Abandono

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El viento corría aprisa, movía sus cabellos negros tapándole en momentos sus pequeños ojos, pero iba firme, seguro y con ella en brazos. Silencioso caminó bajo la noche que mantenía su encanto oscuro, con la mancha blanca estampada en el firmamento que parecía juzgar absolutamente a cualquiera que caminara bajo su claro radiante.

No hablaba, no la miraba y no se detenía. Tenia la mirada perdida como quien estaba viendo algo que nadie más notaba, además fue consciente de lo apretujada que estaba su boca la cual pintaba dos líneas rectas que no perdían fuerza con nada.

Lo observaba y cada vez que lo veía se preguntaba como era posible que no se quejara del viento que parecía querer golpearlo en el pecho cada vez que podía. Pero no podía esperar menos de él, era fuerte, lo sabía porque sentía su agarre bajo sus muslos desnudos, y sobre su hombro que era sostenido por sus dedos largos y limpios.

Embelesada por la criatura que la llevaba en brazos, no vio el camino ni las celdas, tampoco el jardín, el padecimiento de su cabeza apenas y la dejo divisar un túnel largo que viajaba por debajo del recinto. El cómo se tenía acceso a él lo ignoro y sin remedio se dejó guiar por el hombre blanco. Olía a tierra mojada, a humedad pura y pudo notar su desagrado al verlo arrugar la nariz, y aquello le pareció gracioso, debido a que no esperaba que a un hombre tan fuerte le pudiera molestar algo tan insignificante.

Dentro del túnel no pudo divisar nada que no fuera la escasa luz de lo que parecía ser unos faroles de aceite, que le permitieron ver su afilada nariz y su fino mentón. Después de eso lo sintió subir en lo que fueron alrededor de veinticuatro escalones que lo dirigieron a una puertecilla que podía verse encima de ellos.

— Mierda — lo escucho quejarse.

Era evidente que el hombre no podía abrir la puerta por la posición en la que se encontraban, pero no podía hacer demasiado, la cabeza le retumbaba y su vista borrosa no servía mucho de ayuda.

— Tendré que bajarla — Le indicio y la pelinegra sintió el temblor de sus dedos llegar hasta el primer escalón. — Sosténgase así — le tomo las manos y se las paso por el cuello en donde ella hizo un frágil agarre.

— Tómeme — le advirtió y Mikasa entrelazo sus brazos y se abrazo de él.

Era suave, su piel era suave, aunque no podía decir lo mismo de su cuerpo que parecía una roca muy bien pulida. Lo sintió escabullir los dedos por su abdomen hasta sostenerla de la cintura con la mano libre que tenía, orillando a que su espalda se recargara de lleno en la pared. Pero seguía inestable en los escalones y por mucho que quisiera apretar en su cuello, su dolor se lo impedía. Entonces sintió calor y se percató aun con sus sentidos dormidos como el pelinegro se dejó caer en ella para que no tambaleara mas de lo que ya lo hacía.

— La tengo. — le susurro cerca, demasiado cerca porque casi lo sintió rosarse con ella.

El agarre era fuerte, tan fuerte como las punzadas que aun tenía en su sien. Le temblaban los pies, las manos, la vena principal de su cuello que parecía llevar sangre desenfrenada. Sentía el sudor avecinarse por el aumento de temperatura al chocar con su cuerpo que se movía lentamente hasta que el candado fue abierto.

— Listo. — lo escucho decir y de pronto lo sintió tomarla de lleno por las caderas hasta sacarla de ahí.

La puertilla pequeña daba al interior de su cuarto, por qué existía ese atajo lo desconocía, pero agradecía que existiera. Para entonces no tuvo mucho tiempo para actuar, porque de nueva cuenta el capitán ya la tenía cargada. Camino hasta la cama limpia y de sabanas extremadamente blancas en donde con sumo cuidado la deposito.

Perfidia y deseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora