Capítulo uno.

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-¡Mamá! -Grité bajando las escaleras. -¿Sabes dónde está mi móvil? No lo encuentro por ninguna parte. -Chillé atravesando el salón.

-Tú sabrás hija. -Me la encontré saliendo de la cocina en mi busca.

Bufé.

-Sé que lo dejé encima de la mesa del salón, pero desapareció. Y subí a ver si lo había subido, pero nada.

-A ver, voy a llamarte. -Se secó las manos con el trapo que tenía en ellas.

La seguí por toda la casa hasta que encontró su teléfono móvil en una estanteria del salón. Marcó mi número y se llevó el aparato a la oreja. Poco después empezó a sonar Rihanna a todo volumen desde el sillón de papá.

-¡Papá! -Gruñí caminando hacia el sillón vacío. -No entiendo porque mierda me coge el móvil. -Metí la mano por el cojín del sillón donde papá se solía sentar para ver los partidos y saqué mi móvil.

-Hija, sabes que a él le gusta meterse contigo. -Acarició mi espalda.

-Pues a mi no me hace ni gracia. -Desbloqueé mi móvil. -Y encima me manda mensajes de texto diciendome que en media hora está aquí, que le vaya preparando la televisión y la cerveza. Hoy hay partido. -Bufé.- ¡Tocate los coj...! 

-¡Nereida! -Me interrumpió mi madre. -Ni se te ocurra decir más palabrotas, ¿te quedó claro? -Me regañó.

Asentí sin darle mucha importancia y guardé mi móvil en mi bolsillo trasero de mi pantalón. Ahora tendría que aguantarle toda la noche. Le saqué un botellín de cerveza de la nevera y lo dejé en el salón. Después me dirigí a la cocina de nuevo y agarré una bolsa de palomitas, las hice y las coloqué en un bol. Le eché sal y me fui al salón, dónde encendí la televisión y puse lo primero que encontré. Clan. Estaban echando Bethoveen. Era una de las películas más bonitas que había visto, ya que el San Bernardo era de lo más bonito que había visto en mi vida. Cuando era pequeña y vi esa película, le dije a mi mamá que me comprara un San Bernardo, porque era adorables y cuando creciera podría montarme encima de él. Ella me lo negó ya que era un perro demasiado grande para nuestro piso. En cambio, me compró un Terrier super mono al que bautizamos como Pancho. No sé como se me ocurrió ese nombre, pero era adorable. Cuando nos mudamos a la casa, mamá no quiso tenerlo dentro, así que ahora está en una terracita todo el día ladrando al aire.

Papá llegó y subió corriendo las escaleras después de saludarnos. Venía sudado siempre del trabajo y siempre nos daba besos a mamá y ami. Odiaba que me besara cuando estaba así, no soportaba el sudor. Al poco rato, bajó con la camiseta de su equipo.

-¿Porqué te la pones si estás en casa y nadie te va a ver? -Pregunté mirandole con una mueca de desagrado.

-Hay que serle fiel al equipo. -Alzó el puño al cielo y después lo besó.

Se dejó caer en el sillón y me arrebató el mando a distancia de las manos. Cuando me quise quejar ya era demasiado tarde, ya había cambiado el canal.

-Ellos no saben ni que existes, papá. Que más dará lo de la camiseta. -Moví una mano con desdén.

-¡Ay, cállate niña! -Gritó.

-En serio, eres peor que yo cuando veo algo que me gusta. -Niego riendo.

Me senté en el brazo del sillón con el bol de palomitas en mi regazo. Me las metía de puñado en puñado. ¿Cómo mierda le gustaba el fútbol? Lo peor de todo es que tardaba la vida entera en empezar el partido. ¿Y qué hacía yo aquí sentada? Me levanté sin hacer ruido y caminé de puntillas hasta las escaleras. Pero mi padre era como un perro, lo olía todo y sabía perfecamente que me estaba escapando de este infierno.

-¿A dónde te crees que vas? -Dijo sin despegar los ojos de la televisión.

Mascullé maldiciones en voz baja y me senté en donde estaba anteriormente.

(*)

El partido iba por la mitad, empate. 1-1. Mi padre no paraba de gritar y de moverse con nerviosismo. Amí esto me ponía enferma. Si me veía sacar el móvil o cualquier cosa, me echaba la bronca o me empujaba del brazo del sillón para que guardara silencio. No le entendía. ¿Para qué me quería aquí si no me dejaba ni respirar? 

-Vamos, vamos, vamos... ¡GOOOOOOOOOOL! -Gritó saltando del sillón.

Me tapé los oídos mientras que reía. Era como un niño pequeño.

-¿Quién marcó? -Dije sin interés.

-El de siempre, Justin. ¿Cómo osas preguntarlo? Es el mejor... -Le interrumpí.

-Si, si ya lo sé. Es el mejor de Toronto FC. Es el futbolista del momento, bla, bla, bla. -Volteé los ojos. -Entre tú y la tele me sé su vida entera. -Me quejé.

-Es un buen chico.

-¿Y tú qué sabrás? Solamente has visto como corre de un lado hacia otro en una pantallita de mierda. -Dije cabreandome.

-Oye, no te pases. -Me miró malhumorado. -Si lo conociera de toda la vida, me gustaría que fuerais novios. 

Solté una carcajada no muy normal en mi. Las palomitas que tenía en la boca salieron volando en todas direcciones.

-¿Tú eres conciente de lo que acabas de decir? -Alcé una ceja. -No eres normal, madre mía. -Apreté mis cienes. -Eres peor que una adolescente muerta de amor por sus ídolos. -Negué lentamente. -Djate de tonterias, que ya eres mayorcito, eh.

-Algún día dejarás de decirme todas esas cosas. -Gritó detrás de mi mientras que subía las escaleras.

Buena suerte con eso, papi.

¡Hola! Aquí vengo con una nueva novela. Espero que os guste. 

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Un beso chic@s. 

Game Over. {Justin Bieber}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora