EPÍLOGO - PARTE 1

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A pedido de ustedes aquí les dejo la primera parte del epílogo.
Gracias una vez más!!!

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Hacienda La Benavente...

-Mamá ¿Qué estás haciendo? –Ingresó a la cocina –Te dije que no tenías que ponerte a cocinar.
-Estoy preparando un postre solamente. Además, sabes que no me gusta estar sin hacer nada –mientras mezclaba unos ingredientes.
-Sí, sí ya lo sé. Siempre y cuando no hagas esfuerzos. Ya te lo dijo el médico. Cuando te recuperes podrás hacer tu vida normal.
-No fue nada hija.
-¿Nada? Mamá, tuviste la presión muy alta. Debes cuidarte más –mientras probaba algunas cosas que su madre tenía preparadas.
-Lo haré hija. Pero no me impidas hacer esto al menos.
-Está bien.
-Te ves cansada –al verla que se sentó en una de las mesas.
-Lo estoy, no dormí nada bien. Sabes que me cuesta mucho dormir sola.
-No te acostumbras aún.
-No, y creo que no lo haré nunca.

-¡Mamiiii! –corría una niña a sus brazos hecha un mar de lágrimas.
-¿Qué sucede mi vida? –la tomó en brazos.
-Me... Me... –no podía hablar producto del llanto.
-A ver mi amor, no llores y cuéntame que pasó –le secaba las lágrimas.
-No le creas mami, yo no le hice nada. No le tiré del cabello –negando con su cabeza mientras se defendía.
-Alejandro... –en tono de advertencia.
-Si me tiraste así –le enseñaba a Cristina como lo había hecho.
-¡No es cierto!
-¡Alejandro no grites! Sabes perfectamente que no debes pegarle a nadie, menos a tu hermana.
-Es que me sacó mis juguetes –protestaba.
-No quiero que vuelvan a pelear. ¿Entendido?
-Si mami –contestó la pequeña.
-Está bien –cabizbajo se fue de la cocina.
-Y tú mi vida, no le quites sus juguetes. Para jugar tienes todos los tuyos ¿De acuerdo? –en tono de regaño.
-Si mami –se recostó en el pecho de su mamá aún sollozando –Mami...
-¿Qué sucede mi vida?
-Extraño a mi papito.
-Lo sé... Sé cuánto lo extrañas –mientras le acariciaba la cabecita y sentía que el llanto se le empezaba a pasar. Hasta que poco a poco se fue quedando dormida.

-Ya se durmió –comentó Elena.
-Sí, lo que tenía era sueño. La recostaré en su cama –se levantó con la pequeña en brazos para llevarla a la recámara.




Habitación de Alejandro...

-Mi vida –Luego de dejar a la niña se dirigió a la habitación de su hijo. Algo que tenían los dos eran celos el uno del otro. Y tenían a quien sacarlo.
-¿Qué? –sonaba molesto.
-¿Qué haces?
-Nada –miraba una caja de un barco para armar.
-Ya no estés enojado mi vida –se sentó junto a él y lo abrazó.
-Isa me sacó mis cosas y me regañaste a mí.
-A ella también la regañé, pero ella es más pequeña y muchas cosas aún no las entiende. Tú hacías lo mismo con Natalia.
-¿De verdad la regañaste?
-Claro que sí. A ver, por qué mejor no me dices qué haces y te ayudo.
-Esto siempre lo hago con mi papá –dejando la caja.
-Sabes bien que tu papá no está. Pero si me explicas puedo ayudarte, como cuando armábamos legos ¿Lo recuerdas?
-Mamá... tú no sabes de esto –sonando muy convincente.
-Óyeme... ¿cómo que no sé? –haciéndole cosquillas.
-Ya, ya mami... está bien –intentó controlar la risa –mami... -al cabo de unos segundos.
-¿mmmh? –mientras lo peinaba con su mano.
-Te quiero –y se echó a sus brazos.
-Yo te amo mi vida, eres mi príncipe –lo llenó de besos –y ahora vamos a armar este barco.
-Está bien, pero no vas a poder.
-Vamos a ver.






Y ahí estaban sus dos hijos... Por un lado, Alejandro de casi 8 años. Un niño inquieto, soñador, de fuerte carácter y muy parecido a su padre. A su corta edad se interesaba por los negocios y muchas veces imitaba a su papá. Y luego, la pequeña Isabella, con apenas 4 años, la que era físicamente parecida a Cristina, pues tenía su color de ojos y su cabello oscuro. Y también de personalidad, había sacado de su madre hasta del mismo carácter.

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