Bienvenida

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La luz incandescente bañaba su rostro pálido y delicado que descansaba a planitud bajo un marco amplio de madera que sostenía un ventanal circular de vidrio amarillento. Los ojos le pesaban y su nariz se contrajo al percibir el olor a cloro que invadía la estancia. Estaba acostumbrada al olor a mojo y humedad que albergaba el cuartillo pequeño en el que se había acostumbrado a vivir en lo profundo del bosque, que todo lo que se le presentaba en su nuevo "hogar" le parecía profundamente diferente.

Con desgano y sin remedio alguno, tallo sus grises ojos y se dispuso a prepararse para dirigirse con su nuevo escuadrón de combate. Había sido nombrada el mejor cadete del pelotón de soldados nuevos que se habían alistado al servicio de la reina, lo cual creo fama rápidamente haciendo que la boca de muchos se llenara de su nombre haciéndola preguntarse si aquello traería ventaja o ruinas a su vida.

Su ropa comenzó a caer en el piso y conforme avanzaba, su cuerpo terminaba de desnudarse. Miro con cautela a sus alrededores y descubrió que en aquel recinto tenía la privacidad que con anterioridad no conocía. Había aprendido a bañarse en minutos al verse en la necesidad de utilizar el agua del rio y a no cerrar los ojos, aunque el jabón le calara las cuencas.

El agua caliente llego como una emboscada hasta sus músculos tensos producto de las pruebas pesadas a las que la sometieron en las semanas anteriores y su cuerpo la recibió con anhelo y gratitud como si fuese el mejor de los regalos.

Pese a que tenía más tiempo del que pensaba termino con rapidez y apenas retiro las gotas traviesas de su cuerpo, se colocó el uniforme que le habían entregado. El pantalón blanco hacia juego con su piel de nieve, mientras que su cabello negro se distinguía sobre la torera color café claro. Cuando se sintió lista tomo el pergamino de aprobación que le habían otorgado al terminar el entrenamiento y salió de ahí.

Caminó en silencio ignorando los rostros que aparecían frente al suyo al no encontrar las pocas caras con las que se había familiarizado las semanas pasadas. Y como de costumbre su mirada indiferente alejaba aquellos curiosos que pese a su silencio habían decidido acercarse a saludar, haciendo de su camino un trayecto solitario. Traspaso las grandes puertas grisáceas al terminar el pasillo B que llevaba a los dormitorios de las chicas y sintió el esfuerzo del sol por hacerse presente en las partes de piel que se mostraban desnudas.

Eran las 7 de la mañana y la multitud parloteaba y aturdía sus oídos. Sentía el chocar de los cuerpos de cada uno de los que se encontraban ahí y podía distinguir la diferencia de rangos al enfocar su mirada en las estampillas grabadas en sus camisetas.

De pronto como si algo la empujara a mirar entre todos, ladeo su rostro y se vio impactada por los cuarzos verdes y brillantes que la observaban desde el otro lado. Distinguió un destello fugaz en sus cuencas y supo de inmediato lo que con aquella mirada le quiso decir y se estremeció.

El estruendo de una puerta aún más grande que la anterior se hizo presente provocando que cada persona en aquel recinto tomara distancia y formara una línea perfecta. Se encontraba en la fila 3 en el lugar número 9 y desde ahí distinguió el cabello rubio del comandante que los había recibido los días anteriores.

— Es un honor tenerlos a todos aquí — Le escucho decir y miró con indiferencia la reverencia que hacía respetuosamente a todos ellos, mientras que la euforia abría paso por la garganta del resto de la multitud.

— Deben saber que han sido seleccionados por su capacidad, esfuerzo y valentía para servir a nuestra reina.

Como un diamante bien pulido aprecio una figura pequeña que llevaba en la cima una cabellera de oro. Sus ojos nobles y llenos de agua de mar miraban con amor y entrega a todos los que agachaban su cabeza en su presencia. Conocía a la perfección esa imagen, la cual no podía pertenecer a nadie mas que a esa reina.

Perfidia y deseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora