Capítulo 12: Las flores no se manchan de rojo

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Si no está en tus manos cambiar una situación que te produce dolor, siempre podrás escoger la actitud con la que afrontes ese sufrimiento.
-Viktor Frankl
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El techo tenía 121 grietas, la pared tenía 401 con 2344 ladrillos enteros y 30 rotos, pero el piso sí que le había costado tenia 180 azulejos de color negro, 190 de color blanco, 40 agrietados y 1300 pequeños cachos de estos, los azulejos eran alternados.

Blanco, negro, roto, blanco, negro, roto.

Y los pequeños eran las chispas del pastel de ajedrez en el que se encontraba tirada.

Pero la cereza del pastel fue sin duda su cabello rojizo, y el betún, nadie olvide el betún, esa fue su sangre sin duda.

Estaba tirada en aquel piso, había sangre por todos lados, su sangre claro está, su pelo estaba esparcido pero dos brazos arriba de su cabeza, estaba atada.

Había perdido la noción del tiempo, tal vez la secuestraron ayer o tal vez hace dos días, le dejó de importar hace tanto cuando dejó de gritar pidiendo ayuda.

Ya se había dado cuenta lo inútil que era, eso no quiere decir que dejo de luchar en ese momento, claro que no, jalo sus brazos cuanto pudo de esas cadenas, las jalo y tiro de ellas tanto que creyó, de verdad creyó que se arrancaría los brazos.

El simple pensamiento la hizo reír.

Si la estaban vigilando, que sabía lo hacían, ¿desde cuando creen que perdió la cordura? ¿Cuando dejo de gritar para ponerse a contar las grietas de techo, las de la pared, los ladrillos y azulejos? ¿Cuando jalo con todo lo que pudo esas cadenas? ¿Cuando lloro? ¿Cuando río después de llorar? ¿Cuando les grito que mínimo ventilarán el cuarto porque olía a mierda?

No la habían visitado desde que les grito que si traban así a su ama. Hasta ahora.

—Levántate.

Su estomago se revolvió al escucharlo.

No sabía si quería vomitar por el dolor, por el olor o por su tono de voz.

Se levantó lo más que pudo por las cadenas quedando frente a ese rubio.

"No es mi rubio"

—Vas a cooperar a lo que te digamos— le caló los huesos con tan ocho palabras.

— ¿Quien fue el de la cena?

—Aquí las preguntas las hago yo.

—Escúchame bien idiota— dijo ella acercándose lo más que pudo a él quien se la miró divertido — Responderás a mi pregunta o asumiré que son de la misma mierda.

—Nena, ¿Eso interesa?— este se acercó a ella lo suficiente como para oler su aliento.

Contuvo las ganas de vomitar volteando hacia el otro lado. Si tan solo sus manos no estuvieran atadas le daría un puñetazo en esa horrible sonrisa que se acordaría de mi todos sus miserables días.

—Claro que si, si son lo mismo, entonces me debes respeto —su sonrisa se ensanchó lo suficiente que lo hizo retroceder un par de pasos— el dijo que era su ama, su señora, así que inclínate ante mi, como el perro faldero que mereces ser.

Su cara fue lanzada a su izquierda mientras era arrastrada por el suelo.

Su boca tenía un sabor  a metal intenso.

Las lagrimas amenazaron con salir con ese último choque en la pared que la regresó de vuelto.

Esos pequeños azulejos se enterraron en sus piernas, subestimó demasiado esos pequeños azulejos.

Sin títulos ni apellidos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora