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Sexta vuelta a los alrededores del palacio y a Davina parecía no acabársele las pilas cuando me adelantó con un sprint. Me detuve a coger aire, ella pareció no darse cuenta y lo agradecí, porque me tiré sobre el césped en forma de estrella y no me moví hasta que volvió a aparecer.

Un solo recorrido a este inmenso palacio de estilo barroco, era como cinco al castillo de Italia, y añadamos las pesas en los tobillos, por lo que era normal que ya no pudiera ni con mi vida. Lo bueno era que solo constaba de tres plantas, así que no había gran número de escaleras que subir.

—Espero no llegar a tu edad con esa pésima condición física.

—¡¿Pero tú cuántos te crees qué tengo?! Un momento... —me erguí —. ¿Cuántos tienes tú?

—Dieciséis.

—¡Pero si eres una mocosa cómo Eros, yo qué me pensaba que tenías unos veinte! — «¿Se puede saber qué come esta niña? Ni de coña aparenta esa edad». Me dije intentando asimilar la realidad.

—Cuidado con a quien llamas mocosa, que te recuerdo que solo me llevas dos años. Además, soy mayor que ese chico.

—¿Nos has investigado? —sabía demasiadas cosas y dudaba de que el adolescente le hubiera dicho su edad y cumpleaños así porque sí.

—Por supuesto, ¿por quién me tomas? ¿Te crees qué iba a relacionarme con puros desconocidos?

—Y yo soy la loca... —escupí. Comencé a caminar al ver que se acercaba la hora de una de las clases. De lejos la escuché hablar sobre Mikkel, lo que hizo que me parase en seco —. Davina, querida, ya te digo yo a ti que no. Si valoras tu corazón, olvídate de él.

—¿Acaso veo competencia? —me eché a reír y seguí mi camino. ¿Competencia ella? Si era una cría, por el amor de dios. Pensaba que las de su mundo estarían acostumbradas a ver hombres como él a diario, pero ya me dejaba ver que no.

Al terminar de darme una ducha rápida para retirarme el exceso de sudor, fui con unos tacones en mano hasta la biblioteca de la tercera planta, donde Kim pasaba la mayor parte del tiempo.

En una de las ventanas de uno de los pasillos vi apoyado a un hombre, era el mismo que había visto en numerosas ocasiones tan solo de reojo. No volvió la vista hacia mí cuando le pasé de largo, pero me hizo acelerar el paso, no parecía muy amigable.

Busqué a la pelirroja con la mirada, en una de las mesas del lugar estaba Yumi y frente a él, el tal Nisha. No estaba segura con exactitud de si ese era su nombre ya que solo se lo había oído decir a Davina en las clases. Tampoco es que el chico hablase mucho, lo había tenido a un metro de distancia, pero en los días que llevábamos aquí, a los únicos que había dirigido la palabra, era a Yumi y Caleb.

—No hace falta que vigiles a Yumi —murmuré a la chica que observaba la mesa tras una de las librerías lacadas en blanco y decoraciones doradas. El sonido de sus tacones al caer al suelo inundó la biblioteca.

—Yo...Se nos está haciendo tarde, deberíamos ir bajando ya —dijo nerviosa, retirándose un mechón que le tapaba su pecosa cara. Recogió los zapatos, para después caminar con prisa hacia la salida.

—¿Qué tal van tus actividades? —pregunté poniéndome a su lado.

—Estar rodeada de libros es algo que me apasiona. Si no fuera por Caleb, seguiría ayudando a esos criados con la decoración del baile.

La pobre, al ser adulta, no la impartían clases de diferentes disciplinas como a sus otros dos hermanos adoptivos. El ángel convenció a no sé qué arcángel para que la pusieran exclusivamente la labor de limpiar y ordenar los libros de la biblioteca, que aunque pareciese que no, había zonas con más polvo que una momia.

Selina II ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora