C6. Conexiones, enredos y confusiones.

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Ashton

La fiesta en mi honor fue un éxito. La música pulsaba en mis oídos y el calor del cuerpo de la gente me envolvía.

Pronto me encontré bailando en medio de la pista, moviéndome al ritmo de una canción que no conocía.

El whisky ardía en mi garganta, pero seguí bebiendo, sintiendo cómo el líquido dorado me hacía sentir más ligero.

Unos tragos más tarde, me encontré en el centro de la pista, bailando sin camisa, con una bonita chica castaña que me recordó por un momento a Emma.

La chica de la cual desconocía el nombre se encontraba mirándome en ese momento con una sonrisa, le devolví el gesto cuando ella puso ambos brazos alrededor de mi cuello.

Su cercanía me puso un poco incómodo y nervioso, sin embargo intenté ignorarlo, pues el aire estaba cargado de energía y el olor a sudor y perfume me envolvía.

Me sentí vivo, libre, y por un momento, olvidé todo lo demás.

Pero la noche tomó un giro inesperado, cuando me dieron náuseas y vomité en el baño. No recuerdo qué pasó después, solo que me desperté en mi habitación con una cubeta a mi lado.

La mañana siguiente, me levanté con una resaca terrible. La alarma sonó y me levanté a apagarla. Pero entonces escuché un ruido en la cocina. Agarré una cuchara y fui a investigar. Me encontré con Daniel cocinando en mi estufa, escuchando música y bailando despreocupado.

Me sonrojé al sentir su mirada y él al ver el objeto que tenía en la mano reprimió una sonrisa.

- ¿Planeabas atacarme con una cuchara? -me preguntó. Me sentí avergonzado.

- No -mentí.

Le pregunté como había llegado y me contó que me había traído a casa después de la fiesta y que me ayudo a cambiarme de ropa. Me disculpé por vomitar en su carro.

Después de eso, decidimos comer juntos. Fuimos a un Subway y comimos en silencio. Daniel me limpió la comisura de los labios con una servilleta y me miró con una sonrisa cálida.

Luego, dimos un paseo por las calles nocturnas de la ciudad. Me sorprendió la belleza de la torre CN de Toronto. Daniel me tomó de la mano y subimos a la cima. Sentí vértigo cuando llegamos, pero Daniel estuvo conmigo en todo momento.

Observe a mi alrededor cuando el miedo a las alturas se disipo un poco.
La vista desde arriba era impresionante. Las luces azules iluminaban la torre, haciendo un increíble contraste con la oscuridad de la noche y la brisa bresca desde lo alto me golpeaba el rostro con suavidad.

- Es hermoso, ¿verdad? -preguntó.

- Lo es. Es una vista espectacular, jamás he visto nada más perfecto en la vida.

Daniel me miró y sonrió.

- Yo si he visto algo más hermoso que la vista -confeso sin desviar el contacto.

Su mirada profunda me transmitió tantas sensaciones, que temí estar imaginando sentimientos que no eran.

- ¿Ah, sí? ¿La luna? -pregunte burlón, tratando de no divagar demasiado en esa tormenta de emociones.

El nego con una sonrisa tímida.

- No, tú -confeso.

Que lo dijera tan serio me sorprendio bastante y lo hizo todavía más cuando se acerco acortando la distancia.

Mi cuerpo reaccionó de manera intensa al tener a Daniel cerca, pero mi mente se rebelaba contra esos sentimientos. Me decía que no estaba bien, que era un error, que debía controlarme.

Mi corazón sin embargo pedía más, por eso mantenía una guerra interna con la razón sobre lo que cada uno consideraba correcto.

Por un lado mi corazón se sentía amado y protegido con la presencia de Daniel, por el otro mi mente me envolvía en un sentimiento de incertidumbre y dudas que me era díficil de ignorar.

Porque las voces en mi cabeza me gritaban que me alejara de esos sentimientos que no serían correspondidos, para evitar salir herido y el corazón le pedía que se callará, que por una vez dejará de pensar y disfrutará del momento.

Y resulto que no sabía como reaccionar ante este conflicto. No quería salir herido por promesas vacías, pero tampoco era capaz de ignorar el latido desbocado de mi corazón, de mi piel al erizarse cuando se acercaba tan lentamente como en ese momento.

Las dudas, el miedo y el suspenso por no saber que pasaba por su cabeza crecían con cada segundo que pasaba.

-Ashton, mírame -tomo mi mentón con delicadeza, tuve que obligarme a regresar a la realidad.

Y al mirarlo me sentí atrapado en sus ojos, porque parecían ver más allá de mi superficie, como si intentaran descubrir mis secretos más profundos. Mi corazón por cierto latía desbocado, como si intentara escapar de mi pecho.

- ¿Qué estás haciendo, Daniel? -, pregunté, mi voz apenas audible.

- Estoy intentando conocerte - respondió Daniel, su voz suave y tranquilizadora.- Estoy intentando descubrir qué hay detrás de esa fachada que muestras al mundo.

Me sentí desnudo, como si Daniel hubiera visto a través de mi máscara. Como si hubiera visto mis miedos más profundos. Y me sentía vulnerable, expuesto.

- No sé si quiero que me conozcas -dije, intentando apartarme.

Pero Daniel no me dejó. Se acercó más, su rostro a solo unos centímetros del mío, arrebatandome suspiros y ahnelos que no quería admitir.

- Yo sí quiero conocerte -respondió Daniel, su aliento cálido contra mi piel, hizo que se me erizaran los bellos.- Quiero saber qué te hace reír, qué te hace llorar. Quiero saber qué te hace sentir vivo.

Sus palabras me hicieron sentir abrumado. Nadie había hablado conmigo de esa manera antes. Nadie había intentado conocerme de verdad. Y se sintió diferente ser el centro de atención de alguien, porque normalmente era yo quien daba el primer paso.

Y en ese momento, supe que estaba en problemas. Estaba en problemas porque no sabía si podía confiar en Daniel. Estaba en problemas porque no sabía si podía confiar en mi mismo.

- Solo que temo que te decepciones de mi. No soy nada interesante.

- ¿Estás jugando? -tomo una de mis manos y me gusto la calidez de las suyas- Eres todo un enigma para mi, un rompecabezas que quiero terminar y una promesa que deseo cumplir.

De nuevo sus palabras me dejaron atónito y por primera vez en mucho tiempo me sentí visto, escuchado y entendido.

El silencio nos envolvió, sin embargo no era incómodo tan solo estaba intentando procesar mis emociones.

-No sé qué decir -respondí al fin, porque me di cuenta de que no había palabras correctas para expresar lo que pensaba en ese momento.

-No tienes que decir nada -respondió Daniel, acercándose más a mi-. Solo quiero que sepas que estoy aquí para ti, que te voy a apoyar y a ayudar en lo que necesites.

Sus palabras terminaron conmoviendome por la sinceridad de sus palabras e hizo sentirme seguro y protegido en su presencia.

-Gracias -susurre, mi voz apenas era audible. Pensé que no me había escuchado cuando sonrió y me tomó la mano.

-No hay de qué -sonrió-. Ahora, vámonos a casa. Mañana es otro día.

Asentí levantandome, sintiendo que había encontrado algo especial en Daniel. Algo que no quería dejar ir.

Conectados || En Edición.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora