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Llegó tarde a casa

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Llegó tarde a casa. Había ido a visitar a un cliente al cerrar la clínica, y debido a la gravedad de este se vio obligado a alargar la visita. Lo deprimía el roce con la muerte. Tan acostumbrado a ella, y no obstante, jamás llegaría a verla y sentirla alrededor suyo con normalidad.

De regreso al apartamento pensó: «Mi sensibilidad es escandalosa. Como médico no debería ser así». No podía remediarlo. Era algo tan arraigado a su ser, que a veces, muchas veces, le causaba daño físico.

A las once de la noche colgaba el abrigo y la bufanda en el perchero. Sería lindo llegar a casa y encontrar una mano delicada que acariciara su cabeza. Se sentía infinitamente cansado, física y moralmente. Su madre tal vez tuviera razón. Unas vacaciones. Sonrió sarcástico. Le sería difícil poder disfrutarlas.

-Namjoon -escuchó la voz de su mujer desde la salita.

Entró un minuto después mientras se quitaba la corbata. Yewon descansaba descuidadamente en un diván. Estaba preciosa. La miró quietamente. La forma en que su cabello ondeado brillaba bajo la lámpara colgante, su cuerpo recostado, con un fino y corto camisón de seda. Mientras se soltaba varios botones del pecho pensó que era doloroso no sentir deseo alguno. No, ya no sentía nada por ella. Era para él como una sombra del pasado, el pasado que molestaba y ofendía. De repente recordó su noviazgo, su matrimonio. Fueron días felices. ¿Por qué todo se olvidaba y quedaba inservible como un vaso que se usa, se rompe y se tira? La vida era una fábrica de ilusiones y desengaños. Terminó de aflojarse la camisa.

-Namjoon -dijo ella sin moverse-, tengo que darte una noticia.

El médico se dejó caer en el verdeoscuro del sillón y encendió un cigarrillo. Fumar fue placentero. Hubiera sido consolador llegar a casa y sentir a la mujer en sus brazos, el cálido mirar de sus ojos sobre los suyos, y el contacto de sus manos, como una caricia interminable que calmara su ansiedad. Pero eso ya no existía. En realidad, jamás existió en Yewon el consuelo de una caricia o una frase amable. Ella vivió a su lado la luna de miel, y después, poco a poco, se olvidó de que era su hombre. ¿Porque tenía otro? No. Decían que cuando una mujer odia a su marido, es porque empieza a amar a otro hombre. No, Yewon era un ser ambicioso, demasiado absorbido por las vanidades del mundo.

-Namjoon... -ella seguía llamándolo algo distraída.

-Dime, cariño -preguntó amable.

Nunca dejaría de serlo. Amable, educado y dulce. Pero él sabía que estas manifestaciones de su carácter apacible, no significaban nada. Él debería amarla de nuevo, amarla mucho y gozar la vida a su lado, pero no podía. Tampoco se culpaba de ello. Yewon poco a poco, fue matando sus ansias naturales de hombre. Las asfixió, primero con su desdén, después con su indiferencia y más tarde... las enterró con su desprecio. También él la despreciaba, pero allí, en el fondo de su corazón, ahogaba su desprecio con cobardía, porque se temía a sí mismo. Sí, hacía tiempo temía entregar su corazón vacío a otra mujer. Una que apareciera en su camino, le frenara el paso y le mostrara otro recorrido. Al fin y al cabo, él era un hombre que no había muerto para el amor, aunque pareciera todo lo contrario.

Aquello que darnos a cambio 𖤓 Kim NamjoonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora