Parte 4

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El día amaneció con tintes gris y frío que se irían tornando azules y cálido a lo largo del día. Menos mal que la ropa que había dejado preparada era la ideal y no tendría que perder tiempo en buscar algo más apropiado. Se levantó con tiempo suficiente como para tomarse un café mientras veía las noticias. Esta vez sorprendería a Miguel llegando antes que él. Miró el reloj y decidió que era hora de ponerse en camino antes de que se le echara el tiempo encima y tuviese que correr. Apagó la televisión, dejó el vaso de café en la cocina, se puso el abrigo y se colgó el bolso revisando de que no se dejaba nada. Desde la puerta echó una vista rápida al salón. Ordenador y televisión apagados. Todo en orden. Se podía ir tranquila. Cerró la puerta con llave, más valía ser precavida. Hasta ahora nunca habían intentado robar en el apartamento pero tampoco había que facilitarles el camino a los amigos de lo ajeno.

Bajó por las escaleras. Era más rápido que esperar al ascensor. En el hall saludó a Ramón, el portero, que acababa de llegar. Salió a la calle, se ajustó la bufanda y el abrigo y se dirigió hacia la parada del autobús, que no tardaría en llegar.

 Llegó al trabajo diez minutos antes. Por una vez quedaría reflejado en su ficha que no siempre llegaba con el tiempo justo. 

 En el Centro de Emergencias no había descanso. Unos empezaban su turno y otros lo terminaban. No había interrupción. No se podía hacer esperar a quien necesitaba ayuda, aunque los lunes eran tranquilos, incidencias de poca importancia. Al contrario que los centros médicos  que tenían un ritmo frenético. Era como si en el fin de semana la gente no se sintiera enferma y al empezar la semana apareciesen todas las enfermedades o se hubiesen quedado sin medicinas. 

 Miguel llegó cinco minutos después que María con cara de sorprendido.

 - ¿Has pasado la noche aquí para no llegar tarde?.

- No seas tonto, me propuse ayer que no llegaría tarde. Tengo que mejorar mi imagen de tardona.

- ¿Tardona?. Llegas con el tiempo justo, con la cara desencajada como un torbellino, pero tarde nunca. Parece que  te estás haciendo una mujer responsable.

- No te rías, pero tengo razón. 

-Vaya, parece que has estado de retiro espiritual este fin de semana y te has replanteado tu vida. ¿Hay más buenos propósitos?.

- Sí, de retiro. Anda, ponte a trabajar y en la comida ya hablamos.

- Ya me has dejado intrigado. No veo la hora de que me cuentes qué has hecho este finde sin mí.

- No mucho, pero ya hablamos- dando por finalizada la conversación.

 Hasta el mediodía las llamadas se fueron sucediendo sin interrupción. A María le gustaba la rutina diaria. La hacía sentirse viva y sobre todo útil. No le pesaba estar al teléfono tantas horas. Incluso ya conocía a algunos usuarios, sobre todo mayores, que llamaban casi todas las semanas a causa de sus permanentes dolencias. A ellos les daba alegría escuchar una voz amable, tranquilizadora, y que se preocupara por ellos. Necesitaban más tiempo para exponer su preocupación y María tenía la paciencia necesaria para escucharles sin prisas. Este tipo de personas eran las que le producían más satisfacción.

Estaba tan concentrada en su trabajo, que no se había dado cuenta de que Miguel le estaba tocando en el hombro señalando el reloj. Mirando la hora, se quitó los auriculares, recogió el abrigo y el bolso y fueron a comer a la cafetería de siempre.

Cuando llegaron a la cafetería estaban todas las mesas ocupadas. Se quedaron en la barra tomando un aperitivo mientras esperaban a que alguna mesa quedara libre. Después de un rato pudieron ocupar una mesa que estaba al lado del ventanal y la comida no tardó en llegar. 

Llamada perdidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora