La imagen de una cuna meciéndose en la oscuridad se abrió paso por su ya turbulento sueño, en el cual, él veía corriendo curioso a un crio hasta el mueblecillo de madera blanca en donde reposaba un dulce bebe
La cual tenía la piel teñida por un blanco puro parecido al de la nieve cuando no la ha visitado el hombre, mientras que en sus cabellos el carbón se había plasmado dejando una sombra negra que hacía resaltar sus ojos pequeños e inocentes. Era pequeña, totalmente indefensa y miro al niño querer apretar sus manitas para protegerla cuando la vio estirarlas de lleno al cielo.
— La cuidaras ¿verdad? — pregunto la mujer que reposaba al finalizar el cesto, pero fue capaz de oírla.
— Aun no soy fuerte — escucho decir desde arriba al niño que jugueteaba con la infanta semi dormida.
La escena era extraña y no tenia indicios de las cosas que miraba, no había recuerdos, o cuentos o una simple leyenda. No había nada. Su cuerpo transparente se encontraba flotando en la cima, en el techo, como si este estuviera impidiendo que la atravesara hasta volar más lejos.
Lo observo, observo al pequeño ridículo que tenía las calcetas acomodadas hasta las rodillas, y se percató de su delgadez y de su baja estatura aun y cuando se veía de alrededor 8 años. Su rostro, aunque inocente, no mostraba con claridad las emociones que sentía, muy diferente a sus ojos que conservaban una luz, una chispa con voluntad que se negaba a morir en el gris de sus ojos.
— Estoy en peligro y necesito saber que estará bien. — escuchó confesar a la mujer de cabello negro hasta los hombros, que tenia un semblante frio y triste.
Su alma flotante la miro con determinación, aunque las imágenes que se mostraban frente a el se distorsionaban, se perdían y poco a poco fue sintiendo como un viento frio lo arrastraba hasta empezar a traspasar el techo.
— ¿Morirás? — sus oídos detectaron la voz del niño al preguntar.
— Si.
Aquella afirmación había sido lo último que sus oídos detectaron. Su alma fría subió hasta el cielo en donde de nueva cuenta llego a un desierto de arenas brillantes en donde se depositó. A lo lejos diviso de nuevo la cuna que se movía con lentitud, pero no había mano alguna que provocara dicho movimiento extraño.
Intento caminar en el arenal, pero los pies le pesaban como si estuviera cargando con cadenas, conforme lo intentaba podía divisar que la cuna comenzaba a menearse con mayor fuerza hasta el punto en que la acción se vio peligrosa y violenta.
Sintió calor, y una alerta que no entendía y temió que la pequeña infanta desconocida cayera de lleno en la arena fría de la cual no podía salir. Y si, al termino de un ajetreo impetuoso el cuerpo de la niña cayó y su lamento retumbo por aquel lugar que no tenía fronteras.
«La cuidaras ¿Verdad?»
Escucho decir como un eco, pero no encontró a la mujer, ni al niño y mientras buscaba, la frecuencia del llanto aumento haciendo que se le erizaba hasta el ultimo vello de su traslucido cuerpo.
— ¡Detente! — imploro al aire. — ¡Llegare! — gritó mientras sus piernas se adentraban en la arena haciendo que poco a poco el suelo brillante comenzara a tragarlo.
Su cuerpo se adentró de lleno, seguía gritando, manoteando, tratando de llegar al infante que moría de frio en el suelo. Sentía sangre salir de sus oídos, pero la forma extraña en la que se encontraba no le permitía realizar muchos movimientos con claridad.
Sus piernas, su torso y su cuello ya habían entrado a la zona subterránea, un frio lo invadió y de pronto sintió que no podía respirar. Su boca toco la arena y en ese momento supo que no había forma alguna de escapar de aquel verdugo.
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Perfidia y deseo
RomanceToda leyenda lleva en el fondo un rastro de verdad, ¿Pero que sucede cuando esa pequeña verdad se nos oculta? Una promesa, un pasado turbio y la venganza llevan a Mikasa a descubrir que siempre existe algo de deseo hasta en la más oscura perfidia. L...