Untitled 9

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No podía parar. Tenía que seguir corriendo. ¿Por qué no avanzaba?. ¿Qué le estaba pasando?. Era una calle larga y estrecha flanqueada por casas viejas. Necesitaba una puerta abierta donde esconderse. Algo la perseguía pero no sabía el qué o quién. Sólo sentía su presencia y estaba muy cerca. Miraba para atrás, pero no veía a nadie. Seguía buscando una puerta pero no las había. ¿Qué clase de casas son éstas que no tienen puertas?. ¿Y qué calle es ésta?. Estaba perdida. Algunas farolas alumbraban la calle pero no se veía con claridad. Le parecía reconocer el lugar, pero no estaba del todo segura. Parecía una calle de su pueblo, pero estaba todo abandonado, como si no viviese nadie. 

Siguió corriendo lentamente aunque ponía todo su empeño por ir más deprisa. La presencia estaba más cerca, la notaba casi a su espalda. El miedo la estaba atrapando. Un grito se agolpaba en su garganta con tanta fuerza, que le dolía. Necesitaba sacarlo fuera, pero no podía. Por más esfuerzos que hacía, de su boca no salía más que la respiración entrecortada.

Al volver la esquina encontró una casa desvencijaza, casi en ruinas. Entraría por la ventana que no tenía cristales. Dió un salto y se pudo encaramar a ella y meterse de cabeza. Se fue deslizando hasta que consiguió meter todo el cuerpo y caer dentro de una habitación. En cuclillas, pegada a la pared esperó por si oía pasos. Nada, solo el sonido de su respiración acelerada y el ritmo del corazón que parecía que quería salirse del pecho.

Sentada y con la espalda apoyada en la pared echó un vistazo a la estancia. Estaba en penumbra, casi a oscuras. Se podía dislumbrar un sofá, una mesa pequeña con un jarrón con flores marchitadas, algunas sillas alrededor de una gran mesa...  Muy pocos muebles y como si llevaran mucho tiempo abandonados.

Una vez que recuperó el aliento, se puso de pie, andando despacio para no hacer ruido. El suelo estaba lleno de cristales rotos y de libros deshojados y medio quemados. Reconocía esta habitación. De pequeña, una tarde de verano, fue con dos amigas a investigar una casa abandonada, hacía muchos años, en las afueras del pueblo. Estaban aburridas y no se les ocurrió mejor cosa que hacer. Allí sólo econtraron lo que veía ahora. No entraron en las demás habitaciones porque oyeron un ruido. Seguramente era una rata escudriñando entre la basura, pero la imaginación infantil las llevó a creer en un fantasma. Salieron corriendo despavoridas como alma que lleva el diablo. Nunca más volvieron a entrar en aquella casa ni acercarse por los alrededores.

Ahora se encontraba en el mismo lugar veinticinco años después. No recordaba cómo había llegado allí ni cómo se encontraba en esa situación. Pero lo que estaba claro era que tendría que encontrar la forma de volver a casa y que no la pillara quien la estaba persiguiendo. Que  tampoco sabía por qué la perseguía ni quién era. Sólo sabía que la quería hacer daño. Eso seguro.

Recorrió la estancia despacio, mirando dónde ponía los pies para no pisar los cristales. Estaba todo sucio. Apenas veía por dónde andaba. No había ni puertas ni escaleras... Buscó la ventana por la que había entrado. ¡ Había desaparecido!. Estaba atrapada. Sin salida.

Los ladridos de unos perros se oían en la lejanía. Si conseguían encontrarla se la podían comer viva. No tenía dónde esconderse. Era tal el miedo que embargó su cuerpo que empezó a llorar, de rodillas, implorando que no la encontraran, sabiendo que su fin podía estar cerca.

Cada vez se oían más cerca pero no eran ladridos de furia. Era como si tuvieran un ritmo establecido. Y ese ritmo le sonaba, lo conocía de algo pero no sabía de qué. Los ladridos se habían convertio en una cantinela cada vez más fuerte y cercana.

María se incorporó en la cama como un resorte. Estaba empapada en sudor, la cara llena de lágrimas y respirando deprisa. Miró la habitación. Estaba en su piso, en su cama. Había sido una pesadilla. El móvil seguía sonando con la musiquilla de los ladridos de perros. Descolgó.

- ¿Dígame?

Sonido de interferencias.

Volvió preguntar quién era. Las interferencias se volvieron más débiles.

- "Maríaaaaaa.........."

-¿Quién es?

- "Estoy aquí....."

- ¿Eres tú, Miguel?. ¡Te oigo mal, hay interferencias!.-siguió esperando a que dijera algo más o que desapareciese el ruido de fondo.

-"María...."

Esta vez oyó claramente como la llamaba por su nombre y el tono de voz. Empezó a temblar. Tenía la misma sensación que en el sueño. La presencia que la perseguía pero que no veía. Miró la pantalla del teléfono y estaba apagada. Se lo acercó al oído y seguía oyendo el sonido de fondo junto con una respiración que le erizó el vello del cuerpo. Soltó el móvil como si le hubiese dado una descarga eléctrica a la vez que se alejó de él lo que pudo hasta un rincón de la cama. Miró el teléfono mudo. No sabía qué hacer, si cogerlo o no. Desde el rincón lo miraba con los ojos llenos de lágrimas, tal era el miedo que tenía. Pero tampoco podía quedarse ahí toda la noche.  Se secó la cara con la manga del pijama y cogió el móvil con mano temblorosa. Tocó la pantalla y ésta se iluminó. Tocó el icono de llamadas. Al momento apareció el registro de las recibidas. Deslizó el dedo por la pantalla recorriendo todos los registros. Aparecían las de Miguel, de su madre, algunas amigas...... La  última recibida era de Miguel al mediodía.

Llamada perdidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora