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𝑀𝑖𝑘𝑘𝑒𝑙


Era de esperar que mi padre estuviera planeando algo para mi vuelta al cielo, y no con la intención que todos pensaban. ¿Miguel dándole una oportunidad al hijo qué tanto detestaba? Lo único que quería conseguir con todo ese teatro era dar buena imagen. Todos se hacían los ciegos, pero yo veía esa envidia y rabia hacia su hermano y su hijo, esa relación e imagen que nunca conseguiría tener por su codicia y egoísmo. Pero por desgracia esa envidia en concreto, era algo que teníamos en común.

Tras la trampa que me tendió aquella noche, mi humor no era el mejor como para tratar con nadie que me importara. Solo quería desaparecer, irme a mi antiguo lugar de desahogo y desfogarme a golpes hasta acabar sangrando cual maldito mundano.

Pero no era el único que se escondía del mundo, no fue hasta el segundo día de encierro, que escuché la puerta de su habitación abrirse y esta vez no para dejar entrar a alguno de los Nephilim. Los pasos resonaron por el pasillo por culpa de sus zapatos. Al dejar de oírlos salí y la seguí, viéndola así bajar las escaleras, hasta que se detuvo en seco al oír las voces de mi amigo y su padre. Pude percibir su inquietud, y sabía con exactitud a que se debía, por lo que cuando vi su intención de saltar por la barandilla de la escalera al verse rodeada también por Yumi, entré en acción.

Observé su rostro, sin un gramo de maquillaje que ocultase las ojeras rojizas que se atenuaban sobre su pálida tez, pero que aún así la hacían lucir jodidamente preciosa. Cuando volvía en las madrugadas, me había fijado que bajo su puerta había luz, pero no me atreví a entrar, esta era la primera vez en dos días que la tenía tan cerca pero a la vez tan lejos por culpa de lo que ambos llevábamos a la espalda en estos momentos. No me sorprendía que estuviera confundida sobre lo de Caleb, ya que nunca se percató de la manera en la que él la quería.

Tras un intercambio de palabras, nos quedamos en silencio. ¿Debía contarle qué sabía que se besó con mi querido compañero?

—La otra noche Eros estuvo increíble —la eché una mirada sin entender a que se refería —. Unos estúpidos ángeles no hacían más que insultarte, y como un valiente salió en tu defensa, eso sí, se llevo un empujón bastante feo.

—Maldito imbécil —solté llevándome la mano al cabello. Ese idiota debió mantener la boca cerrada, si no hubieran estado en una fiesta y se lo hubieran encontrado a solas, el empujón se habría quedado en algo leve comparado con lo que eran capaces de hacer a razas como la suya o la mía —. Solo les dio la atención que querían, no debió entrometerse.

—Sea como sea, deberías darle las gracias, Mikkel.

—Lo que tú digas, princesa —rodé los ojos y bajé la mirada al escote que traía, recordando aquellos voluminosos pechos desnudos en mis manos.

Esa primera vez me tenía loco, no hacía más que repetir en mi cabeza cada roce, beso, cada detalle de su cuerpo, como su espalda cubierta por pequeñas pecas y el lunar con forma de corazón en el costado de uno de sus pechos. Selina era la primera en muchas cosas, entre ellas el pasar la noche conmigo, y cuando no estaba, el olor a jazmín que tenía impregnado en mi cama y en varias de mis camisetas, me hacía tener una sensación en las noches de que algo me faltaba. Quería seguir disfrutando y experimentando con aquella misteriosa chica, tanto en la cama como fuera de ella. Su cercanía en muchos momentos, solo me hacía desear morder aquellos carnosos y rosados labios hasta hacerla gemir y oír sus súplicas para que lamiese cada parte prohibida de su cuerpo.

—Debo admitirte algo —puso sus intensos y claros ojos grises sobre mí —. En parte acepté aquel baile para enfadar a mi padre.

—Lo sé, no te preocupes. Pero me alegro de que el primero fuese conmigo y no con esa mocosa —agachó la cabeza hacia un lado, casi recostándola sobre su hombro y miró hacia arriba hasta encontrar mis ojos. Las comisuras de sus labios se curvaron hacia arriba y me giñó un ojo.

Selina II ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora