Ceder

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El mantel blanco rozaba constantemente con las largas botas que hacían conjunto con su uniforme varonil, el cual le habían negado constantemente a utilizar por lo opuesta que era su anatomía. Había sido juzgada, ofendida e incluso golpeada por haber tomado aquella difícil decisión, pero nada podía engañar a su bajo vientre que bailaba de emoción cuando veía a la reina desnuda.

Si, era una mujer, pero no se sentía como una, ni jamás se vio como una. Aquello le había resultado plenamente difícil de aceptar, sobre todo cuando el castigo por blasfemar era la horca. Sin embargo, el destino parecía ser su aliado, pues había conseguido la piedad de la iglesia a causa de su hermosa soberana.

— ¿Estas escuchándome? — escucho decir de pronto a la reina de cabellos de dorados.

— No, lo siento ¿Qué es lo que decía? — pregunto cuando alzo los ojos hasta el otro extremo en donde la monarca se encontraba.

— Preguntaba sobre la ubicación de Levi.

«Levi Ackerman»

Su solo nombre le escocia la lengua. Ella era su sombra, una sombra muy tenue que desaparecía a plenitud cuando la soberana lo miraba.

— No tengo idea su alteza — informo con desinterés antes de sorber el vino de mesa que se encontraba en el centro.

— Búscalo, debe estar aquí antes de que lleguen los invitados. No puedo estar sola — ordeno con preocupación.

— Estará conmigo, no tiene que...

— Necesito a Levi conmigo — interrumpió rápidamente sin voltear a verla, sus ojos estaban plenamente enfocados en el cuchillo que rebanaba el torso de un cerdo bien cocido.

Ymir no reprocho aquello, se levantó y habiéndose sacudido el uniforme se dispuso a dar la vuelta para salir del gran comedor.

— No olvides su medicina.

Escucho decir a lo lejos y habiendo estado fuera de su alcance dejo caer sus puños endurecidos en alguna región de la fina pared.

Estaba cansada, demasiado cansada, aun no lograba comprender como había podido engañar y someter al hombre de ojos grises. Era fuerte, indomable, una bestia, pero ante eso... solo era una fiel marioneta a la que a veces se le rompían los cordones buscando la libertad.

Tras haber atravesado el comedor, la biblioteca y el salón de baile, bajo con rapidez y molestia las escalerillas de caracol que dirigían a un recinto amplio lleno de mesas, iluminado a plenitud, aunque fuera subterráneo.

— ¿Tienes listo el té? — pregunto Ymir a la joven de coletas negras que abrochaba apresuradamente su delantal blanco.

— No, lo siento. Me he quedado dormida y no he alcanzado al pastelero a tiempo.

— Mina, hay mas recipientes en la alacena, apresúrate, sabes que no puedo tardar en dar el té al señor Ackerman. — apresuro Ymir con un movimiento de sus manos.

Los ojos oscuros de la doncella se llenaron de preocupación al abrir el aparador de madera. Ymir supo inmediatamente que algo ocurría, cuando las manos temblorosas de la mujer sacaron a la luz un envase vacío.

— Se ha acabado.... el colorante se ha acabado... — mostro con ambas manos temblando como si el frio hubiese atentado contra ellas.

— Maldita... sea ... ¿Sabes lo delicado que es esto, ¿verdad? — interrogo desde lo alto, una vez y se le acerco.

— Lo sé, lo sé, saldré inmediatamente a buscar en el mercado próximo — tomo su capucha vieja dispuesta totalmente a conseguir el colorante.

— No puedes, ya no hay nada que se pueda hacer. — resoplo Ymir — dame ese envase, tratare de sacar las ultimas gotas.

Perfidia y deseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora