Capitulo cuatro.

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Con el paso de los años, Kara había dejado atrás su infancia y se había convertido en una joven mujer de veinte años. La Inglaterra que una vez conoció había experimentado cambios significativos, especialmente en términos de avances tecnológicos que se hacían cada vez más evidentes en la vida cotidiana.

Sin embargo, no todos los cambios eran positivos. La salud de Alura, la madre de Kara, había empeorado con el tiempo. Esto llenaba a Kara de preocupación y tristeza, ya que veía cómo su amada madre luchaba contra la fragilidad de la vida. Pero para Zor-el, su padre, esto era simplemente la ley natural de la vida, una realidad que debía ser aceptada.

En medio de la incertidumbre y la tristeza, Kara encontraba consuelo en la presencia de Lena. A lo largo de los años, Lena se había convertido en su ancla, en la única figura constante en su vida. A medida que Alura se debilitaba, Kara se aferraba a Lena con más fuerza, encontrando en ella una fuente de apoyo, amor y estabilidad.

A medida que el invierno se acercaba, la salud de Alura empeoraba rápidamente. Kara sabía que el momento de su partida estaba cerca, y en su corazón, sentía que era hora de marcharse junto a Lena. El amor que habían compartido en secreto durante tanto tiempo ya no podía ser contenido. Era el momento de enfrentar el mundo juntas, de vivir su amor abiertamente y de construir un futuro en el que pudieran ser libres para amarse sin restricciones.

Con valentía y determinación, Kara tomó la mano de Lena y le confesó sus sentimientos más profundos. El amor que había crecido entre ellas a lo largo de los años se manifestaba en cada palabra y cada mirada. Kara estaba lista para enfrentar cualquier desafío que pudiera presentarse, siempre y cuando estuviera junto a Lena.

En ese momento, el invierno se llevó consigo la vida de Alura, pero también marcó el comienzo de una nueva etapa en la vida de Kara y Lena. Juntas, se adentraron en un futuro lleno de esperanza y promesas, dispuestas a enfrentar cualquier obstáculo que se interpusiera en su camino.

El amor verdadero y eterno de Kara y Lena había resistido la prueba del tiempo y las adversidades. Ahora, estaban listas para escribir su propio destino, construir una vida llena de amor y crear un legado que trascendería las barreras impuestas por la sociedad. Juntas, se embarcarían en un viaje lleno de pasión, complicidad y felicidad, sabiendo que su amor era más fuerte que cualquier obstáculo que pudieran enfrentar.

Kara: Padre, mi sendero no yace aquí. Por tanto, he acudido en busca de tu permiso. Deseo partir junto a Lena y emprender un viaje por el mundo en busca de mi verdadero destino.

Zor-el: Concededme el privilegio de conversar con ella en solitario, hija mía.

Kara asiste y sale de la habitación.

Lena: Mi señor, ¿por qué necesitáis privacidad? No podéis negar este anhelo.

Zor-el: Por supuesto, pero solicito privacidad porque tengo algo de suma importancia que pediros, algo que solo podemos discutir en la intimidad.

Lena: Adelante, mi señor. Si está dentro de mis posibilidades, cumpliré vuestro deseo. Al fin y al cabo, somos familia y siempre hemos velado el uno por el otro de un modo correcto.

Zor-el: Mi petición es ardua, pero os ruego que la consideréis con detenimiento. Permitid que Kara descanse en paz, sin transformarla en un monstruo como vos.

Lena: ¡Jamás! No puedo concebir que me hagáis tal solicitud. Kara es mi vida, compartimos una misma alma. No puedo permitir que su vida se extinga, incluso si eso significa enfrentar los peligros que acechan en el mundo.

Zor-el: Comprendo vuestros sentimientos, Lena, pero os suplico que penséis en el bienestar de Kara. Ella merece tener la oportunidad de encontrar su propio camino, sin ser arrastrada por las sombras que me te han consumido, si la amas liberala.

Lena: Zor-el, entiendo vuestra preocupación y aprecio vuestro amor por Kara. Pero no puedo aceptar vuestra petición. No puedo permitir que mi futura mujer perezca. Estoy dispuesta a acompañarla en su viaje, a protegerla y guiarla en cada paso del camino, estoy dispuesta a darlo todo por su persona.

Zor-el: - Suspira - Comprendo vuestra determinación, Lena. Aunque no comparto vuestra decisión, respeto vuestro amor y lealtad hacia vuestra dama. Que el destino guíe vuestros pasos y os proteja en esta travesía.

Lena: Gracias, mi señor. Prometo cuidar de Kara y asegurarme de que encuentre su rumbo en este vasto mundo.

Con una sonrisa melancólica en su rostro, Zor-el observó cómo su hija se alejaba en el carruaje, acompañada por Lena. El camino arbolado se los tragó, dejando atrás la imponente mansión familiar. A lo largo de los años, Zor-el había sido testigo del crecimiento de Kara, a pesar de haberla entregado a Lena apenas horas después de su nacimiento. Había amado a su hija con todo su ser y había encontrado consuelo en el amor mutuo que compartían. Sin embargo, ahora, con la partida de Alura y Kara, su mundo parecía desmoronarse.

El dolor y la tristeza se apoderaron del corazón de Zor-el. En su desesperación, recordó aquel frasco de veneno que había guardado desde la muerte de su amada esposa. Con mano temblorosa, aumentó la dosis y decidió que era hora de unirse a Alura en la eternidad. Quería recordar a su hija como la joven pura e inocente que había sido antes de ser corrompida por la maldad. Aquella noche, su corazón no pudo soportar la carga emocional y dejó de latir. Zor-el se despidió de este mundo, dejando a Lena como la única heredera de la familia y a Kara como su única compañía en la vida.

Dulce inocenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora