Capítulo dos

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Un año, un único año. Ese fue el límite de tiempo que Lena pudo soportar la presencia de Kara a su lado, la pequeña bebé a la que había bautizado como Anastasia, un nombre que llevaba consigo un significado de gran valor y peso. Kara era una criatura tierna y genuinamente encantadora, pero tenía un pequeño inconveniente: un hambre voraz que atormentaba el sueño y la paz de Lena. Los constantes gritos y llantos se convertían en una melodía discordante que perturbaba la tranquilidad de la aristócrata.

Lena, una mujer de belleza indescriptible, carecía de ese instinto maternal que le permitiera comprender y calmar a la pequeña. Para ella, los desvelos de Kara parecían un pesar exagerado, una molestia que interrumpía su vida de privilegios y comodidades. A pesar de todo, Lena no podía negar que, en los momentos de calma, la belleza de la niña la envolvía por completo. En esos instantes, Lena se desbordaba de amor y ternura, compartiendo con ella todos sus sueños, deseos y cariño.

Sin embargo, había algo más en la relación entre Lena y Kara. Un sentimiento que trascendía el amor y se adentraba en una alarmante posesión. Lena sentía una conexión intensa hacia la niña, como si fuera una extensión de sí misma. Esta posesión despertaba en ella una mezcla de emociones turbias y confusas, que la atrapaban en una red de amor y obsesión.

Mientras tanto, Zor-el, el padre de Kara, cargaba con el peso de su decisión. Su esposa, Alura, había caído en una profunda depresión al descubrir la verdad sobre la partida de su hija. Para protección de todos, Alura permanecía encerrada en su habitación, sumida en una tristeza que amenazaba con llevarla a la locura. Ni siquiera la recuperación de la fortuna familiar podía consolarla.

En medio de este torbellino de emociones, la historia de Lena, Kara y Zor-el se entrelazaba en un lienzo de amor, sacrificio y secretos oscuros.

Harta de la angustia que le causaba la presencia constante de Kara, Lena tomó una decisión drástica: llevaría a la niña a conocer a su propia familia. Aquella visita resultó ser un punto de quiebre irreversible en sus vidas. Lena anhelaba fervientemente que aquella situación llegara a su fin.

Con un corazón lleno de determinación, Lena entregó a Kara a los brazos de Alura, su madre biológica, y observó cómo algo cambiaba en lo más profundo de la pequeña. Maldijo en silencio aquella situación, sintiendo que su tesoro se había convertido en una niña malcriada. Sin embargo, Zor-el y Lena se reunieron en los jardines de la propiedad y acordaron un pacto: cinco años. Cinco años para observar cambios en Kara y permitirle tener una vida más plena.

Noche tras noche, durante esos cinco años, Lena ingresaba a la mansión de Zor-el, siendo recibida con diferentes emociones por parte de los habitantes de la casa. Sin embargo, Lena traía consigo un obsequio diario para su ser más cercano: la pequeña Kara. Con cada regalo, Lena construía un mundo mágico y encantado para la niña, lleno de belleza y lujos, desde adornos hasta joyas. La educaba con esmero, eligiendo cuidadosamente su ropa y zapatos, asegurándose de que no le faltara nada.

En aquel mundo antiguo de la aristocracia de Inglaterra, Lena creó un refugio para Kara, donde no existía el dolor ni las lágrimas. La protegía con una ferocidad alarmante, como si su vida dependiera de ello. La niña creció bajo la tutela de Lena, viéndola no solo como una figura de autoridad, sino también como una amiga y confidente. La presencia de Lena le brindaba seguridad y la certeza de que siempre sería protegida.

En medio de ese mundo de esplendor y elegancia, Kara se convirtió en una joven encantadora y radiante, rodeada de los tesoros que Lena le había otorgado. Sin embargo, había algo más profundo en su relación. Un vínculo que trascendía lo material y se adentraba en lo emocional. Lena había tejido un lazo inquebrantable con Kara, llenándola de amor y cuidado, asegurándose de que su vida fuera un cuento de hadas en medio de la antigua aristocracia inglesa.

Edad de Kara: diez años.

Kara: ¿Siempre estarás a mi lado, Lena?

Lena: Por supuesto, mi dulce niña. A través de la eternidad, seré tu compañera constante. Y cuando llegue el momento en que tu delicado y pequeño cuerpo crezca y lo abandones, te llevaré conmigo. Te mostraré los secretos del mundo y, si así lo deseas, te entregaré su esencia misma.

Kara: ¿Podré tener todo lo que desee?

Lena: Siempre, mi preciosa. Todo lo que anheles estará a tu alcance.

Kara: Deseo estar contigo para siempre. No quiero que te alejes jamás.

Lena: Tranquila, mi querida. Jamás me separaré de ti. Mi amor y protección serán eternos.

Kara: Crea un poema para mí, Lena.

Lena, con su voz suave y melodiosa, comenzó a recitar:

En el abrazo eterno de la noche,
nuestros destinos se entrelazan con pasión.

En tu mirada encuentro el brillo del amor,
un vínculo que desafía la razón.

Eres mi sol en la oscuridad,
mi guía en el camino incierto.
Juntas enfrentaremos cualquier adversidad,
nuestro amor, un fuego siempre abierto.

Prometo ser tu escudo y tu fortaleza,
protegiendo cada paso que des.
En tu sonrisa encuentro la belleza,
y en tus brazos, mi hogar y mi paz.

Así, en el abrazo de la eternidad,
nuestros corazones se fundirán.
Kara, mi amada, en ti encuentro mi felicidad,
y en tus brazos, mi esposa serás.

Kara, con lágrimas de alegría en sus ojos, abrazó a Lena con ternura.

Alura: Veo cómo entregaste a mi hija, mi única y preciada hija, en sus brazos. Contemplo cómo la cuida y la protege.

Zor-el: Es evidente que nuestra hija es feliz junto a Lena. Ella la ama y vela por su bienestar.

Alura: Pero lo que percibo es que Lena la cría como si fuera un cerdo destinado al matadero. La desea para sí misma, la cría con la intención de poseerla.

Zor-el: Mi amada esposa, el destino de nuestra hija no nos pertenece. Debemos confiar en que Lena la guiará y protegerá de la mejor manera posible. No podemos entrometernos en su camino ni en los sentimientos que han surgido entre ellas.

Mientras Alura y Zor-el expresaban sus preocupaciones, el viento susurraba suavemente entre los jardines de la propiedad, como si quisiera llevar sus palabras lejos. Alura, con los ojos llenos de angustia, se aferraba al deseo de proteger a su hija de cualquier daño. Veía en Lena una sombra oscura que amenazaba con consumir la inocencia de Kara.

Sus pensamientos se entrelazaban con el temor de que Lena criara a Kara como si fuera un cerdo destinado al matadero, alimentando una posesión desmedida y egoísta. Para Alura, era inconcebible que su hija fuera tratada como un objeto más en la colección de tesoros de Lena. Anhelaba que Kara tuviera la libertad de crecer y desarrollarse de manera independiente, sin estar aprisionada en los lazos de una relación posesiva.

Sin embargo, Zor-el, con su mirada serena y comprensiva, intentaba calmar los temores de Alura. Sabía que Lena amaba a Kara con una intensidad arrolladora, pero también confiaba en que Lena podría guiar a su hija por el camino correcto. Aunque entendía las preocupaciones de Alura, Zor-el se aferraba a la esperanza de que Lena sería capaz de equilibrar su amor con el respeto por la individualidad y el crecimiento de Kara.

En medio de aquel diálogo cargado de emociones encontradas, el destino de Kara seguía siendo incierto. Mientras Alura anhelaba proteger a su hija de cualquier peligro, Lena se debatía entre el amor apasionado y la posesión desmedida. En el delicado equilibrio de estas fuerzas opuestas, Kara se encontraba en el centro, una joven cuyo destino estaba entrelazado con las decisiones y los sentimientos de aquellos que la rodeaban. El futuro de Kara, y la verdadera naturaleza de la relación entre Lena y ella, solo el tiempo podría revelarlo.

Dulce inocenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora