya todo lo que era mi pueblo estaba hundiéndose en el inframundo, sus corazones estaban en llamas, sus pieles se quemaban como el hidrogeno, sus espíritus estaban en la máxima oscuridad.

Tras las apocalípticas batallas presentes, me hacían sentir una gran ansiedad que me estrangulaba de la impotencia en salvar a mis discípulos, veía cómo mis enemigos se llenaban de riquezas en mi reino, en el gran Olimpo. Toda mi gran familia ya era parte de la esclavitud, así que mis grandes bienaventuranzas habían sido incineradas. Yo, encerrado en la torre más alta vigilado por las bestias, pude sentir el asqueroso olor del azufre que se acercaba a mi estadía, era el mismísimo demonio que corría a buscarme; cada vez que se acercaba a la habitación donde estaba encadenado, escuchaba su grandes garras afilarse en el suelo, la temperatura descendía al máximo y mi piel se congelaba al cero absoluto, pero ya cuando había llegado sigilosamente, la temperatura empezó aumentar y mi piel se quemaba, sentí tantas emociones como el miedo; perdía mi valentía y mi astucia.

La torre se estaba derrumbando, estaba cayendo y todo parecía ser una especie de pesadilla dónde estás cayendo y no puedes despertar. Al caer sobre el suelo todo se tornó de oscuro, fue como visitar el infierno estaba en las tinieblas, y la niebla bloqueaba mi entorno, la respiración se volvía más lenta cada vez que miraba al lugar en donde escuchaba sus patas de cabra, veía sus cuernos tan filosos y sombríos, ya sentía su potestad hacia a mí al sentir el imparable murmullo.

Mientras me levantaba a correr atemorizado con las manos encadenadas, fui a esconderme entre las ruinas de la torre destruida. Éste ya me había encontrado en la oscuridad, ya no podía hacer nada por lo que no tenía algún lugar donde huir, mi último pensamiento era enfrentarlo, aunque me costase la vida. Ya cuando finalmente se acercaba, observaba su silueta acercarse que hasta en un suspiro sus frías manos estaban sobre mi cuello, así que comenzó apretarlas en mi garganta; no tuve fuerzas para gritar, ni siquiera para respirar. Pero cada vez era más fuerte, me estaba estrangulando en medio de la oscuridad y solo miraba sus ojos rojos, sentía como lamia mi cara con su lengua de dragón mientras agonizaba rasgaba mi cuerpo con sus garras. Estuve hipnotizado por el dolor y con su mirada despiadada, comencé a vomitar sangre de un color vino tinto, pero cuando intentaba toser sentía mis pulmones se desgarrarse. No quería morir, sabía que todavía tenía esperanzas para luchar en esos últimos segundos después de que toda mi vida pasaba como reflejos en mi mente, el tiempo corría más lento, perdía la cordura al fijarme en que había dejado morir todo de mí.

𝗨𝗡 𝗩𝗜𝗔𝗝𝗘 𝗦𝗜𝗡 𝗥𝗘𝗧𝗢𝗥𝗡𝗢Donde viven las historias. Descúbrelo ahora