Exceso de ansiedad

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-Estoy cansado de estar ansioso. Cansado de mover las piernas. Cansado de no poder leer fluidamente.
Esto lo dijo Sandro a su psiquiatra en el consultorio. Su psiquiatra lo oyó y le dijo.
-Tome más calmantes. Eso lo ayudará.
Sandro, que era un hombre delgado y de nariz prominente, se puso tenso y le contestó.
-No quiero estar con sueño todo el día. Quiero que ajuste la medicación para que no pase por esta tortuosa ansiedad.
El psiquiatra se acomodó los lentes. Acomodó los papeles que tenía sobre su escritorio y se acomodó en su asiento. Entonces, al acabar dijo:
-Su esquizofrenia precisa de la medicación que está tomando. Bajar la dosis o incluso quitarla es impensable.
Sandro bufó y dijo mientras se levantó de la silla.
-Entonces ambos estamos perdiendo el tiempo. Me retiro.
Y dicho esto salió del consultorio. Sintió la tentación de dar un portazo pero se aguantó las ganas. Afuera, en la sala de espera hay más de veinte personas esperando su turno para la consulta con los diferentes profesionales. Sandro no le prestó atención a ninguno de ellos y se retiró de la institución.
Afuera está frío, pero su campera verde de aviador y su bufanda lo protegen bien. Se paró a la salida de la institución para armarse un tabaco. Era lo único que lo calmaba por unos minutos. Sus dedos estaban marrones de tanto fumar.
Prendió su tabaco y comenzó a caminar rumbo a la parada de ómnibus. En el trayecto lo único que sentía era decepción. La idea de que su enfermedad fuera paliada con medicación que tenía efectos secundarios que no le permitían estar tranquilo lo enfureció. Él no eligió sufrir esquizofrenia.
En la parada había dos personas. Una pareja. Su tabaco duró poco y lo tiró. Sintió ganas de armarse otro pero se aguantó. Uno detrás del otro le causa dolor de pecho. La espera en la parada fué aburrirse quince minutos viendo a la gente pasar. Entonces vino su ómnibus y extendió el brazo para que parara.
Subió al ómnibus y pagó su boleto. Luego, contento se sentó en uno de los muchos asientos libres que hay disponibles. Antes de la esquizofrenia llevaba sudokus para matar el tiempo pero ahora no tenía la concentración necesaria para hacerlos. De modo que todo el viaje lo pasó viendo por la ventana. Fueron veinte minutos de muchas casas, comercios y transeúntes. Llegó a su destino y se acercó a la puerta del ómnibus y presionó el botón para descender. El ómnibus paró y le abrió la puerta. Bajó y se topó de nuevo con el frío del ambiente. Se armó otro puro en la parada y con él prendido comenzó a andar rumbo a su casa.
Al llegar a su casa, que queda al fondo de un corredor, abrió la puerta y entró. No se quitó su abrigo porque estaba igual de frío que afuera. Dentro de su casa fué a orinar, se lavó las manos y se dirigió a su dormitorio. Su casa es una casa prolija. Cada cosa está en su sitio. Hasta los trastes estan guardados en sus respectivos armarios. En su dormitorio no hay televisor. Ver televisión aumenta sus delirios y decidió dejar de verla. Se tiró en la cama y se puso a pensar.
"De qué me sirve estar cuerdo si voy a pasar ansioso todo el día."
Le dió vueltas a este pensamiento más de veinte minutos y finalmente tomó una decisión. Se levantó, tomó los remedios de su ropero y los tiró todos en el basurero de la cocina. Hecho esto se volvió a acostar.
Tuvo un sueño en el que todos hacían sus quehaceres mientras él permanecía aterrado en un rincón, con miedo de que alguien lo encontrara. Estaba en el rincón del baño y cuando sintió que golpeaban la puerta se despertó.
Realmente golpean la puerta pero de su casa. Se levantó y fué a abrir. Era su vecina. Le pidió si no tenía una taza de azúcar que después se la devolvería. Sandro le dijo que sí y tomó la taza vacía que ella le extendió y fué hasta el aparador de la cocina a llenarlo. Una vez lleno le entregó la taza. Su vecina, que era una mujer joven de pelo largo y negro le dió las gracias y le preguntó cómo marchaban sus cosas con el médico. Él, que no quería extenderse mucho en explicaciones le dijo que bien y ella afirmó que lo veía mucho mejor últimamente. Se despidió y Sandro cerró la puerta aliviado. No le gusta mentir pero, ¿Qué le iba a explicar? ¿Que los efectos secundarios de la medicación eran una tortura? Mejor dejar las cosas como están y esperar que no vuelvan los delirios ahora que está sin medicación.
Volvió a su cuarto y sintió ganas de leer. De modo que tomó de la estantería de libros, que tendría una veintena, un libro de Charles Dickens y comenzó a leerlo. Él disfrutó poder leer capítulo tras capítulo sin sentir esa maldita ansiedad. Siguió leyendo despreocupadamente.
Se hizo la hora de la cena y guardó el libro en su mesa de luz junto a la cama. Fué hasta la cocina y se sirvió una porción de guiso que le quedaba, calentándolo en el microondas. Comió tranquilamente, sin temblar sus piernas. Esto lo puso contento ya que llevaba meses que no paraba de mover las piernas mientras comía. Al terminar de comer lavó los trastes, se dió una ducha de agua caliente y se acostó a dormir.
Esa noche soñó que vagaba por la ciudad escondiéndose de todos los transeúntes. Temía que lo agarren y lo internet en un manicomio. Cuando ya habían descubierto el rincón donde se escondía se despertó.
Se levantó sin nervios. Quiso un café y se lo preparó. Se topó con los trastes en el escurridor y no les dió importancia. Tomó su café y fué al sillón de su cuarto a seguir leyendo la novela de Dickens. Pasó horas leyendo.
De pronto golpearon la puerta y él fué a atender. Era su joven vecina quien le devolvía su taza de azúcar. Vió en ella una cara de asombro y no entendió el porqué. Ella tras recibir su taza ya vacía le dijo:
-Que raro no te has peinado todavía. Ya es mediodía. Pero bueno,- dijo dejando su rostro de preocupación. -Cualquiera puede tomarse un día sabático,- y se marchó.
A Sandro le llamó la atención la preocupación de su vecina pero no le dió importancia de momento y volvió a la lectura. Mientras leía una idea brotó como mala hierba en su mente. La idea de que su vecina no precisaba azúcar. Que lo que realmente precisaba era saber cómo estaba. Si seguía tomando la medicación. Está idea lo puso de un humor terrible y dejó la lectura. Eran las cuatro de la tarde cuando se armó el primer tabaco del día. Mientras fumaba pensó en cuánta gente estaba pendiente de si tomaba o no su medicación. Seguro estaban sus parientes. Y la vecina. Y el resto de vecinos del barrio. Y su médico. Y es así como de pronto se sintió cercado. Mientras cavilaba estas cosas su taza de café permanecía sucia en el fregadero.
Fué tras el tabaco que ocurrió. Ya no quiso leer más a Dickens. Se quedó pensando cómo haría que nadie se diera cuenta de que no estaba tomando la medicación. Así llegó la hora de la cena y se sirvió el poco de guiso que quedaba. No había pensado en la cena hasta que estaba muerto de hambre, ya que no había almorzado. Con ese poco de comida en el estómago se fue a dormir. El libro de Dickens inmaculado sobre la mesa de luz.
Esa noche soñó que estaba en una habitación acolchada del manicomio. Había solo un espejo amurado a la pared desde donde estaba seguro que lo vigilaban. Sentía pánico. Estaba encerrado en un manicomio. Su peor pesadilla. Cuando cayó en cuenta que jamás saldría despertó.
Se despertó con ganas de café. Fué a prepararlo y no quedaba más café. Se vistió y fué al supermercado que está a una cuadra de su casa. Temió toparse con algún vecino que supiera que no estaba tomando la medicación pero no se topó con ninguno.
En el supermercado se sintió observado todo el tiempo. Tanto que ni pensó en hacer las compras para el almuerzo y la cena. La verdad era que no se había peinado y su pelo parecía un nido de pájaros. Pero él no lo veía así. El pensó que todos sospechaban que no tomó la medicación. Asustado terminó la compra del café y fué a paso ligero a su casa. En el camino no se topó con ningún vecino.
Entró a su casa y pasó llave a la puerta, cosa que no hacía nunca cuando estaba dentro. El miedo a que todos supieran que no tomó la medicación se volvió realidad para él. Asustado revisó el basurero de la cocina y rescató su medicación. Lo primero que hizo fué tomar la risperidona para la esquizofrenia y luego un ansiolítico. Hecho esto se tomó su café y se acostó en la cama.
Cuando despertó se sintió ansioso pero no soñó.
Guardó el libro de Dickens y se dispuso a fregar los trastes. La ansiedad estaba ahí, pero era mejor que la psicosis.

El Dragon De CiudadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora