32

236 32 50
                                    

Me despierto y siento un poco de movimiento encima de mí.

Veo a Damiano con su cabeza en mi pecho mientras toca un poco su pelo.

A su lado, Dante duerme mientras su cuerpo está hacia la derecha, dándonos la espalda.

Acaricio la espalda de mi amigo y él me mira. Cuando lo hace, sonríe.

—¿Desde cuándo estás despierto? —le pregunto en un tono bajo para no despertar a Dante. Se incorpora un poco.

Tiembla por un segundo cuando siente algo de frío una vez que la sábana abandona su cuerpo.

—Todas las noches me despierto y me tocó a estas horas. No sé ni qué hora es —explica y sonrío.

—¿Vamos a tomar el aire un poco? Lo necesito.

Damiano asiente y abandonamos la cama despacio y en silencio.

Nos vestimos con la misma ropa que llevábamos puesta cuando venimos al hotel.

Toca los bolsillos traseros de sus pantalones buscando la caja de cigarros.

Vamos a ir a fumar por un tiempo.

Lo más normal es abrir la ventana y fumar, pero él le tiene miedo a las alturas.

Estamos en un cuarto piso.

Me acerco a Dante y beso su frente como modo de despedida.

Como si fuera un bebé durmiendo, una pequeña sonrisa aparece en sus labios cuando le doy el beso.

—Dante es muy adorable. Te quiere con locura —dice Damiano cuando caminamos por el pasillo—. Anda con la baba colgando siempre. Enamoradísimo de ti.

Río al escuchar a mi amigo y entramos en el ascensor.

Su cuerpo tiembla un poco y se lleva las manos a sus brazos desnudos.

—Iremos primero al coche de Dante. Tendrá alguna chaqueta.

Entre sus tonterías de no, estoy bien y no me voy a morir por culpa del frío, ya estoy en el coche de Dante buscando una chaqueta.

Mientras, Damiano se ríe al verme.

—Tienes un culo muy grande —dice y río al escucharlo—. Por eso tu novio anda así, detrás de ti.

Vuelvo a reír y abro el maletero del coche. Cojo una mochila deportiva y la abro.

Dentro de esta hay una camiseta, unos pantalones cortos, una chaqueta y unos zapatos.

Todo es para su entrenamiento con ese tal Bruce.

Cojo la chaqueta negra y la huelo.

Huele bien, menos mal.

No está llena de sudor. Está limpia.

Sonrío y se la doy a Damiano una vez que cierro el coche con el mando.

Se la pone y coloca un brazo encima de mis hombros cuando seguimos caminando por el hotel, acercándonos a la salida de este.

Me da un beso en la mejilla y me hace sonreír.

Abandonamos el hotel.

Ambos cogemos un cigarro.

Lo encendemos casi a la vez y soltamos el humo por nuestra boca.

—Por fin —dice contento y guarda el mechero en uno de los bolsillos de sus pantalones—. En casa puedo fumar siempre —me mira—. Es una tontería haber bajado para fumar.

Dante |Måneskin|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora