Prólogo

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8 𝖺𝗇̃𝗈𝗌 𝖺𝗍𝗋𝖺́𝗌.

𝑀𝑖𝑘𝑘𝑒𝑙

Pequeñas gotas de color escarlata descansaron en el suelo tras el profundo corte producido por la daga. Sin expresión alguna coloqué la mano en la sólida pared con inscripciones y esta se volvió a un estado líquido. El portal me llevaría a una zona del infierno en la que me estaba prohíbo entrar y solo aquellos mandados por los de arriba podían acceder, por ello solo pronuncié el nombre de la mujer a la que buscaba y la pared se convirtió es una especie de espejo. No podía verme en el, en cambió apareció en el reflejo el bello rostro de una joven mujer, esta me miró como si de un fantasma se tratase y comencé a hablar.

—Necesito tu ayuda para encontrar a alguien.

—¿Tan importante es cómo para desobedecer a tu padre? —desvié la mirada y me mordí el interior de las mejillas —¿Qué ocurrió con el guardián?

—Lo dejé inconsciente.

Bajé la mirada al suelo donde un hombre de no más de treinta años descansaba. No pretendía causar daño a nadie de mi propia especie, por eso solo le di un fuerte golpe por sorpresa haciendo que se desplomase. Tardaría en despertar, pero no quería arriesgarme y que mi plan se echase a perder.

—Te ayudaré, pero solo con la condición de que me liberes —di un paso hacia atrás —No puedo utilizar mi poder si no me sacas. ¿Por qué te lo piensas cómo si no lo supieras? —era verdad, había ido a sabiendas de lo que ocurriría, pero el temor a ser descubierto y expulsado me invadía por dentro—. Prometo no irme hasta ayudarte, ¿podrás confiar en tu madre, no?

La confianza era algo muy importante como para regalársela a alguien. Me daba igual que fuera mi madre, ella estaba en el infierno por algún motivo que desconocía, pero que por saber no me iba a cambiar la vida. Me encontraba en este lugar, frente a la mujer de la que había leído en las bibliotecas del cielo y oído por las barbaridades que decía mi padre y demás ángeles. Los seres celestiales no tenían gran relación con su progenitora ya que eran separados de ellas al poco tiempo, a excepción de mí que tras mi nacimiento la encerraron en el infierno. Desde entonces no la había visto más que en dibujos. Y ahora que la contemplaba de verdad, estos no hacían ninguna justicia a su belleza.

—Hace años tengo pesadillas con una chica, es mayor que yo y parece correr peligro. Padre dice que solo es un sueño y tras sus palabras no lo volví a mencionar... —hice una pausa —Pero puedo llegar a percibir los sentimientos de la joven en mí. A lo que voy, es que quiero que me ayudes a encontrarla —la expliqué y esta se quedó mirándome pensativa. Seguramente estaría diciéndose a si misma lo iluso que era por venir hasta aquí por esa tontería.

Para sorpresa mía aceptó sin mucho más que decir, a parte de insultar un par de veces a mi padre, en otra ocasión hubiera defendido su nombre, pero solo ella podía ayudarme en esto y no quería perder la oportunidad. Sabía lo que debía hacer, lo había investigado durante meses hasta dar con aquello que cumpliría mi mayor deseo hasta el momento, conocer a la dama de mis sueños. Clavé las uñas en la palma de la mano volviéndome a abrir la herida y la situé encima de la de mi madre en el espejo para después, recitar una frase en latín; «Las cadenas que te atan a este lugar quedan rotas, por ende, tu castigo ha terminado.» La pequeña y delgada mano de la mujer salió del espejo seguido de todo su cuerpo, di varios pasos hacia atrás y admiré anonadado a mi madre. La pared volvió a su estado verdadero imposibilitando arrepentirme de aquello ahora.

—Te volviste un niño muy apuesto, Gregory —fijé los ojos en la mujer de mirada esmeralda.

—Me llamo Mikkel.

Selina II ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora