Untitled 11

31 3 0
                                    

Llegó a casa, soltó el bolso en una silla y se fue a dar una ducha. Se puso el pijama para estar cómoda y encendió la radio. Después de mover varias veces el dial dió con el tipo de música que le gustaba, de la época de los ochenta. Se conocía casi todas las canciones y las cantaba a pesar que no tenía buen oido, pero le gustaba bailarlas y hacer como que  estaba sobre un escenario ante miles de fans. Le divertia hacer ésto y sobre todo, la hacia sentirse bien. Después de cantar varias canciones con sus respectivos bailes, se preparó un refresco para recuperar el aire y descansar un poco. Estaba visto que lo suyo no era cantar. No entendía cómo podían aguantar los cantantes profesionales un concierto y ella con tres canciones estaba agotada. Menos mal que no se tenía que ganar la vida con esta actividad, porque lo tendría crudo.

Abrió el frigorífico para prepararse algo de cena. Con una mirada rápida supo que no tenía muchas opciones: huevos, fiambre, zumo, refrescos, leche, una lechuga y unos yogures. No habia mucho dónde elegir pero suficiente para hacerse una tortilla francesa, una ensalada y de postre unos yogures. No estaba mal, pero tampoco podía andar con cuatro cosas en la nevera y cenando cualquier cosa la mayoría de las noches. La pereza de meterse en la cocina la podia y se conformaba con lo que fuese. Otro propósito, tener la nevera llena de cosas para cenar en condiciones.

Cenó en el salón mientras miraba algunos canales. Si no encontraba nada interesante se iba a aburrir tremendamente. Al no tener ordenador, todavia no se habia decidido a meter en casa uno, no tenia muchas opciones. Podria volver a la lectura, que le gustaba mucho, pero le  costaba ponerse a leer. Una vez que empezaba no lo dejaba hasta que terminaba con él. Tenia bastantes y de casi todas las categorias. Su ilusión era tener un día una casa con una habitación con una libreria de madera donde tener todos los libros, una butaca cómoda y una chimenea para los dias de invierno pasarse las horas muertas leyendo frente al fuego. Mientras llegaba la ocasión de hacerse realidad ese sueño, los tenia en pequeñas estanterias distribuidos entre el salón y la habitación.

Esta afición la empezó a practicar de muy pequeña. Con su carnet de socia de la biblioteca empezó a leer libros infatiles, juveniles... En casa no habia muchos libros, uno de Espronceda, Becquer y El Quijote, que también los leyó a muy temprana edad. Su padre era el único aficionado a la lectura que le recitaba algunas poesías. Y ella, por imitarlo, también las leyó aunque fue incapaz de aprenderlas. Por la noche se quedaba en la cama hasta las tantas leyendo. El vivir aventuras y vidas ajenas como si fuesen suyas la fascinaba. Ya de más mayor y teniendo cierto poder adquisitivo pudo ir comprandolos. Se pasaba por la libreria y siempre echaba un ojo por si habia alguno que le llamara la atención. Primero se fijaba en la portada y luego en el epílogo. Poco a poco y con los años se fue haciendo con una pequeña biblioteca personal. Todos no los habia leído. Habia algunos que los empezó  pero le aburrieron y se quedaron esperando a ser de nuevo leídos mientras eran cubiertos de una fina capa de polvo. Ahora era un buen momento para retomarlos. 

Se levantó, después de recoger los platos de la cena, y estuvo un buen rato revisando las estanterías. No habia mucho dónde elegir. La mayoría estaban leídos y los que quedaban recordaba que no le habían gustado. Tenía que darles una segunda oportunidad. Al fin se decantó por uno de ciencia ficción médica. Lo limpió, se acomodó en el sofá, bajó el volúmen  de la tele y empezó a leerlo.

La historia le estaba empezando a gustar y estuvo leyendo hasta bien entrada la madrugada. Con los ojos rojos de cansancio y sueño cerró el libro con la hoja señalada, apagó la luz y la tele y se terminó de acostar en el sofá. Al poco estaba en los brazos de Morfeo.

- María

Al escuchar su nombre fue como si desapareciera de golpe el mundo de fantasía en el que estaba sumergida, volviendo a sentir su cuerpo en el sofá. Estaba inmóvil. No podía moverse. Con los ojos cerrados agudizó el oído. Nada. Silencio. Con gran esfuerzo se removió e intentó volver al lugar del que habia sido arrancada sin previo aviso.

-María......

Inconscientemente contestó "¿sí?".

- Estoy aquí.... Ven.....

Recuperada la consciencia el cuerpo se le tensó como un bloque de hormigón, no podía o no era capaz de mover  un dedo ni abrir los ojos. El cerebro empezó a funcionar a toda velocidad, procesando lo que habia oído. Como siempre, estaba sola. ¿Quién la llamaba?. La voz la habia oído nítidamente: tono de voz  grave, lejana, cascada por los años, desconocida... Esperó a que la voz dijera algo de nuevo, pero no hubo más que silencio.

Lo desconcertante era que no había sentido pánico. Miedo, sí. Que te despierte alguien en mitad de la noche en tu casa sola era para tenerlo. No era miedo por sufrir algún daño físico era más bien por lo desconocido. El corazón le latía con normalidad, no estaba nerviosa ni intranquila. En algún momento, sin darse cuenta, volvió al mundo de los sueños hasta que sonó el despertador.

Se levantó con el cuerpo algo dolorido por el sofá, pero se encontraba bien, dispuesta a afrontar el día . No se le podía olvidar recoger  el teléfono. Hoy saldría de dudas. Esperaba que  el problema técnico estuviese solucionado. Miguel la llamaría por la mañana y no podría hablar con él hasta la noche. Seguramente la llamaría a lo largo del día varias veces y al no cogerlo se preocuparía. Una cosa después de otra. Primero habia que llegar puntual al trabajo y estaba dentro de tiempo. Lo demás quedaba para la tarde.

Llamada perdidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora